“Es una bendición para un equipo contar con alguien como Dirk Kuyt. Con él, tácticamente puedes ir en cualquier dirección” – Johan Cruyff
Era 2006 y el Liverpool post-Estambul movía fichas para estirar la inercia de su éxito continental. Los Reds de Rafa Benítez contrataron a un reputado atacante holandés que había llamado la atención de Anfield después de rendir a gran nivel en la Eredivisie; un tipo que de primeras tenía pocos matices estéticos, pero de los que quema hasta la última fuerza sobre el campo. Once años después, Dirk Kuyt ha colgado sus botas curtidas de tanto fútbol levantando con el Feyenoord la primera liga del club en el siglo XXI. El bando rojo de la ciudad de los Beatles aún recuerda con nostalgia la huella del rubio que llegó como un forastero y se fue como uno más de The Kop.
En un club que tiene a Bill Shankly como profeta, Kuyt se convirtió en un jugador que seguro habría sido un favorito del legendario entrenador si hubiesen coincidido sus épocas. “Algunos creen que el fútbol es sólo una cuestión de vida o muerte, pero es mucho más que eso”, afirmó Shankly en sus días de gloria. Y ésa parecía ser la máxima del holandés cada vez que ponía un pie en Anfield: si no terminaba el partido con el depósito vacío, el esfuerzo no había sido completo. Para enamorar a una afición acostumbrada al éxito, lo primero es poner tu físico al servicio del club. Kuyt lo entendió como nadie.
Benítez, su entrenador durante sus primeros cuatro años en el Liverpool, lo apodó Mr Duracell en referencia a su inagotable capacidad física, aunque su cara de malo poco tuviese que ver con un conejito rosa anunciante de pilas. Aquel demonio de pelo dorado jamás pisaba el freno: se solía decir que de chaval en los entrenamientos del Feyenoord llegaba a doblar a sus compañeros de equipo en carreras alrededor del campo. En Inglaterra verle en cabeza del grupo era una imagen habitual.
Seis años se pasó poniendo perdida de sudor la camiseta del Liverpool hasta su despedida en 2012. A pesar de convertirse en el club donde más partidos disputó —285, en los que marcó 71 goles—, sólo consiguió un trofeo como Red: la League Cup (en su día Carling Cup, hoy Carabao Cup y quién sabe si mañana Duracell Cup, por qué no) que ganó en su última temporada en Inglaterra. El amargo asterisco de la carrera de Kuyt en Merseyside siempre será esa sequía de títulos que se extiende hasta hoy. La gloria, eso sí, no quedó tan lejos. En 2007 el club llegó a la segunda final de Champions League en tres años, pero el fútbol le devolvió al Milan lo que el Liverpool le quitó en Estambul: 2-1 y título para los italianos, con Kuyt marcando en el minuto 89 un gol que acabó siendo de simple consolación.
El holandés, sin embargo, es un emblema por mucho más que el valor de una medalla. Difícil de olvidar aquel 3-1 contra el Manchester United en 2011 en el que se convirtió en el primer jugador en marcar un hat-trick ante el eterno rival desde Peter Beardsley en 1990. O sus dos goles de penalti en la victoria por 2-1 contra el Everton en 2007 —que acabó con dos Toffees expulsados y Mark Clattenburg sin arbitrar de nuevo a los azules durante más de cuatro años—.
A Kuyt se le recordará en Anfield como un jugador sobresaliente en el campo, pero también como alguien que sentía los colores como propios. En su última temporada, visitó Old Trafford con el Feyenoord en partido de Europa League. La afición de los Red Devils se acordó del pasado del holandés y le dedicaron un amable “bastardo scouse” —término con el que se conoce a los habitantes de Liverpool— en forma de cántico. Al terminar el partido, Kuyt fue genialmente sutil: “Es un orgullo que me llamen Scouser; serlo significa que eres buena gente, trabajador, comprometido y que no te rindes nunca”. Es la mejor descripción de cómo se cerró el círculo entre el Liverpool y él: el extranjero se convirtió en hijo adoptivo.