La mística de Anfield en el fragor de la batalla nunca falla. Es un estadio que tiene ese no sé qué, que qué sé yo, pero siempre acaba siendo decisivo. El Liverpool se jugaba el todo o nada ante el Nápoles, el pase a octavos de final de la Champions League o caer a la lona a las primeras de cambio. Mohamed Salah decidió que iba a ser lo primero al marcar el tanto de la victoria (1-0) y al convertirse en el mejor futbolista del encuentro. El egipcio volvió a ser ese jugador que maravilló al planeta entero con su velocidad, su habilidad y su olfato goleador. Apareció justo cuando más lo necesita su equipo. Grandes jugadores para grandes momentos, más adelante entenderán el porqué.
Para la gran cita, Jürgen Klopp eligió a sus once guerreros predilectos, el once que todos nos sabemos de carrerilla a excepción del lesionado Joe Gomez: Alisson Becker; Trent-Alexander Arnold, Joel Matip, Virgil Van Dijk, Andrew Robertson; James Milner, Jordan Henderson, Georginio Wijnaldum; Salah, Roberto Firmino y Sadio Mané. La atmósfera en Anfield era mágica, de esas que se respiran en las noches grandes y es que, realmente, no podía ser de otra manera. El encuentro comenzó muy intenso, con un Nápoles muy valiente, que en ningún momento pensó que le valía el empate, ejerciendo una presión alta sobre la salida de balón local. Lorenzo Insigne y Marek Hamsik avisaron con sendas ocasiones de que el partido no iba a ser una comparsa para ellos. Salah tuvo el primero en sus botas, pero eligió controlar un balón medido desde el flanco izquierdo cuando debía haber disparado de primeras. El tempranero gol del PSG en Belgrado añadió más dosis de dramatismo –si cabía- al choque entre ‘reds’ y napolitanos.
La primera gran alegría llegó pasados los veinte minutos con el gol de Mané, pero fue efímera porque el linier anuló el gol por fuera de juego claro del africano. Uno de los grandes atractivos del cuadro de Carlo Ancelotti es ver como Kalidou Koulibaly se ha convertido en uno de los mejores centrales en la actualidad: defensa duro, expeditivo y al que cuesta un mundo superar. Pero cuando Salah te encara solo puedes rezar. Y lo hizo el zaguero napolitano, pero no lo suficiente. El egipcio le rompió la cintura y definió elegante con un sutil toque con el interior de su pie derecho para poner el 1-0 y llevar el éxtasis a Anfield cuando se llevaba poco más de media hora de fútbol. Hemos dudado mucho de él este año, no vamos a negarlo, pero puso el listón tan alto la pasada campaña que durante la primera parte de la temporada ha sido víctima de su propio éxito. No obstante, apareció para desequilibrar tal y como lo hacen los héroes.
El tanto del Liverpool dejó helado al Nápoles y sin demasiada convicción en su plan inicial. Los italianos no encontraron la manera de conectar con Insigne, Callejón y Mertens, siendo así muy difícil que los napolitanos crearan peligro. Es de justicia poética decir que también Van Dijk contribuyó a secar a los habilidosos delanteros visitantes. El holandés volvió a refrendar que está a un nivel soberbio. Poco o nada cambió con el paso por vestuarios. Klopp leyó la cartilla en vestuarios y sus chicos salieron presionando como auténticos lobos y coleccionando oportunidades, sobre todo con disparos desde media distancia.

Ancelotti buscó soluciones rápido en las figuras de Arkadiusz Milik, Faouzi Ghoulam y Piotr Zielinski, pero el Pool apenas nada. La locura y la efervescencia se desataron en los últimos veinte minutos de partido. El Napoli fue a tumba abierta y Salah pudo sentenciar en un mano a mano con David Ospina, pero el portero salió con todo y le birló el balón de manera milagrosa. Los italianos invitaban (involuntariamente) al Liverpool a hacer lo que más le gusta: galopar al espacio en transiciones vertiginosas. Dos minutos después Mané volvió a tenerla delante del portero colombiano, que se empeñó en dar vida a su equipo hasta el final. El senegalés falló lo infallable tras la enésima cabalgada del rey egipcio, pero la tiró fuera con todo a favor. Definitivamente, no es la mejor temporada de cara a puerta de un jugador al que el trabajo no se le discute.
Consciente del correcalles en el que se había convertido el partido, el técnico alemán reforzó la medular dando entrada a Naby Keita y Fabinho. Una manera de presumir de ese fondo de armario que tanto echó en falta la pasada temporada. Quizá ese fuera uno de sus grandes déficits para pelearle la liga al Manchester City. Pero no hay victoria sin sufrimiento y Milik dejó sin respiración a Anfield cuando en el descuento tuvo el empate ante un Alisson que se hizo gigante bajo palos, demostrando por qué el Liverpool ha pagado una millonada por él. Grandes jugadores para grandes momentos, ¿os suena? Por cierto, también le dio tiempo a Mané a errar su tercer mano a mano de una noche para olvidar en lo personal.
No hubo reacción final de un Nápoles que jugará la Europa League, en favor de un Liverpool que salvó un matchball descomunal. Caer en la fase de grupos después de ser finalistas la pasada edición habría sido un batacazo terrible para el líder de la Premier League y equipo menos goleado de las grandes ligas europeas. Pero ya sabéis que los Reds nunca caminarán solos y su historia en esta Champions League está aún por escribir, con Salah empuñando la pluma.