Aún conservan intacta su emoción las imágenes del Leicester City levantando el trofeo de campeón de liga en 2016. Ver a un equipo de buscavidas rebelarse contra el establishment bajo el lema «We are fearless» («No tenemos miedo») unió al mundo ante las pantallas para presenciar un milagro inédito en la historia de la Premier League. Pero aquel día también un drama pasó desapercibido entre tanto champán. Sobre el escenario, junto a sus compañeros y ante su afición, Matty James fingía su mejor sonrisa.
«Sentí que no merecía estar ahí. Si preguntas a Danny Drinkwater, después de levantar el trofeo de la Premier League me abrazó y empecé a llorar. No dejaba de llorar porque no pintaba nada ahí». En una entrevista concedida a The Guardian, James revive aunque duela el contraste de emociones que vivió esa tarde. A diferencia de la mayoría, no tenía una medalla colgando de su cuello: según la normativa de la competición, sólo aquéllos que hayan participado en un mínimo de cinco jornadas tienen derecho al metal. A él su tormento ni siquiera le había dejado saltar al campo.
Apenas un año atrás, las cosas iban bien para Matty. ‘Joven del Año’ del Leicester City en 2014, había ascendido a la Premier League con los Foxes y no había perdido su titularidad en la máxima categoría. Todo seguía un camino ascendente hasta que mayo marcó un punto de no retorno. En partido de liga contra el Southampton, un mal movimiento de rodilla se llevó por delante su articulación y se rompió el ligamento cruzado. Unos nueve meses de baja y adiós al inicio de la campaña 2015-2016, pronosticaron los médicos. Ni el Doctor House hubiera predicho que pasarían más de dos años hasta que el centrocampista volviese a ser titular con el club.

Infinitas sesiones de trabajo en la sombra después, James incluso acortó los plazos y quiso probarse tras ocho meses fuera en un partido de reservas en Blackburn. El campo no estaba en buenas condiciones y se dañó el menisco: más semanas lesionado y segunda visita al quirófano. Mala suerte, sí, aunque aún había esperanza para no hablar de maldición. Todavía se podía pensar que «son cosas que pasan». Vuelta al gimnasio.
Mientras el Leicester City asombraba al planeta victoria a victoria, James se puso como meta retornar antes de que terminase la histórica temporada de su equipo. Su cuerpo, sin embargo, tomaba una y otra vez el camino opuesto a sus objetivos: tras un repentino e intenso dolor en la rodilla, los médicos descubrieron que se habían soltado anclajes colocados en su rodilla durante la operación del cruzado. Otra mina más en su moral y un cruel atropello a su optimismo. No quedó otra que optar por la tercera intervención quirúrgica en diez meses.
A pesar de todo, Matty llegó apto a las últimas fechas del curso 2015-2016. Vivió la mítica fiesta en casa de Jamie Vardy tras proclamarse campeones gracias a un empate del Tottenham Hotspur, y entonces vio por fin una oportunidad. Aún quedaban dos jornadas irrelevantes con el título ya decidido, así que era una ocasión perfecta para retomar el contacto con la competición. Para su desgracia, Claudio Ranieri no pensaba igual. El técnico italiano no le concedió ni un minuto y concluyó la temporada sin debutar. «Creo que todo el cuerpo técnico y la plantilla querían que tuviera al menos cinco minutos, pero Ranieri no lo entendió. Viajé con el equipo para jugar contra el Chelsea, pero mi camiseta no estaba en el vestuario«, desveló a The Guardian. Había sido un fantasma en el año más bonito jamás vivido por el Leicester City. Como él mismo lamentó, «yo iba cuesta abajo y el club en la dirección opuesta«.
¿Había tregua por fin con los problemas? El parón de verano era perfecto para apuntalar su recuperación y empezar a parecerse al centrocampista que fue. La rodilla no había vuelto a dar noticias lapidarias. ¿Llegaba el momento de centrarse por fin en el balón? Matty recibió de parte de su organismo un «y una mierda» como respuesta.
En plena pretemporada, una piedra en el riñón pasó al primer puesto en la interminable lista de preocupaciones de James. Las complicaciones a la hora de expulsarla le obligaron a medicarse durante varias semanas, hasta que un dolor intenso en el órgano desveló una grave infección que le mandó directo al doctor. Meses atrás, había estado en rehabilitación mientras sus compañeros ganaban la liga. Ahora estaba ingresado en un hospital de Mánchester y la plantilla volaba a Los Ángeles para preparar el curso.
Aunque a nadie le sorprendió después de tal sucesión de desgracias, Ranieri sentenció a James cuando le comunicó que no estaba inscrito en la lista para la Champions League del Leicester. Conoció la decisión el 31 de agosto, último día de mercado, sin margen para buscarse la vida. Estaba condenado a no jugar hasta la ventana de traspasos de enero. Ranieri sólo le concedió una aparición el 10 de diciembre, en los minutos de descuento del Leicester City 4-2 Manchester City. Su presencia fue anecdótica, pero la ovación con la que su afición le dio la bienvenida tuvo un valor incalculable. Al menos para curar alguna de esas heridas que van por dentro y no se ven. Ésas que no se cierran operando y cosiendo.
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La Championship, para algunos jugadores un cementerio y para otros la salvación, tendió su mano a James en invierno. El Barnsley incorporó al medio en régimen de cesión hasta final de temporada y —spoiler— se acabaron las desgracias. Allí disfrutó de la confianza que tanto tiempo había estado buscando y completó 18 partidos con los Tykes. Sin recaídas. Estaba de vuelta.
Puede que muchos ni se dieran cuenta de la travesía por el desierto que había detrás del nombre de Matty James cuando apareció en la alineación titular del Leicester City en la primera jornada del curso 2017-2018 contra el Arsenal. Terminó la temporada con el Barnsley, firmó un nuevo contrato de cuatro años con los Foxes y Craig Shakespeare le consideró por fin uno más. Tras 865 días de lucha, volvió a ser titular en la Premier League.
«He sufrido tanto dolor que lo recordaré el resto de mi vida», dice. Se ha ganado que ese ejercicio de memoria también lo hagan los aficionados cuando le vean sobre el campo: pocos han sacado adelante sus carreras ante semejante bombardeo físico y mental. Y por eso pocos se merecen más que él disfrutar de una maldita vez de lo bueno del fútbol.