Volvía Ole Gunnar Solskjaer al Camp Nou dos décadas después de haber abrazado la gloria con el Manchester United. Esta vez lo hacía con traje, corbata y posibilidades serias de clasificar a los Red Devils para las semifinales de la Champions League. Serias porque los ingleses llegaban vivos a la Ciudad Condal. El Fútbol Club Barcelona, menos en un tramo de dominio local, hizo méritos suficientes para conseguir una renta más amplia en el partido de ida. El tanto culé ya entraba dentro del encuentro imaginado por Solskjaer. El resultado ofrecía ciertas esperanzas a los ingleses, que habían salido casi indemnes de la primera batalla. El técnico noruego quería jugarse la temporada en el Camp Nou, donde los minutos se hacen eternos y las porterías diminutas.
Como decía el noruego en la previa: “En el fútbol todo puede pasar”. Y él se iba a encargar de demostrarlo haciendo una lectura táctica correcta de lo que necesitaba su equipo pero con Phil Jones en la zaga como contraprestación. Era de esperar que los Red Devils se parapetasen en campo propio para luego encomendarse a sus tres totems ofensivos: Marcus Rashford, Jesse Lingard y Anthony Martial.
En el fútbol se puede suplir la falta de talento con amplias dosis de determinación. Como hizo Rashford estrellando el balón en el larguero cuando el Barça todavía no se había desperezado. El United salió en tromba, como cuando se abre una presa y el agua brota con virulencia y sin control. Adiós al guion preestablecido. Ernesto Valverde observaba como los ingleses, contra todo pronóstico, sometían a los azulgrana. Solskjaer, en cambio, sonreía a su banquillo al ver que su planteamiento había sorprendido a uno de los máximos aspirantes a levantar la Orejona. Había cierto aroma al United de Sir Alex Ferguson.
Todo era demasiado bonito para los ingleses. Su gol podía haber llegado ya en varias ocasiones, el Barça no estaba siendo capaz de atar en corto a las puntas de lanza del United, que tiraban desmarques de forma perpetua y siempre encontraban la espalda de la zaga catalana. Incapaces de culminar sus frecuentes opciones tarde o temprano iba a llegar el turno para el Barça, al que le despitaron un penalti después de que Felix Brych visualizara la jugada en su monitor.
Leo Messi apareció cuando más lo necesitaba el Barça. El rey absoluto de todo. Hasta cuando es con la pierna mala, si es que tiene de eso. Dos recuperaciones del argentino que terminaron en el balcón del área con un par de disparos rasos, uno con cada pierna, que sorprendieron a David de Dea. El primero por la potencia y precisión de la ejecución; el segundo por lo blando que iba el balón, que se escurrió bajo los brazos del guardameta español al mismo tiempo que la eliminatoria.
Messi estaba desatado. Sus gestos técnicos retrataban las carencias de un United incapaz de reestructurarse a través del balón, que el Barça le cedió amablemente en los momentos adecuados. Los ingleses querían correr, subir las pulsaciones del partido con ataques al espacio de sus hombres ofensivos y una presión asfixiante. La creación de Solskjaer, sin embargo, había dejado de tener sentido en el momento en el que todo empezó a girar en torno a Messi. Como Phil Jones — que lucía un aparatoso vendaje en la cabeza, como si se hubiera agachado a atarse los cordones y al levantarse se hubiera dado con todo el pico de la mesa — en una acción en la que no pudo contener al argentino y De Gea, esta vez sí, apareció en la misma línea de gol para evitar el tercero.
El segundo tiempo comenzó más tranquilo para el Barça. El United estaba sometido, no llegaban a ningún balón. Arthur domó a las fieras del United, mucho más mansas y perdidas que de costumbre. Paul Pogba, que no ganó ningún duelo contra sus pares, se desplazaba por el campo con resignación y Rashford, como un flan, no controlaba ningún balón. Los azulgrana habían desdibujado al Manchester United de un plumazo.
En este contexto, en el que los pupilos de Solskjaer estaban desbordados presionando al hombre sin resultado, Messi trazó el pase largo para activar a Jordi Alba, que dejó el cuero de primeras a Philippe Coutinho. El brasileño tuvo tiempo para acomodarse en tres cuartos de cancha para sacar el látigo a pasear y poner su reconocida firma en forma de misil por la escuadra del Camp Nou. Todo ello sin contestación por parte de los Red Devils.
Marc André Ter Stegen hizo su aparición cuando el Barça ya había decidido que el partido debía morir. Alexis Sánchez llegó en plancha a un centro lateral para conectar un soberano testarazo para el que el alemán tenía una gran parada reservada. A contra pie, a una mano y con la misma humildad con la que utiliza el metro de Barcelona: “Tampoco ha sido para tanto”, le decía a Jordi Alba.
Volviendo al inicio, razón no le faltaba a Solskjaer. Todo es posible en el fútbol si Messi juega en tu bando. Para desgracia del United (y de todos los rivales en general) el argentino va de azulgrana. La eliminatoria cayó para el Barça, como era de esperar. Es complicado, por no decir imposible, salir ileso del Camp Nou y el buen planteamiento del preparador noruego quedó en nada en el mismo momento que sus tres espadachines no culminaron jugadas que valían eliminatorias. La profecía de Solskjaer pudo ser correcta y estuvo a punto de ocurrir, pero contra el Barça siempre hace falta algo más que una simple suposición.