Dicen que lo difícil no es llegar, es mantenerse. Aunque tenga mucho de tópico, también tiene mucho de verdad. El Leicester así lo ha demostrado. No porque fuese lógico que volviesen a competir por ganar la liga, sino porque debieron hacerlo mucho mejor de lo que lo hicieron el año siguiente. Mantenerse no, pero tampoco el bajísmo nivel que ofrecieron. Pero es que también esta es la cuestión: ¿cómo lograr que el siguiente paso después de lograr uno de los hitos más increíbles de la historia del deporte no sea una decepción? No es sencillo. El Leicester no supo hacerlo. Mismo entrenador y mismos jugadores a excepción de uno: N’Golo Kanté. Vale que era una la mecha que hacía despegar a Riyad Mahrez y Jamie Vardy, pero aun así. Con la ejecución de su cláusula, el Chelsea le convirtió un año después en un doble ganador de la Premier League. Él se marchó, ganando otra Premier; los demás se quedaron, llegando hasta ¡cuartos! de final de la Champions League.
Demostraron nuevamente que son capaces de hacer cualquier cosa sobre un terreno de juego. Lo cual no significa que lo vayan a hacer, pero tienen esa capacidad, casi paranormal. Llegaron a cuartos, aunque al mismo tiempo su andadura en liga se desmoronaba. El hecho de que se desmoronara aún más en los más de dos meses entre la fase de grupos y eliminatorias de Champions lo hizo todavía más sangrante. No tuvieron un arranque ni una primera mitad para el recuerdo en competición doméstica, pero también estuvo lejos de ser catastrófica. Cuando todo era simplemente borroso, la luz terminó apagándose con el cambio de año natural. Se convirtió en irreversible, provocando uno de los más desalentadores despidos que jamás hemos presenciado. Claudio Ranieri, «el eterno segundón», llegó a Leicester tras su mayor fracaso como entrenador: la selección griega. Nadie daba un duro por su nuevo equipo, menos todavía por él. Entonces todo cambió… como nadie pudo imaginar que lo hiciera. El Leicester empezó a ganar partidos y nunca dejó de ganarlos hasta ganar «la» Premier League. Increíble. El hombre del milagro.

Pero la realidad, el siguiente mes de febrero, nos terminó sacudiendo hasta el alma. Era injusto, su despido, pero al mismo tiempo lo correcto. Probablemente. La situación se le escapó de las manos. Un grupo de jugadores muy delicado, muy particular, muy específico. El momento fue mágico, pero no eterno. Ranieri se marchó, aunque no en el punto más bajo: justo después de reanimar una eliminatoria abocada al desastre. Un 2-0 abajo en Sevilla, en octavos de final y, de repente, un gol de Jamie Vardy cuando nadie lo esperaba. Aunque pírrica en comparación, una nueva muestra de lo que eran capaces. No suficiente para Ranieri, pero sí para el equipo. Craig Shakespeare recibió las riendas, sabía la tecla que hacía falta tocar. No hacía falta más. Y remontaron en la vuelta contra el Sevilla para vivir esa «magia» otra vez. Redirigieron el rumbo en liga para mandar el descenso al infierno. En Champions, en cuartos, casi lo volvieron a hacer, compitieron hasta el final contra el Atlético de Madrid. Pero esa vez ya fue demasiado. Eliminados cayeron, mientras el sol de su nuevo amanecer salía por el horizonte.
Habían sido campeones de liga, todo se les vino abajo la siguiente temporada, aunque terminaron salvándola; era el momento de volver a conocer al Leicester. ¿Quiénes eran, de dónde habían venido y a dónde iban a ir? El nuevo amanecer brilló, entusiasmó con un nuevo mercado de fichajes que fue tildado de éxito. Aunque también lo había sido el de 2016, sobre el papel, cuando a la práctica todavía no había dado tiempo de aplicar. La realidad acabó contradiciendo a teoría. ¿Volvería a suceder? No era ese el único factor. La salida de nuevo del sol animó a todos. Incluidos los dueños del Leicester, que se dejaron llevar. Sabían, en el fondo, que convertir en líder a título definitivo a Craig Shakespeare era un error. Lo hicieron con reticencia, pero lo hicieron. Un magnífico preparador y un magnífico integrante de un cuerpo técnico, pero probablemente no el número ‘1’. Así se vio reflejado con el comienzo de la temporada. Que la luz se encendiera definitivamente, tras el chispazo final en el último tramo de la campaña anterior, requería pulsar más que una sola tecla.

No dio mala imagen aun así el Leicester, derrotado por su difícil calendario. Sin embargo, tampoco dio mala imagen tras ganar la liga. Dio una imagen mejorable tras ganar la liga y lo volvió a hacer ahora. Los dueños del Leicester decidieron cortar por lo sano, despejaron su vista y fueron en busca de un entrenador que sí pudiese enseñarles el camino. No transmitieron mucha seguridad con declaraciones del tipo «queremos un gran nombre». Pero entonces dieron con la respuesta: Claude Puel. Inesperado, por razones que han demostrado ser equivocadas. «Muy defensivo», fue la turra que dieron muchos aficionados del Southampton, al quizás no querer comprender el nivel real de sus jugadores de ataque. «Al comenzar el proceso de selección, la atención de Claude por el detalle, su conocimiento de nuestra plantilla y visión para ayudar al club a realizar su potencial, le hicieron resaltar pronto como sobresaliente candidato «, dijo el vicepresidente del Leicester, Aiyawatt Srivaddhanaprabha, tras anunciar su contratación. Las razones por las que resaltó para los dirigentes del Leicester eran las correctas. Un flojo final de temporada en Southampton había manchado de manera excesiva, a ojos del público, el currículum de un excelente entrenador de fútbol.
Campeón de liga en Francia con el AS Monaco y semifinalista de la Champions League con el Olympique de Lyon, fue tras lograr la también impresionante hazaña de llevar al Niza a la cuarta posición en liga, cuando se ganó la oportunidad de probar en la liga de fútbol más lucrativa del mundo. Sucediendo a quienes habían demostrado ser otros dos muy buenos entrenadores (Mauricio Pochettino y Ronald Koeman), Southampton parecía un muy buen destino. Es cierto que había que lidiar con la venta masiva de sus mejores jugadores, pero aterrizaba en un club con una estructura envidiable. Jamás fue cuestionado, logrando mantener más o menos la línea ganadora de sus predecesores y llegar a una histórica final de Copa de la Liga. Ofrecieron una enorme pelea en la final, pero finalmente no pudieron contra el Manchester United (3-2). A partir de ahí, el equipo (empeorado notablemente con las marchas el verano anterior de Sadio Mané, Victor Wanyama, Graziano Pellè…), no volvió a carburar en exceso. Tampoco le hacía falta: evitar el descenso, un objetivo algo menospreciado en el entorno del club, se había logrado con solvencia (8º puesto final en liga).
Desde la directiva, aun así, y desde la grada, no habían quedado del todo satisfechos. Queriendo volver a la idealizada época, justificadamente o no, de Mauricio Pochettino, dejaron marchar a un Puel con quien no terminaron de conectar para incorporar a otro Mauricio, Pellegrino en esta ocasión. Todo ello hizo del Southampton-Leicester del pasado miércoles un partido muy especial. Puel en Leicester había llegado un sitio donde la materia prima estaba presente, a un sitio donde, no lo olvidemos, habían levantado una liga 18 meses antes. Era cuestión de encontrar nuevas sinergias y dinámicas para que el equipo volviera a florecer y brillar lo más que pudiese Lo hizo desde el minuto uno, el técnico francés. Muchas veces se confunde saber organizar una defensa con ser defensivo. De hecho, Puel dispone de una faceta que comparte con muchos entrenadores de élite: saber organizar una defensa siendo un entrenador de carácter predominantemente ofensivo.
En Leicester, con un Schmeichel siempre fehaciente bajo palos, la defensa con Simpson, Morgan, Maguire (en vez de Huth), y Fuchs y/o Chilwell, vuelve a ser respetable; los centrocampistas, ahora Vicente Iborra y Wilfred Ndidi, vuelven a ser capaces de torpedear a sus contrincantes y lanzar a sus compañeros de ataque, aunque la esperada incorporación del portugués Adrien Silva en enero aumentará la competencia y debería dar al equipo un salto de calidad en ese último apartado; y ellos, sus compañeros de ataque, Albrighton y/o Demarai Gray (prometedor pero también un jugador disperso del que Puel está sacando lo mejor como hizo en Southampton con Nathan Redmond o, en un caso más extremo, con Ben Harfa en Niza), Okazaki, Mahrez y Vardy, vuelven a ser fueras de serie; vuelven a ser demasiado para la retaguardias rivales. Aunque tampoco han logrado con Puel un pleno de victorias, 17 puntos de 27 es un bagaje más que reseñable y que, además, les sitúa como uno de los favoritos para quedar séptimos. Y en Southampton, destrozaron, pero destrozaron a los locales para reivindicar definitivamente su nuevo entrenador. Un muy buen entrenador, gracias a quien, en una habitación en la que todo se había convertido en borroso y oscuro, la luz se ha vuelto a encender.