Recuerdo un Huddersfield Town – Leeds United del pasado febrero que los Terriers ganaron con un gol en el último minuto. Su entrenador, David Wagner, corrió medio campo para saltar sobre la piña que sus jugadores hacían. Mientras volvía a su zona técnica, Garry Monk, su homólogo en el Leeds, le empujó con el hombro e inició una trifulca que se saldó con ambos expulsados mientras el John Smith’s Stadium coreaba el nombre de su mánager. Había algo de rompedor en ese grupo que enganchaba. Aquel día pasé de seguir con interés su progreso a apoyar su ascenso, que se confirmaría más tarde en Wembley. Me habían convencido definitivamente.
A dos horas y cuarto en coche de distancia, a Tony Pulis le importa un carajo el mundo. Le dan igual el juego de posesión, los fichajes millonarios, el VAR y el Brexit. Al inglés el West Bromwich Albion no le ha ofrecido demasiadas posibilidades para reforzar la plantilla y él, sabedor de que es un MacGyver del fútbol, se ve capaz de levantar un refugio con pegamento y un par de piedras. Aunque por el camino no deje títere con cabeza entre los puristas del juego de toque, todo vale mientras la suya siga sobre sus hombros.
Wagner y Pulis se miran hoy desde lo alto de la tabla después de que ambos hayan sumado seis puntos de seis posibles en las dos primeras jornadas. Sólo el Manchester United ha arrancado con la misma efectividad. Huddersfield y West Bromwich son dos equipos diametralmente opuestos entrenados por dos tipos que no se parecen en nada, salvo en lo más importante: son unos malditos locos. Y ganan.

En una Premier League transformada por ideas foráneas –trece entrenadores son extranjeros y sólo siete son británico–, Pulis es el único que cree en la tozudez inglesa como estilo de juego. La liga ha cambiado radicalmente a su alrededor, pero no él, por mucho que le consideren un viejo demente a medida que pierde pelo y se arruga su piel. El idioma de su fútbol es el inglés y nadie le va a convencer de los beneficios de aprender español, alemán o italiano. Wagner, en cambio, surgió en el contexto contrario: mientras la élite ha sido tomada por los extranjeros, el libro de estilo de la Championship es el de toda la vida –diecisiete técnicos británicos; apenas siete de fuera–. La ley del más fuerte en una liga que también es bonita por bruta. El alemán observó la categoría de plata y se dio cuenta de que ese estilo le aburre. Él quería que su equipo fuese rock & roll. Meses después, ascendieron contra pronóstico a la Premier.
Desde dos concepciones distintas, Pulis y Wagner se entienden. Porque ambos han llegado a la temporada 2017/2018 por caminos diferentes, pero como dos outsiders a contracorriente. “El Huddersfield mola, pero no le da para mantenerse”, decían unos. “Este año ni siquiera Pulis puede salvar al West Brom”, mantenían otros –entre ellos quien escribe estas líneas–. Aún queda un mundo de 36 jornadas, sí, pero en apenas dos semanas han puesto todos los pronósticos pesimistas en duda. No sólo han ganado, sino que lo han hecho siguiendo sus convicciones. Pocos equipos pueden presumir de tener sus ideas claras tan temprano y eso, en una liga que no regala ningún punto, tiene recompensa.
Wagner transmite con su juego la misma pasión con la que celebró aquel gol ante el Leeds. Su Huddersfield es expeditivo con el balón, valiente sin él y un verdadero entretenimiento para el espectador. Cualquiera diría que nunca antes habían pisado la Premier League cuando salieron a devorar a Crystal Palace y Newcastle United para ganar 0-3 y 1-0. Con razón llegaban con la etiqueta de tarados. ¿Acaso no lo está un equipo que ha ascendido con más goles en contra (58) que a favor (56)? ¿O que decide preparar la temporada en una isla desierta con tiendas de campaña? Ellos, encantados de portar ese estatus, han pulido los defectos de su demencia para quedarse en la élite. Prueba de ello es que su contador de goles en contra aún está por estrenar.

No sé adónde se llevó Pulis a sus chicos en pretemporada, aunque sospecho que él prefiere una playa de Benidorm por la que pasear en chanclas y calcetines. Simplemente elige el camino contrario a Wagner para ser igual de cool. También ha ganado sus dos partidos, pero lo ha hecho con un estilo tan difícil de digerir como efectivo: ambos por 1-0 y con una media de 30,4 % de posesión. No se me ocurre nada más alternativo en el fútbol que cederle casi el 70 % del control del balón a un equipo como el Burnley. Hasta un pudding de cemento me parecería más suave que el gran Tony.
Tan diferentes y, a fin de cuentas, tan semejantes. El poder igualitario de los puntos y la clasificación tiene con Wagner y Pulis una forma de enseñarnos que se puede ser un genio de muchas maneras. El camino es largo y la Premier, dura. Pero ver desde el principio cómo dos equipos pequeños funcionan da vida a la competición. Y lo más importante: sus entrenadores lo hacen siendo fieles a sí mismos. Que se mueran los demás. Estar loco no está tan mal.