Hay personas tan desgraciadas que, incluso cuando ganan, pierden. El West Bromwich Albion contrató un viaje a Barcelona para la semana del 12 al 18 de febrero porque estaba convencido de que no tendría ningún compromiso oficial el fin de semana del 17 y 18. Su rival en los dieciseisavos de la Copa era el Liverpool en Anfield. El estado de forma del equipo no invitaba al optimismo y el cuerpo técnico pensó que podrían aprovechar esa semana para fomentar la unión del equipo y liberar algo de la presión que implica ser el colista de la Premier League.
Pero, contra todo pronóstico, el West Brom ganó 2-3 en Anfield y el sorteo quiso que recibiera al Southampton en octavos de final el sábado 17. De repente, el viaje a Barcelona se había convertido en un problema, encajado entre el partido contra el Chelsea de liga del lunes 12 y el de los Saints del sábado siguiente. Aun así, Alan Pardew decidió que sería buena idea pasar tres días en Barcelona. No lo fue.
El equipo reservó una planta entera en el hotel The One, un establecimiento de cinco estrellas situado en el corazón de la ciudad condal, a tiro de piedra de la Casa Milà de Antoni Gaudí y el Paseo de Gracia, y a un cuarto de hora de la plaza Catalunya y el inicio de Las Ramblas. Una elección extraña considerando que no existen campos de entrenamiento cerca. Aunque, aparentemente, esa no era la prioridad del equipo durante su estancia en Barcelona.
El primer día, Alan Pardew reunió a sus muchachos para pedirles que se comportaran correctamente y recordarles sus obligaciones como deportistas profesionales. Esa misma noche, el técnico del West Brom salió a cenar con su cuerpo técnico y familiarizarse con la noche barcelonesa. El resultado fue que volvió a altas horas de la madrugada con unas copas de más, sin móvil ni cartera. El personal de recepción del hotel tuvo que abonar el taxi.
No es precisamente un comportamiento novedoso el del técnico inglés. En España conocen bien su afición a la noche. Cuando era técnico del Newcastle, se llevó a la plantilla a Tenerife, donde pasó una noche en el Lineker’s haciéndose fotos con mujeres entre copa y copa. Ya con el Crystal Palace, se fue con sus muchachos a Salou, donde entrenó en el complejo deportivo de la ciudad costera catalana… además de gozar de alguna que otra salida nocturna.
Pero el momento álgido de la estancia de los Baggies en Barcelona involucra un McDonald’s, un taxi robado y cuatro tipos borrachos conduciendo a través de la noche cual película de Guy Ritchie. Cuatro de los jugadores más veteranos de la plantilla, el capitán Jonny Evans, Jake Livermore, Gareth Barry y Boaz Myhill, tres de los cuales son titulares indiscutibles en el esquema de Pardew, salieron de copas por la capital catalana burlando el toque de queda impuesto por el club. Tras pasar por unos cuantos locales, hacia las seis de la mañana tomaron un taxi para regresar al hotel. Pero los rigores de la noche provocan apetito, así que pidieron al chófer que hiciera una parada técnica en un McDonald’s.
Los mencionados rigores debieron ser de aúpa porque los cuatro futbolistas pidieron un menú Big Mac y una hamburguesa de pollo por cabeza, y mandaron al taxista a recoger su pedido. Momento que uno de ellos aprovechó para ocupar el asiento del conductor y darse a la fuga. Cuando salió del establecimiento, el taxista se encontró con ocho hamburguesas en la mano pero sin taxi.
Los futbolistas llegaron sanos y salvos al hotel a pesar de la dificultad de conducir por el costado opuesto, dejaron las llaves de su flamante nuevo vehículo en recepción y subieron a sus habitaciones, quizás más preocupados por la posible aparición de algún integrante de la expedición que por la irrupción del taxista o la policía. Algo que sucedió un par de horas más tarde. Tras comprobar que los jugadores se habían largado con su taxi y no tenían intención de volver con él, el chófer recurrió a los Mossos d’Esquadra y rastrearon la pista de los futbolistas hasta su hotel, donde comparecieron hacia las ocho de la mañana.
Allí, los futbolistas y el taxista resolvieron el asunto de forma amistosa ante la presencia de la policía, que hizo un informe sobre el incidente pero se mostró dispuesta a dar el asunto por resuelto con el acuerdo extraoficial entre los implicados. El asunto debería haber muerto ahí pero La Media Inglesa tuvo conocimiento de este asunto y acabó destapándolo el jueves 22 a través de Twitter.
Los periodistas ingleses se pusieron manos a la obra en cuanto tuvieron conocimiento de la noticia mientras los directivos del club seguían de cerca el desarrollo de los acontecimientos. El viernes 23, varios medios ingleses ya se hacían eco de la noticia y aportaban más datos que los ofrecidos inicialmente por nosotros. Unas 24 horas después de que diéramos la primicia, el club emitió un comunicado anunciando que abría una investigación para esclarecer un incidente ocurrido en Barcelona en el que habían estado implicados cuatro futbolistas. Empezó entonces la carrera por descubrir quiénes eran.
No tardamos en descubrir que Jonny Evans y Gareth Barry eran dos de ellos y que los otros dos también eran británicos. Antes de que tuviéramos ocasión de confirmar su identidad, el club se adelantó por primera vez a los acontecimientos y publicó un segundo comunicado de los cuatro futbolistas pidiendo disculpas por su comportamiento.
Este asunto colocó a Alan Pardew en una difícil tesitura. Seguir confiando en estos futbolistas equivale indirectamente a avalar o restar importancia a su conducta. Pero no hacerlo implica sellar el descenso a segunda división porque tres de ellos son pilares de este equipo. En el encuentro de Copa ante el Southampton (que, por supuesto, acabó con derrota por 1-2), Pardew demostró que ha optado por la segunda opción. Evans y Barry fueron titulares (Livermore está lesionado) y, aunque Pardew le arrebató simbólicamente el brazalete de capitán al primero, parece que se lo devolverá para el partido de liga de este fin de semana ante el Huddersfield.
A nivel judicial, el asunto ha quedado archivado. El Juzgado de Primera Instancia e Instrucción número 2 de Barcelona ha optado por no abrir diligencias, toda vez que el asunto quedó resuelto de forma extrajudicial por los afectados y los Mossos d’Esquadra no han presentado denuncia contra ninguno de los implicados. Pero sus carreras quedarán marcadas por este rocambolesco incidente, no tanto por el mero hecho en sí de tomar prestado un taxi sino por la desconsideración que han demostrado a los aficionados del West Brom y al club que paga sus sueldos. Con el equipo en última posición a siete puntos de la salvación, un profesional debería preocuparse de mantenerse en forma, no de comer hamburguesas y robar taxis.