Ilie Oleart

La despedida de Robson y el inicio de la maldición alemana

Bobby Robson se despidió del banquillo de la selección inglesa tras la dolorosa derrota ante Alemania Federal en la Copa del Mundo de Italia de 1990. Fue el fin para él y el inicio de una larga maldición que dura hasta nuestros días.

Esta historia comienza con una decepción y acaba en lágrimas. Como la vida, vamos. Es una historia que abarca casi una década, desde que Bobby Robson toma las riendas de la selección inglesa tras el batacazo en el Mundial de España en 1982 hasta que se despide del banquillo inglés en Turín en 1990 tras perder ante Alemania Federal en la tanda de penaltis (días después dirigió el partido por el tercer lugar contra Italia pero ¿a quién demonios le interesa la final de los perdedores?).

Solo dos días después de que Inglaterra quedara eliminada en el Mundial de España, Bobby Robson sucedió a Ron Greenwood como seleccionador inglés. Robson se había ganado una excelente reputación a lo largo de sus trece años en el Ipswich Town, al que condujo a dos subcampeonatos de liga, una FA Cup y una Copa de la UEFA. En sus últimos diez años en el club, jamás bajó del sexto lugar en la liga, todo un récord para un club de provincias que solo cuatro años después de la marcha de Robson ya estaba de vuelta en la segunda división.

La primera etapa de Robson como seleccionador acabó en decepción. La selección no logró clasificarse para la Eurocopa de 1984 tras perder ante Dinamarca (la única derrota que cosecharía Robson en una fase de clasificación al mando de los Three Lions). Así que Robson, un tipo íntegro, presentó su dimisión a la federación para que Brian Clough tomara el relevo. Aunque más motivados por el desdén hacia Clough que por la confianza en Robson, los prebostes del fútbol inglés rechazaron la dimisión de Robson en la que resultaría ser una decisión más que afortunada.

Robson clasificó a la selección para el Mundial de México de 1986 tras llevar a cabo una profunda remodelación respecto a la convocatoria de Greenwood para el Mundial de España. Jugadores que habían sido clave en 1982 como Ray Clemence, Trevor Brooking, Trevor Francis, Terry McDermott, Paul Mariner, Mick Mills, Phil Neal, Phil Thompson y, sobre todo, Kevin Keegan, no acudieron a la cita mundialista cuatro años más tarde. Su lugar fue ocupado por una nueva generación de futbolistas jóvenes, talentosos, sin complejos, que en los años 90 devolvieron al fútbol la popularidad perdida a fuerza de hooliganismo en los 80.

Entre esos jóvenes que acudieron en 1986 a su primera cita mundialista estaban Gary Lineker, Chris Waddle, John Barnes o Peter Beardsley. Futbolistas de un corte diferente al que se había estilado en la era anterior a Robson. Más técnicos, más habilidosos, más sofisticados. A pesar de la renovación conducida por Robson, Inglaterra cayó en cuartos de final en el partido más famoso de la historia de los Mundiales, cuando Diego Armando Maradona abrió el marcador con «la mano de Dios» y lo cerró disfrazado de “barrilete cósmico”.

A pesar de la derrota, Robson salió reforzado del torneo. Al fin y al cabo, los ingleses habían sido víctimas del talento único y de las trampas de uno de los mejores jugadores de la historia del fútbol. Pero el crédito de Robson se agotó rápidamente. Inglaterra fracasó estrepitosamente en la Euro de 1988 tras quedar última de su grupo, donde estaban Países Bajos, Irlanda y la Unión Soviética. Robson presentó su dimisión por segunda vez pero de nuevo fue rechazada. Sin embargo, antes de arrancar el Mundial de 1990, la federación hizo pública su intención de no renovar el contrato de Robson tras la cita mundialista. “Es mi último intento, tuvimos mala suerte hace cuatro años cuando llegamos a cuartos pero nos hemos recuperado y vamos a dar todo en este último intento”, afirmó Robson a la BBC antes del arranque del torneo.

El técnico de Durham continuó con la renovación que había emprendido años atrás. A los Lineker, Waddle, Barnes y compañía, añadió tres jóvenes futbolistas que serían determinantes durante el torneo: el central Des Walker, el centrocampista David Platt y Paul Gascoigne, un joven de 23 años fichado un par de años atrás por el Tottenham tras destacar en el Newcastle.

En el Mundial de 1990, Inglaterra quedó encuadrada en un grupo de nuevo con Países Bajos, Irlanda y, en esta ocasión, Egipto. Como le había pasado en 1986, Robson tuvo que prescindir de los servicios de su capitán Bryan Robson por lesión. Si en México fue un hombro dislocado, en esta ocasión fue el tendón de Aquiles lo que impidió al capitán participar en la fase eliminatoria del torneo. Su lugar en la medular lo ocupó entonces David Platt, un energético centrocampista del Aston Villa que no desaprovechó la oportunidad que el azar le había deparado.

Los cuatro primeros choques del grupo F se saldaron con empates, así que los cuatro equipos llegaron al decisivo tercer partido empatados a dos puntos. Inglaterra venció a Egipto gracias a un gol del central Mark Wright a la hora de juego y aprovechó el empate entre Países Bajos e Irlanda para finalizar como primera de grupo. Esa posición aseguró a Inglaterra un lugar en la parte baja del cuadro, donde Alemania Federal se presentaba como la gran amenaza en el camino hacia la final.


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Bobby Robson y Paul Gascoigne durante una sesión de entrenamiento en 1990 (Allsport/Getty Images).


En octavos de final, Inglaterra derrotó a Bélgica en el último minuto de la prórroga gracias a un hermoso gol de David Platt tras empalmar a la media vuelta un lanzamiento de falta lejano de Paul Gascoigne. “Antes de salir, les dije a los jugadores que cada uno de ellos debía dar un extra por el capitán [Bryan Robson había vuelto a casa tras su lesión]”, afirmaba un extático Robson tras el partido, “y el chico que le ha sustituido, Platt, ha marcado el gol, ese es el regalo personal de Platt para Bryan”. En cuartos aguardaba la sorprendente Camerún de Roger Milla, que había finalizado primera en un grupo con Argentina (a la que había vencido en el partido inaugural a pesar de quedarse con nueve jugadores), Rumanía y la Unión Soviética, y se había deshecho de Colombia en la prórroga en octavos con un doblete de Milla. El partido entre Inglaterra y Camerún fue el punto álgido del Mundial italiano.

En una Copa del Mundo decepcionante por el fútbol defensivo y la escasez de goles, el partido de San Paolo entre las dos selecciones fue un soplo de aire fresco. David Platt, de nuevo, adelantó a los ingleses en la primera parte con un impecable remate de cabeza pero Camerún remontó en la segunda tras la entrada de Roger Milla, que forzó el penalti del 1-1 y dio la asistencia del 2-1 con la calma de sus 38 años. Cuando la selección africana ya acariciaba las semifinales, el infalible Lineker anotó el 2-2 desde el punto de penalti. El propio Lineker pondría el definitivo 3-2 en la prórroga también desde los once metros.

Solo Alemania Occidental se interponía en el camino de Inglaterra hacia la final del Olímpico de Roma, donde ya aguardaba Argentina tras deshacerse en la tanda de penaltis de la anfitriona Italia. Los alemanes, entrenados por Franz Beckenbauer, habían sido posiblemente la selección más convincente del torneo. Un equipo rocoso con tipos duros como Lothar Matthaus, capitán y líder del centro del campo; el líbero Klaus Augenthaler; el zurdo Andreas Brehme; o la letal pareja de delanteros formada por Rudi Völler y Jürgen Klinsmann.

Ante los alemanes, Robson se mantuvo fiel a su sistema con líbero a pesar de que había comenzado el Mundial con línea de cuatro. Sin embargo, Robson compensó la tendencia defensiva natural de ese sistema 5-3-2 con la elección de jugadores creativos y ofensivos. En el Stadio delle Alpi, en Turín, Paul Parker y Stuart Pearce fueron los laterales. En el centro del campo, el exuberante físico de David Platt permitía a Paul Gascoigne y Chris Waddle disfrutar de la libertad necesaria para tomar las riendas en ataque. Y en punta, el imaginativo Peter Beardsley y el goleador Gary Lineker.

Sin embargo, el hombre más temido por los alemanes no era el delantero del Tottenham sino su compañero Paul Gascoigne, el motor ofensivo de los Three Lions. Su presentación en la semifinal fue un disparo desde el círculo central que Bodo Illgner apenas logró desviar hacia su travesaño con la punta de los dedos. Sin embargo, el colegiado brasileño Jose Ramiz Wright ya había hecho sonar su silbato para anular la jugada por una falta previa.

Tras un cotejo muy parejo, los alemanes se adelantaron en el marcador a la hora de juego con un gol afortunado. Un potente disparo de Andreas Brehme desde fuera del área fue desviado por Peter Parker con tan mala fortuna que el balón emprendió una parábola perfecta para superar a Peter Shilton. Robson no tardó en mover el banquillo, retirando al central Terry Butcher para dar entrada a Trevor Steven, un jugador de banda. A falta de diez minutos para el final del encuentro, Parker se resarciría del gol alemán con un centro lateral desde su banda derecha que acabó con fortuna en los pies de Lineker que, con un potente disparo con su pierna zurda, batió a Illgner para poner el 1-1 con el que finalizaría el partido.

En la prórroga se produjo uno de los momentos más icónicos de la historia de la selección inglesa. Cuando el partido se acercaba al descanso de la prórroga, Gascoigne trató de superar la presión de cuatro rivales en el centro del campo pero acabó perdiendo el balón. En su ímpetu por recuperarlo, realizó una dura entrada sobre Thomas Berthold que le valió la tarjeta amarilla. Gascoigne arrastraba una tarjeta amarilla del partido de octavos ante Bélgica y esa segunda amonestación significaba que no podría participar en una hipotética final. Las lágrimas de Gazza recorrieron su rostro confundiéndose con el sudor tras más de hora y media de esfuerzo bajo el calor nocturno de Turín. Aquella tarjeta también supondría un prematura canto del cisne de Gazza en la escena internacional. A pesar de tener solo 23 años, Gascoigne no volvería a jugar un partido en una fase final de un Mundial.

Fruto del cansancio y la tensión, las ocasiones se sucedieron en la prórroga. El potente disparo cruzado de Stuart Pearce con la zurda se estrelló en el poste de Illgner. Acto seguido, Guido Buchwald también envió un chut al poste. Y así llegamos a la tanda de penaltis.

«No pasa un solo día en que no piense en esa semifinal y en las cosas que podría haber hecho diferente«, reconoció más tarde Robson. Una leyenda urbana afirma que el técnico inglés cometió un error al no sustituir antes de la tanda de penaltis a su portero Peter Shilton, tras una larga carrera demostrando su absoluta ineptitud para detener un lanzamiento de penalti, por el especialista Dave Beasant, el primer portero en detener un penalti en una final de FA Cup. Lo cierto es que Beasant ni siquiera estaba en el banquillo aquel día porque el portero suplente elegido por Robson fue Chris Woods. 

Inglaterra comenzó lanzando. Lineker no falló. Brehme tampoco. Ni Beardsley. Ni Matthaus. Ni Platt. Ni Riedle. Con 3-3 llegamos a los dos últimos lanzamientos. Stuart Pearce, el lateral izquierdo del Nottingham Forest, disparó con potencia pero su disparo centrado fue repelido por las piernas de Illgner. Olaf Thon anotó y traspasó toda la presión hacia Waddle. El jugador del Marsella se encaminó hacia los once metros con su inconfundible cuello levantado. Su disparo se marchó fuera. El último partido de Robson como entrenador de la selección inglesa acabó en lágrimas. Pero no serían las últimas que Alemania haría versar a los aficionados ingleses.

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