Luis Fando

La granada de Griffin Park

Unos aficionados del Millwall quisieron mostrar su malestar tras unas declaraciones del meta del Brentford en los días previos al partido. Lo demostraron de un modo inusual, con unas formas un tanto bélicas.

Londres es uno de los puntos más emblemáticos en el viejo continente. Esta ciudad envuelta de mística y de tiempo impredecible esconde una cultura futbolística que va más allá de la vida diaria. Forma parte del ser de cada persona, en esos fines de semana donde los aficionados de diferentes equipos se encuentran en el metro mientras ponen rumbo a sus respectivos estadios. Un territorio donde el balompié clásico echó raíces hace más de un siglo. Pero fue en los sesenta cuando se empezó a popularizar una nueva subcultura dentro de este deporte. Poco a poco, en los estadios se ponían de moda las botas Dr. Martens -o sucedáneos más baratos-, camisas ceñidas con tirantes y cánticos simbólicos. Fue el estallido de la violencia en el futbol. Una moda con origen en las islas y que se exportó a una gran velocidad hacia el resto de Europa.

Cuando se aborda este fenómeno en el balompié es inevitable hacer referencia al Millwall, un club que siempre ha estado vinculado a los actos vandálicos de sus aficionados. Allá por la década de los sesenta, cada equipo de Londres tenía sus pequeños grupos violentos de aficionados, conocidos como ‘gang’ o ‘firm’. Pandillas de seguidores, la mayoría jóvenes, cuya principal finalidad era apoyar al club de sus amores, aunque muchas veces no lograban controlar su fervor exacerbado. Los seguidores más acérrimos del Millwall comenzaron a adquirir notoriedad allá por 1962 con lanzamientos de monedas y otros objetos que tenían a mano, o mediante cánticos ofensivos sobre diferentes figuras. Estos seguidores del club originario del área londinense de Isle of dogs (literalmente, la isla de los perros) proferían una especial aversión hacia los árbitros polémicos, los policías y los cancerberos, sobre todo aquellos de actitud soberbia.

Fue el 6 de noviembre de 1965 cuando se produjo uno de los episodios más recordados en las inmediaciones de The Old Den, el viejo estadio del Millwall; un suceso que aún se comenta entre las pintas previas al encuentro. El Millwall viajó a la zona de Brentford, al oeste de la ciudad. Era un derbi londinense, aunque bastante descafeinado por la lejanía entre ambos equipos. Entre ambos clubes no reinaba ningún tipo de rivalidad como la que podía existir con el West Ham o el Charlton. El conjunto del león en el pecho estaba en la zona alta de la Third Division (el tercer escalafón del fútbol inglés en la época) tras haber ganado un saco de encuentros en el tramo inicial y soñaba en voz alta con el ascenso a segunda división. Muchos seguidores de los Lions se desplazaron a Griffin Park, el coqueto estadio del Brentford, que goza de un tradicional estilo inglés con las clásicas vigas de apoyo ubicadas en medio de la tribuna principal. El portero del Brentford era Charlie Brodie, conocido por su arrogancia. Tal es así que lo apodaban ‘Chic’. Durante la semana previa al choque, hizo una serie de declaraciones para un medio deportivo donde aseguraba estar deseando pasar por encima del Millwall y sus seguidores. Demasiado incendiario.

Estas palabras llegaron al otro lado de la ciudad, a oídos de los hinchas más fanáticos. Unos cuantos de ellos quisieron hacer algo menos convencional que increparle con cánticos. Tal era su espíritu de innovación que un aficionado cogió una granada de la Segunda Guerra Mundial que tenía su padre guardada en el desván y decidió llevársela al partido. La idea era darle el susto de su vida al cancerbero del Brentford. Una forma bélica de mostrar su disconformidad. El incidente se produjo durante el ecuador de la primera mitad, mientras Charlie Brodie observaba el desarrollo del juego, ajeno a todo lo que se estaba planeando en el fondo de la afición visitante, que estaba a sus espaldas. Con gran vehemencia, el aficionado lanzó el artificio al césped con precisión milimétrica, ya que este cayó justo a los pies del guardameta. Brodie quedó ojiplático, pegó un grito y se marchó corriendo de la zona, preso del pánico. A continuación, un operario del estadio recogió dicho artificio y lo depositó sobre una caja repleta de arena. Afortunadamente, estaba desactivado, así que no representaba ningún peligro. Sin embargo, el suceso causó conmoción en la prensa, ya que fue uno de los primeros incidentes de este tipo en el fútbol inglés. Asociaron el suceso a un acto militar, casi terrorista. Sería uno de los primeros actos de gran polémica que protagonizó la hinchada del Millwall.

La vida de Charlie Brodie estuvo cargada de actos sobrenaturales. Anteriormente, su cabeza había recibido el impacto de pedradas e incluso largueros que se desplomaron encima de él. El suceso de la granada no fue el más sobrenatural, ya que en Colchester sufrió la agresión de un perro. Este pequeño can saltó al campo y se dedicó a corretear por el verde, formando parte del espectáculo. Tal fue su implicación que se estrelló en la pierna derecha de Chic mientras realizaba un potente sprint. La acción podría ser perfectamente parte de un sketch de comedia, pero el meta acabó con la rótula fracturada. Fue un otro día de perros en la vida de Charlie Brodie.

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Luis Fando