Si hubiera que resumir la historia de la Premier League en términos de rivalidades personales, dos han sido las que han moldeado el curso de la liga desde su creación en 1992.
En primer lugar, la que mantuvieron Sir Alex Ferguson y Arsène Wenger desde la llegada del francés en 1996. El técnico escocés vio amenazada su recién obtenida hegemonía e identificó rápidamente a su homónimo alsaciano como su principal rival. Desde la aparición de Wenger, Arsenal y Manchester United se repartieron los títulos de liga durante una década. Hasta 2005, en que hizo acto de presencia José Mourinho y dio origen a la segunda rivalidad que ha marcado a fuego la historia de la Premier League.
Desde Don Revie y Brian Clough resulta encontrar en el fútbol inglés dos entrenadores que hayan experimentado un odio tan visceral hacia su rival como Wenger y Mourinho. Y, sin embargo, la historia podría haber sido totalmente diferente si una serie de malentendidos no se hubieran cruzado en su camino.
Igual que le había sucedido a Ferguson con Wenger, el técnico francés sintió que la irrupción de Mourinho venía a alterar un status quo en el que se sentía cómodo. Además, el portugués no aterrizó en el país para dirigir cualquier club, sino el club recién adquirido por el magnate ruso Roman Abramovich. El nuevo propietario del club no escatimó en gastos para convertir al club londinense en una potencia emergente. Algo que Wenger siempre criticó calificándolo como “doping financiero” y que determinó la posición del francés a favor de las normas de juego limpio financiero.
Los desencuentros entre Mourinho y Wenger comenzaron en octubre de 2005. Tras unas intrascendentes declaraciones del segundo sobre el Chelsea, Mourinho se lanzó sobre el cuello de su rival. “Creo que es una de esas personas que es un voyeur”, afirmó el portugués en respuesta. “Le gusta mirar a los demás. Hay tipos que tienen grandes telescopios en sus casas para ver lo que hacen las demás familias. Se pasa el día hablando sobre el Chelsea. No sé si es que quiere mi trabajo, no lo sé. Adora al Chelsea”.
Nada más llegar al Arsenal, una década antes, los pérfidos tabloides ingleses se hicieron eco de unas acusaciones infundadas de pederastia contra Wenger que dañaron al francés en lo más hondo de su ser. Así que Mourinho usara la palabra “voyeur” resultó especialmente doloroso para Wenger. Y jamás se lo perdonó.
La semana siguiente, un reportero tuvo la pésima idea de preguntarle a Wenger si realmente tenía un telescopio en su casa. Lo cual desató la caja de los truenos. “Está fuera de lugar, desconectado de la realidad y es irrespetuoso”, dijo Wenger. “Cuando le das el éxito a gente estúpida, en ocasiones les hace todavía más estúpidos en lugar de más inteligentes”.
En diciembre de aquel 2005, Mourinho decidió enterrar el hacha de guerra. El portugués envió una tarjeta para felicitar la Navidad a los 19 técnicos de la Premier League pero en el caso de Wenger adjuntó una nota disculpándose por su desafortunado comentario sobre el voyeurismo del francés. Pero un nuevo malentendido acabaría condenando al fracaso el intento de reconciliación.
Algún empleado del Arsenal llamó al Chelsea para comprobar la veracidad de la tarjeta enviada por Mourinho. El portugués montó en cólera cuando tuvo conocimiento de la llamada y se negó a darle la mano a Wenger cuando Arsenal y Chelsea se enfrentaron el 18 de diciembre.
La partida de Mourinho en 2007 hizo que las aguas volvieran a su cauce. El portugués llegó incluso a expresar su convencimiento de que su enemistad era cosa del pasado: “[Wenger] es un buen tipo, le he visto varias veces desde que me fui, en reuniones organizadas por la UEFA, en la Copa del Mundo, en la Euro. No creo que vuelva a haber problemas entre nosotros”. Qué equivocado estaba.
Curiosamente, las hostilidades se reanudaron el día de San Valentín de 2014. Mourinho estaba viviendo la primera temporada de su segunda etapa en Stamford Bridge y mantenía al Chelsea en la lucha por el título contra el Liverpool de Brendan Rodgers y el Manchester City de Manuel Pellegrini. Todos ellos adoptaron la misma estrategia mediática, la de rechazar todo favoritismo. Mourinho afirmó que, en la carrera por el título, el Chelsea no era más que un “caballo pequeño”. Rodgers recogió el guante y afirmó que “si el Chelsea es un caballo pequeño, nosotros somos el chihuahua que está entre sus piernas”.
El azar quiso que el partido 1.000 de Arsène Wenger al frente del Arsenal fuera precisamente contra el Chelsea en Stamford Bridge el 22 de marzo. En la rueda de prensa previa al partido, le preguntaron a Wenger qué opinaba sobre las declaraciones de los entrenadores candidatos al título. Sin referirse específicamente al Chelsea, el francés afirmó que le parecía que esas palabras transpiraban “miedo a perder”.
Mourinho, siempre presto a recoger el guante tendido por su archirrival, pronunció sus palabras quizás más recordadas en toda esta larga serie de desencuentros personales. El portugués tildó a Wenger de “especialista en fracaso”. Pero eso no sería lo más humillante para el francés sino el posterior 6-0 que el Chelsea le endosó a su equipo en la tarde en que André Marriner expulsó a Kieran Gibbs en lugar de a Alex Oxlade-Chamberlain.
Tras el encuentro, Mourinho no le dio la mano a su rival arguyendo que era su costumbre abandonar el partido segundos antes del pitido final. Los apretones de manos se han convertido en una rareza entre los dos hombres, como volvió a suceder en la Community Shield de 2015, cuando Wenger se hizo el sueco tras el encuentro para evitar saludar a su rival.
Solo una vez la sangre ha estado cerca de llegar al río. Fue en octubre de 2014, en el primer enfrentamiento de Cesc Fàbregas ante su exequipo con la camiseta del Chelsea. Tras una falta de Gary Cahill sobre Alexis Sánchez en la banda, cerca de los banquillos, Wenger saltó como un resorte para exigir al colegiado la expulsión del defensa del Chelsea y Mourinho se interpuso rápidamente en su camino, lo que provocó que Wenger le propinara un empujón que se convirtió en la comidilla de la prensa amarilla británica durante semanas.
Este sábado, los dos hombres se vuelven a ver las caras y esta vez lo harán en un escenario inusual, Old Trafford. El filósofo alemán Friederich Nietzsche afirmó que “no se odia más que a un igual o a un superior”. Quizás ese sea el origen de la profunda enemistad que une a Wenger y Mourinho de forma indeleble: cuando se miran a los ojos, ven a alguien que comparte la misma sed de victoria.