El despido de Craig Shakespeare se hizo oficial este martes 17 de octubre pero lo cierto es que el entrenador inglés estaba sentenciado desde el 14 de junio, el día en que se hizo público el calendario de la Premier League 2017-18. Aquel miércoles supimos que en las primeras seis jornadas, el Leicester se enfrentaría a Arsenal, Manchester United, Chelsea y Liverpool.
Como era previsible, los Foxes perdieron esos cuatro partidos (aunque todos por la mínima a excepción del 2-0 en Old Trafford ante el Manchester United) pero no fue en realidad eso lo que condenó a Shakespeare. Lo cierto es que los dueños tailandeses del club jamás confiaron en el técnico inglés y lo consideraron como poco más que un interino condenado a abandonar su puesto más pronto que tarde.
Desde que compraron el club en el verano de 2010 tras tres años como patrocinadores principales, el Leicester ha tenido seis técnicos permanentes. El despido de Paulo Sousa apenas dos meses después de su llegada a las Midlands ingleses estableció el tono en cuanto a la longevidad de los entrenadores en el banquillo local del King Power. Tras un año de Sven-Goran Eriksson, regresó al club Nigel Pearson, que ya había llevado a los Foxes al título de League One en su primera etapa entre 2008 y 2010.
Pearson ha sido el técnico más longevo de la era tailandesa en el Leicester. Casi cuatro años durante los cuales Pearson logró el ascenso a la Premier League y una milagrosa salvación repleta de polémica y controversia, como cuando insultó a un aficionado local en la grada, llamó «avestruz» a un periodista o aplicó una llave de judo a James McArthur, el jugador del Crystal Palace, en la banda.
Ni siquiera Claudio Ranieri, artífice del título más legendario de la historia de la Premier League, logró esquivar la guillotina asiática y alcanzar los dos años en el cargo. Fue entonces cuando entró en escena Shakespeare, un parche entendible en el momento pero que no debería haberse prolongado hasta esta temporada. Su situación guarda similitudes con la de Roberto Di Matteo en el Chelsea: una solución inicialmente provisional que se convierte en permanente a fuerza de éxitos pero que estaba destinada al fracaso a medio plazo.
Si la Copa de Europa no salvó a Di Matteo de un mal inicio la temporada siguiente, la eliminación del Sevilla en octavos de la Champions no ha permitido a Shakespeare conservar su puesto más allá de la octava jornada de liga. Porque el inglés no fue más que una solución provisional útil que no debería haberse prolongado más allá del verano.
Shakespeare, miembro del cuerpo técnico de Nigel Pearson y posteriormente de Claudio Ranieri, acabó ocupando un puesto por encima de su preparación por azares del destino. Shakespeare fue un apoyo importante para Pearson y Ranieri porque su carácter afable y dicharachero le convirtió en un tipo cercano a los jugadores, que le utilizaban como canal de comunicación con el entrenador. Pero Shakespeare no tiene madera de líder ni la capacidad táctica o de innovación para dirigir un equipo en la Premier League, quizás la liga del mundo que reúne en los banquillos una mayor colección de mentes clarividentes.
A pesar de los refuerzos de este verano (Harry Maguire, Vicente Iborra, Kelechi Iheanacho) y la continuidad de sus principales estrellas (solo Danny Drinkwater se marchó en Deadline Day), Shakespeare ha sido incapaz de encontrar la mejor forma de potenciar las fortalezas de su plantilla. Como el curso pasado cuando heredó un equipo herido, su receta ha sido mantenerse fiel al 4-4-2 y a los automatismos que llevaron al Leicester al título de liga en 2016. Pero eso es como intentar pagar con pesetas en 2017: que funcionara hace veinte años no significa que funcione ahora.
Sin Drinkwater ni el lesionado Iborra, Shakespeare no ha sido capaz de encontrar un compañero idóneo para Wilfried Ndidi en la medular. Ni ha dado oportunidades a Demarai Gray a pesar del flojo rendimiento de Marc Albrighton. Ni ha logrado aliviar la vardydependencia ofensiva del equipo. El delantero inglés ha marcado cinco de los diez goles del equipo en este arranque de liga. Su inseparable compañero Shinji Okazaki ha anotado otros tres. Islam Slimani y Kelechi Iheanacho todavía no se han estrenado. Ahmed Musa ni siquiera ha debutado en liga.
Los dueños del club afrontan ahora una decisión crucial para el desarrollo de la temporada, cuyo objetivo ya no es otro que evitar el descenso (el equipo está decimoctavo con solo seis puntos, a dos de la salvación) pero, sobre todo, para el medio plazo. Es momento de sentarse con calma y tomar una decisión razonada y meditada en función de la plantilla actual, del estilo de juego del club y de las aspiraciones futuras.
Considerando todos esos factores, un entrenador británico de la vieja escuela tendría sentido. Los nombres de Sam Allardyce, Chris Coleman, Sean Dyche o Alan Pardew han sonado con fuerza estos días. Aunque quizás la mejor solución esté en la casa. Michael Appleton, segundo de Shakespeare, sería un nombramiento valiente, incluso arriesgado, pero inteligente.
Appleton, miembro del cuerpo técnico de Roy Hodgson en el West Brom y posteriormente entrenador de clubes de divisiones inferiores como Portsmouth, Blackpool o Blackburn, demostró en el Oxford United una visión táctica poco común en los entrenadores patrios. Con el modesto equipo de Oxfordshire logró el ascenso a League One, donde se convirtió en uno de los equipos más vistosos y agradables de ver de la categoría. Tras tres años allí, renunció este verano para incorporarse al cuerpo técnico de Shakespeare. Quizás, a los 41 años, tras varias experiencias como primero y segundo en diferentes categorías, se ha ganado la oportunidad de demostrar sus capacidades en la Premier League.