Hace trece años, Roman Abramovic compró el Chelsea. Los Blues, tenían una faraónica deuda para un club de su status y prestigio. El magnate ruso, saldó las cuentas del equipo de Stamford Bridge y se propuso llevar a un equipo de nivel medio en la Premier League a la élite mundial y europea. Y lo ha conseguido.
El Chelsea, actualmente, se puede codear con las mejores instituciones del mundo del fútbol. Puede formar la estrella de cinco puntas del mundo del balompié junto al Manchester United, el Bayern Munich, el Barcelona y el Real Madrid. Un escalón por debajo podrían quedar el París Saint Germain, la Juventus de Turín o el Atlético de Madrid. Equipos con buenos resultados en los últimos años pero sin esa regularidad y ese aspecto estructural de estabilidad y confianza en los triunfos. Aspecto que sí poseen los otros cinco (también en lo que a la Champions League se refiere) en lo que va de siglo.
Pero haciendo memoria, cuando Abramovich llegó al Chelsea, el Real Madrid ya era la mejor institución de la historia en el mundo del fútbol. El Bayern era entonces también el monstruo alemán aunque jugara en el Olímpico de Múnich y no en el Allianz Arena como hace a día de hoy. Y el Manchester United con Sir Alex Ferguson se había convertido en el titán inglés de referencia. Únicamente el Barcelona no tenía el prestigio y el reconocimiento que tiene ahora. Aunque era un club con una notoriedad mucho mayor a la del Chelsea.
Ha sido Abramovich el que, a través de sus millones y sus decisiones, ha hecho posible que la ropa deportiva del Chelsea sea capaz de competir en el mercado con los otros gigantes ingleses y europeos. Ha sido el multimillonario moscovita, el que ha hecho que un Balón de Oro como Andrey Shevchenko pudiera vestir la camiseta de los Blues. Ha sido el magnate ruso, a través de su proyecto y su ilusión, el que ha hecho (en su parte correspondiente) que en Stamford Bridge se hayan logrado cuatro Premier League y una Champions League (la única en sus vitrinas). Y una de las más épicas de todos los tiempos, por cierto.
Abramovich suscitó, en sus primeros años, el escepticismo habitual que se tenía por entonces a todos esos jeques y millonarios ocasionales que querían comprar clubes de fútbol. Pero las ha disipado con creces. Sin demasiada fanfarria ni fanfarronería, el Chelsea se fue acomodando a la élite europea. Ha tenido a entrenadores campeones de Europa en su banquillo como José Mourinho, Rafa Benítez, Carlo Ancelotti o Guus Hiddink. Y ha tenido proyectos sólidos. Otro tema es que hayan tenido resultados dispares.
A pesar de sus grandes inversiones al inicio como en los traspasos de Didier Drogba desde el Olympique de Marsella, Arjen Robben desde el PSV o Petr Cech del Stade Rennais, luego sus traspasos desde la adquisición de Fernando Torres no han sido cuantiosos en relación al mercado ni tampoco han contribuido de manera significativa a la inflación actual económica en el mercado de traspasos del mundo del fútbol.
Exceptuando el leve periplo de Rafa Benítez y Roberto Di Matteo (por otra parte con sendas victorias en competiciones europeas), el Chelsea siempre ha tenido miras a medio y largo plazo con sus entrenadores. Tanto con Mourinho en ambas ocasiones, como con Carlo Ancelotti y luego con André Villas-Boas a pesar del posterior batacazo. Esto siempre contribuye a crear una estructura en el club y una solidez fundamental para formar parte de la clase elitista del balompié.
Ahora empieza una nueva andadura con Antonio Conte en Cobham. Tras la opaca temporada pasada, se necesita un sólido jefe de filas que reconduzca el rumbo de los Blues. Y Abramovich hará todo lo posible porque las cosas se hagan bien. El hará su parte. Es decir, hará lo que ha hecho hasta ahora. Lo mejor para el Chelsea.