El derbi de 1967 en Goodison Park entre Liverpool y Everton ha pasado a la posteridad por ser el primer partido transmitido en directo a través de pantallas gigantes. Anfield se llenó de aficionados del Liverpool para ver a través de esas rudimentarias pantallas lo que estaba sucediendo apenas a un par de kilómetros de distancia en el estadio del acérrimo rival ciudadano. En 2015, casi cincuenta años después, Stuart Flinders, un reportero de la BBC, salió a las calles de Liverpool para preguntar a los transeúntes si recordaban aquel partido.
En su búsqueda callejera, Flinders se cruzó con un señor de unos setenta años, con su fino cabello blanco peinado hacia atrás. “Me pregunto si recuerda el derbi de Copa de 1967”, le pregunta inocentemente el reportero. “Por supuesto, yo jugué en él”, responde el caballero del cabello blanco. El reportero duda durante unos instantes, quizás tratando de dilucidar si su interlocutor es un viejo demente o si realmente ha tenido la increíble fortuna de cruzarse al azar con uno de los jugadores que saltaron al campo aquel día de finales de los años sesenta. Educadamente, Flinders le pregunta su nombre. “Tommy Lawrence”, responde el entrevistado.
Lawrence falleció esta semana a los 77 años. Fue Bill Shankly quien le hizo debutar con el Liverpool a comienzos de la temporada 1962-63 y nadie fue capaz de arrebatarle ese lugar hasta la irrupción de Ray Clemence al comienzo de la década de los setenta. Para entonces, Lawrence ha acumulaba más de 300 partidos con los Reds y se había convertido en una leyenda del club, que por aquel entonces estaba tratando de recuperar la gloria perdida tras una nefasta década de los cincuenta. Tras pasar ocho temporadas en segunda división, Shankly devolvió al Liverpool a la élite en 1962 y en solo su segunda temporada de vuelta conquistó su primera liga en más de quince años, un hito que repetiría dos años más tarde.
Lawrence fue uno de los pilares del primer gran equipo de Shankly en Liverpool, compuesto por jugadores legendarios, como los defensas Ron Yeats y Tommy Smith, dos tipos que no hacían rehenes cuando saltaban a un terreno de juego, el incansable centrocampista Ian Callaghan o los letales Ian St John, alias “el santo”, y Roger Hunt. Aquel equipo Red de los sesenta devolvió al Liverpool a la élite y puso los cimientos para la época dorada de los setenta y ochenta. Sin Lawrence y sus compañeros, posiblemente Ian Rush, Kevin Keegan o Kenny Dalglish nunca habrían acabado en Anfield y las vitrinas del club estarían hoy huérfanas de cuatro Copas de Europa.

Y, sin embargo, a pesar de la trascendental importancia histórica de Lawrence y sus compañeros para el Liverpool, ya nadie hoy parece acordarse de ellos, como la anécdota de la entrevista revela. El aficionado del Liverpool de nuestros días anda más preocupado por saber si su club fichará este mes de enero a un sustituto para Philippe Coutinho que en recordar a sus viejas glorias. El tiempo en el fútbol es un concepto extraño: el ahora ocupa un lugar gigantesco en comparación con el pasado. La derrota de la semana pasada es, en la mente del aficionado, mucho más importante que una Copa de Europa conquistada a base de sangre, sudor y lágrimas diez años atrás.
Y los exfutbolistas son los que más sufren esta desmemoria. Una vez que cuelga las botas, un futbolista solo puede seguir dos caminos: convertirse en un icono como Bobby Moore o George Best y sobrevivir al olvido a través de efigies grabadas en camisetas, o bien resignarse a caer en el anonimato más absoluto. Este último caso fue el de Lawrence. Parece seguro apostar a que, en este siglo, Alberto Moreno ha firmado más autógrafos que Tommy Lawrence entre los aficionados del Liverpool.
Los clubes ingleses hacen una labor encomiable para preservar su historia: realizan actos para recordar viejas gestas, tratan de que sus exfutbolistas sigan asociados al club mediante puestos honoríficos, y erigen estatuas y monumentos en su honor. Pero también los aficionados deben transmitir a las siguientes generaciones ese legado. Igual que el abuelo transmite a sus descendientes la historia de la familia para que no caiga en el olvido, el aficionado veterano también debe hacer esa labor de transmisión con la historia de su club entre las generaciones que le siguen. La memoria es más frágil que el cristal porque se rompe todos los días. Pero se rompe tan poco que resulta casi imperceptible. Hasta que llega el día en que uno quiere recordar y ya no puede. Y, al final, te puede pasar que te cruces con una leyenda de tu club y no seas capaz de reconocerle.