Que el mundo actual avanza a golpe de tecnología no es ninguna novedad transgresora. La obsolescencia se ha convertido en el estado más compartido por una sociedad que ha cambiado el papel por la pantalla. El mundo del fútbol también se ha subido al carro de la ciencia virtual y ha modernizado con ella todos sus pilares primordiales, desde botas, cuidados, tratamientos y entrenamientos, hasta arbitrajes, alcance y repercusión. Hace unas décadas era impensable que una plataforma como Twitter pudiera albergar casi más información sobre jugadores, partidos y resultados que la propia prensa digital. La red social es como un Maserati con una velocidad que el resto de vehículos deben resignarse a alcanzar para evitar perderse entre la sobreinformación diaria.
Sin embargo, fuera de esta burbuja tecnológica, la rutina tradicional de una jornada de fútbol seguía latente y daba un atisbo de esperanza a aquellos que han adoptado como religión su reticencia al fútbol moderno. Despertarse, vestirse, acudir al campo unas horas antes del comienzo del encuentro, comer un pie y una pinta y comprar el programa del partido antes de cruzar los torniquetes del campo. Una de las prácticas anteriores está en riesgo de cumplir sus últimos días con vida y la situación ha dividido opiniones en las islas británicas.
Sí, los programas de partido podrían desaparecer en la Football League y con ellos una tradición histórica de su fútbol. Las páginas web y las redes sociales han convertido a éste en un objeto para los más románticos de este deporte. El programa, una lectura obligada antes del pitido inicial que se convertía en la particular biblia del aficionado con ánimos de conocer con más detalle los puntos débiles y fuertes del rival, está a punto de echar el cierre. La caída en las ventas, su falta de rentabilidad y el impacto de la tecnología en el deporte han sido las claves a partir de las cuales muchos clubes han denunciado la obligatoriedad de su presencia en los partidos.
Los primeros programas, que datan del 1880, adoptaron una forma muy simple basada en una hoja con alineaciones, principales jugadores y sus posiciones. El Everton fue el primer club que los produjo con una relativa frecuencia. Costó que la sociedad británica abriera sus brazos a la propuesta y a la tradición, pero para 1960, su colección se había convertido en un culto particular y sin su existencia el fútbol no se entendía. Para cualquier aficionado al fútbol con tintes de melancolía en su personalidad, los programas les recordarían durante toda la vida los 90 minutos más grandiosos o insufribles a modo de álbum fotográfico.
Hoy en día, las funciones de éstos se han visto suplantadas por unas pantallas táctiles que proporcionan al aficionado la misma información, con detalles extra, con una inmediatez asombrosa y con coste cero. La EFL se reunirá este junio para votar, a petición de muchos clubes de la Football League, si continuar con la tradición o dejar que uno de los hitos de su fútbol pase a formar parte de la historia que ellos mismos albergan en sus páginas.

Como era de esperar, la causa ha dividido opiniones en el país. Mientras que unos piensan que se trata de una decisión correcta dada la burbuja tecnológica en la que nos encontramos, otros niegan con contundencia su marcha, apostando por el valor cultural y emocional de su contenido. La opinión más compartida por medios y periodistas es que su carácter anticuado no acompaña a la modernidad del ahora. El medio Birmingham Mail se hizo eco de los testimonios tanto de aficionados del Birminghan City como del Aston Villa. Muchos denunciaban el alto precio del programa, cercano a las cuatro libras esterlinas, razón que provocaba que gran parte de la afición decidiera no invertir su dinero en ellos.
“Es como estar de pie, beber Bovril caliente y comer pasteles de carne… una tradición más que se va al garete”, decía Rob Carpman para el medio británico. Algunos aficionados incluso proponían a sus respectivos clubes que incluyeran el precio del programa dentro del abono anual, “quizá si todavía compras uno por partido se podría incluir en tu abono de temporada por un coste reducido. Pero si sumas 30 partidos a una media de 2’50 libras, eso son 75 en total”, decía Steven Barrett. Algún aficionado del Birmingham defendía su existencia, “deshacerse de ellos sería una idea terrible. El programa se convierte en un recuerdo del partido al que has asistido y llevan consigo muchas memorias”.
La experiencia personal y cómo cada aficionado vive los partidos se convierte en clave en esta delicada situación. En mi caso particular, la costumbre de adquirir el programa se ha convertido en una obligación cada vez que viajo a Inglaterra. Es el primer paso antes de entrar al estadio y sé que siempre podré volver a leerlo cuando quiera rememorar el encuentro y los momentos vividos. No tengo la oportunidad de presenciar los partidos en directo muy a menudo, y es precisamente por esa razón por la que comprarlo me permite recordarme a mí misma que estuve allí, que fue real, y que más allá del resultado, fue una experiencia inolvidable. Siento que en diez o veinte años podré sacar la colección a pasear cada vez que la nostalgia me golpee con fuerza y recordaré así las ocasiones falladas, las remontadas y todos los detalles que acompañan a cada una de sus páginas.
El programa de partido es también una tradición que abuelos han pasado a nietos y padres a hijos, por lo que perderla sería una gota más en el vaso, a rebosar, de aquellos que quieren mantener vivos los pilares del fútbol de antaño. Ya sea por el dinero que muchos clubes pierden al fabricarlos o por la falta de interés en adquirir un conjunto de páginas con información compartida con mayor detalle en redes sociales, Inglaterra se debate y divide entre dejar ir uno de los elementos claves de su fútbol o dar un paso más hacia la modernización de éste. Pase lo que pase en junio, y más allá de la decisión que tome la EFL y los clubes implicados, éstos podrán continuar elaborando sus particulares programas a decisión propia. Si hay algo que los últimos años han demostrado, es que el fútbol ha iniciado una verdadera revolución a favor de la tecnología que parece no tener ni techo ni resentimiento en dejar atrás aquellos elementos del pasado que, cada vez con menos fuerza, se resignan a decir adiós sin dejar su particular huella.