Mientras limpiaba las botas de los campeones del mundo Geoff Hurst, Bobby Moore y Martin Peters, Tony Carr soñaba con seguir sus pasos un día. Saltar sobre el césped de Upton Park, el estadio al que solía acudir cada fin de semana como aficionado, y recibir los vítores enfervorecidos del público. Nacido en Bow, en el este londinense, a tiro de piedra del estadio olímpico donde el West Ham se mudará esta temporada, Carr entró en el club en 1966 cuando no era más que un adolescente.
Permaneció en el club durante cinco temporadas pero jamás logró hacerse un hueco en la primera plantilla. En 1971, con 21 años, decidió probar fortuna en el Barnet pero tras solo un puñado de partidos se rompió la pierna. Su sueño de convertirse en futbolista profesional e imitar la hazañas de su adorado Hurst se habían hecho añicos antes siquiera de empezar.
Pero Carr tenía esa determinación ante la adversidad que solo aquellos que se criaron en el este londinense en los años 60 y 70 son capaces de exhibir. Durante el año y medio que tardó en recuperarse de su lesión, cursó estudios de educación física y poco a poco fue calando en él la certeza de que no tenía el talento necesario para alcanzar la élite. Para cuando se hubo recuperado, la ilusión de ser futbolista profesional se había desvanecido y su lugar lo había ocupado la idea de emprender una nueva carrera.
En 1973, regresó al club como preparador del fútbol base. En sus primeros meses, Carr entrenaba a los jóvenes a tiempo parcial los martes y jueves por la noche. En aquel entonces, las instalaciones no eran lo que son hoy. Carr y sus jóvenes entrenaban sobre una pista de cemento, junto a la entrada del club. “Era fútbol callejero”, recordaba Carr. En 1980, Carr se convirtió en el director de la academia en sustitución de Ronnie Boyce. Bajo su dirección, convertiría el fútbol base en The Academy of Football. La academia por antonomasia del fútbol inglés.

Los jugadores formados por Carr han reportado al West Ham casi cien millones de libras de beneficios en traspasos. De los 23 jugadores convocados por Inglaterra para disputar la Copa del Mundo de 2010, siete habían pasado por las manos de Carr en el West Ham: Rio Ferdinand, Frank Lampard, Joe Cole, Michael Carrick, Jermain Defoe, Glen Johnson y John Terry.
A diferencia de los directores de fútbol base modernos, Carr no tuvo que recorrer el mundo en busca de talento. Consciente de que lo tenía a un paso de su casa, mejoró las estructuras de captación en el este londinense y en Essex. Ahí encontró toda la materia prima que pudiera necesitar.
Los recuerdos de tantos años se acumulan, pero posiblemente Carr rememore pocos con tanto cariño como la final de la FA Youth Cup de 1999. El West Ham goleó al Coventry por 9-0 en el global. Dos jugadores atrajeron todas las miradas durante aquella final: Joe Cole y Michael Carrick. No tardarían mucho en unirse a Frank Lampard y Rio Ferdinand en el primer equipo. Luego se unirían Jermain Defoe y Glen Johnson. Para desesperación de Carr, la pésima dirección del club provocó que todos ellos dieran con sus huesos en otros clubes con más ambición y visión de futuro.
La influencia de Carr sigue estando presente hoy en día. Mark Noble es el capitán del club y, aunque James Tomkins ha fichado este verano por el Crystal Palace, es de esperar que Reece Burke y Reece Oxford irrumpan más pronto que tarde en el primer equipo. La temporada pasada, el West Ham se proclamó campeón de la Premier League Cup sub-21.
En 2014, Carr fue sustituido como director de la academia por Terry Westley y asumió el rol de embajador del club. Este año, finalmente, Carr ha optado por dejar el club tras 43 años de leal servicio.
“Los cimientos de cualquier club son la producción de jugadores”, explicó Carr en una ocasión. “Los aficionados pueden identificarse con ellos. La mayor parte de los éxitos eran chicos locales: Rio venía de Peckham, Defoe del East End, Tony Cottee de Romford, Paul Ince de Barking…”.
Carr es uno de los últimos exponentes de una generación condenada a desaparecer. La de aquellos que dedicaron su vida a un único club. Aquellos que creían sin atisbo de duda en el valor de la formación de jugadores. En que un jugador formado en el club podía permanecer toda su carrera en el lugar que le vio nacer. En un momento en que el West Ham se dispone a dar un paso decisivo hacia el futuro, haría bien en no olvidar su pasado, su esencia, su idiosincrasia. O corre el riesgo de perder algo más que un partido de fútbol. Corre el riesgo de extraviar su identidad.