El Impresionismo es un estilo que debe ser observado en su conjunto. Cada pieza del género, si se mira con detalle, en lo más profundo y cercano del lienzo, pierde todo su sentido. No ser capaz de dar dos -o más- pasos hacia atrás, y enfocar tu mirada sobre todo el cuadro, le quita empaque a la creación del artista y a la clave del propio arte, que es la mezcla de detalles formando algo superior. Y el Arsenal, y su temporada, es un cuadro impresionista.
Si se analiza todo por separado, quedándose en los detalles más concretos y cerrados, la verdad se ve opacada por las circunstancias, ya sean adversas o internas, y el trabajo de Mikel Arteta se ve menospreciado. Una práctica habitual en el fútbol, el deporte más resultadista por excelencia. Si ganas, da igual cómo, puedes ser el mejor entrenador del mundo. Si pierdes, sin importar igualmente la manera, vas a ser el peor. No importa la forma, si no el resultado. Dan igual los medios, si se consigue el fin. Y aunque es lógico, hay ocasiones en que no debe ser así. El continente, al igual que el contenido, es también relevante.
Cómo un equipo juega, tanto en la victoria como en la derrota, es un gran indicativo del trabajo de un entrenador. Al igual que lo que podría conseguir -o haber conseguido- el equipo en una dimensión paralela. Donde la suerte, los dados de la fortuna, sí sonríen al protagonista de la tirada. Y es que lo que se haga desde la banda, las decisiones que tome la persona que está al mando de una plantilla, está encadenado a sus jugadores. La concepción que se tenga del entrenador es esclava del rendimiento general del equipo.
El Arsenal es una de las grandes decepciones de la temporada. El otrora denominado Big 6, que se parte y recompone a una velocidad vertiginosa, se está empezando a olvidar de los Gunners, dándoles la espalda a favor de la nueva normalidad de la Premier. Pero esto no es culpa de Mikel Arteta. Es más, él no ha hecho otra cosa que tratar de evitar su exclusión de la élite de Inglaterra.
Cuando el español sustituyó a Unai Emery en el banquillo del Emirates, el equipo vagaba por la media tabla sin ton ni son, sintiéndose como un David impotente ante los Goliath’s de la Premier. Un día no eran capaces de superar al Norwich y al día siguiente perdían humillantemente ante el Liverpool -o el Brighton-. Iban 10º, llevaban más goles encajados que realizados -27 en contra y 24 a favor-, y solamente habían conseguido ganar 5 partidos de 18, logrando 23 puntos de 54. La tarea que afrontaba Arteta era altamente complicada.
Tenía que devolver al club a donde perteneció en su momento -la Champions-, volver a hacerlo sentir una entidad importante en las islas, y disipar los fantasmas post-Wenger de un plumazo. Todo ello, con una plantilla completamente descompensada, con una defensa débil que tiritaba ante la mínima oposición rival, y que tenía muchos gallos de corral que solamente servían para anunciarse en un escaparate, pero no se arremangaban para pelear en el barro. Y aun con todo, la ilusión volvió a hacerse sentir en las gradas del Emirates Stadium.
En sus primeros 2 partidos se queda en 1 empate y 1 derrota, bajando hasta el 12º lugar, a la misma distancia del descenso que de Europa. Desde entonces, encadena 8 partidos en Premier sin perder, justo antes del parón por la pandemia. Además, seguiría avanzando en la FA Cup, consiguiendo clasificarse a las Semifinales ante el Norwich. Y en Europa League, una competición para la que eran claramente favoritos, caerían de manera injusta ante el Olympiacos por culpa de un mal partido de ida en el que nada salió como “debería” haber salido. Porque en el fútbol nadie “merece” ganar si es derrotado, pero sí que hay equipos perjudicados por la fortuna. Y es que el partido ante los griegos es la demostración de esta temporada del Arsenal.
Tras haber ganado 0-1 en Grecia, sucumbieron 2 a 1 en casa, en un encuentro que hicieron todo y más para ganar. Solamente dos fallos de Sokratis, Mustafi y David Luiz en el marcaje de dos jugadas de los helenos -un córner y un centro lateral- pudo acabar con ellos. Recibieron un gol en el minuto 53, marcador que no consiguieron equilibrar tras una segunda parte en que agobiaron a sus rivales. En la segunda mitad de la prórroga, una tremenda chilena de Aubameyang volvió a colocar al Arsenal con ventaja. Pero un nuevo tanto a la espalda de los centrales londinenses en el minuto 119 les apeó de la competición. Acabaron el encuentro con más de 2 goles esperados -los “expected Goals”, xG- a favor, y 1 gol esperado en contra. Es decir, si todo hubiera seguido lo “previsto”, habrían ganado el partido y pasado la eliminatoria.
Y lo mismo les ha pasado en la competición doméstica. Ante el Bournemouth, primer partido en el que estuvo en el cargo, acabaron 1 a 1. Y sus xG (expected goals) a favor fueron de 1’7, mientras que los de los chicos de Eddie Howe se quedaron en 1. Ahí fue donde perdieron, por así decirlo, 2 puntos. Dos semanas después, en Selhurst Park, también finalizaron 1-1. Sus goles esperados fueron nuevamente superiores a 1, con 1’3, mientras que los del Palace se quedaron en 0’4. Se repitió esta situación en su segundo partido en la vuelta de la Premier League, ante el Brighton, en donde perdieron a Leno y Maupay certificó su derrota en el último suspiro, por 1 a 2. Sus xG fueron de 1’3, y los de los Seagulls de 0’9. Y ya para acabar, ante el Leicester, que les quitó dos puntos también en el final del partido, los xG de unos y otros fueron de 1’7 y 1’5.
Han sido 7 los puntos que se les han escapado de las manos, si nos encontráramos en la dimensión que comentábamos al comienzo. De haber acabado los encuentros de otra forma, aún seguirían en la competición continental, y estarían en 6ª posición con 57 puntos, a una victoria de la Champions League, y con un puesto asegurado en Europa League la próxima campaña..
El fútbol, luego, es un deporte resultadista. Y lo que “podría haber sido” no tiene cabida en lo que “es”, pero ayuda a valorar con otros ojos, con mejores ojos, la labor de un Mikel Arteta que se encontró una tempestad digna de Noé y que ha conseguido capear el temporal lo mejor que ha podido. Aun contando con un barco que pierde agua por demasiados flancos.