Primeros días de confinamiento. Un futbolista cualquiera realiza sin demasiado esfuerzo unos frívolos malabarismos con un rollo de papel higiénico. El cilindro sube y baja sin captar atención alguna. Nadie se preocupa siquiera en contar el número de toques, pues los ojos de todo espectador están clavados en el entorno que acoge esa escena. En esos grandes salones y su refinado mobiliario. En esos inmensos gimnasios perfectamente equipados. En esos campos de fútbol de jardín y horizonte infinito propios de Oliver y Benji.
Todo el mundo alucinando, a través de un inevitable complejo de inferioridad, con las increíbles y espaciosas mansiones en las que los futbolistas pasan sus días de confinamiento. Sorprendentemente sorprendidos de que los privilegios de los que estos muchachos disfrutan no llegan por ser deportistas de élite, sino más bien por su condición de multimillonarios.
Esto solo pasaba en los primeros días de esta distopía no ficticia en la que vivimos. Ahora, unos días después, ya se nos han acabado las ganas de inventarnos challenges, pues la vida real nos está proporcionando desafíos suficientes. El fútbol tampoco escapa a las dificultades que esta crisis plantea, pues observa con atención cómo su endeble y riesgosa economía está quedando más expuesta que nunca. Tampoco son ajenos a los problemas sus protagonistas, los futbolistas, quienes durante los últimos días se han visto arrastrados al ojo del huracán en el Reino Unido.
“Lo primero que los futbolistas de la Premier League pueden hacer es hacer una contribución, recortar su salario”, aseguraba en una rueda de prensa a comienzos de abril el Secretario de Estado de Salud, Matt Hancock. Con estas palabras, el político conservador criticaba la negativa de los jugadores a aceptar la rebaja salarial del 30% durante los próximos doce meses que se puso sobre la mesa en las primeras negociaciones.
Esta declaración ejemplifica a la perfección el nivel de escrutinio social e incluso político al que los futbolistas han estado sometidos durante estos días, y sugiere una pregunta capital: ¿cuál es el papel que estos deben jugar durante una crisis mundial como la que vivimos?
En primer lugar, uno espera que los futbolistas sean un altavoz a través del cual se transmita un mensaje de calma y responsabilidad. Un ejemplo que pueda alentar a la sociedad a seguir las recomendaciones oficiales y respetar el confinamiento. Una ejemplaridad que, aunque de manera aislada, rompieron figuras notorias como Jack Grealish o Kyle Walker. Ambos lo hicieron, además, de una manera especialmente sangrante, incumpliendo el confinamiento apenas horas después de haber recomendado a la gente a través de sus redes sociales que se quedaran en casa.
Tampoco dieron ejemplo Mourinho y varios de sus futbolistas a los que pillaron en un parque entrenando juntos pese al confinamiento, pero menos aún su club, el Tottenham, uno de los equipos que más señalado está quedando en esta crisis. Sus responsables condenaron en la prensa de manera tajante la escapada de su técnico y varios de sus jugadores, algo que no es sino un agravante añadido a la decisión por la que más han sido criticados: aplicar un ERTE (Expediente de Regulación Temporal de Empleo) a sus empleados no vinculados con la parcela deportiva.
Los Spurs no son, en cambio, el único equipo que ha tomado esta medida (aunque sí el más pudiente), pues Newcastle, Norwich y Bournemouth también han hecho lo propio. El Liverpool quedó igualmente señalado tras mostrar inicialmente su intención de aplicar un ERTE y posteriormente retractarse tras la presión popular recibida. En todo caso, se trata de una medida lícita y legal, aunque injusta con el Gobierno del país (que tiene que hacerse cargo de estos sueldos) y criticable sobre la base de que un negocio millonario, como es el de un equipo de fútbol, haga pagar a los platos rotos a los más vulnerables de su comunidad cuando llegan momentos de dificultad.
No obstante, estas medidas son responsabilidad exclusiva de los dueños de los clubes y es precisamente en la relación entre ellos y sus futbolistas donde radica la clave de esta polémica que ha puesto a los jugadores en el foco de las críticas. A quienes suelen actuar sobre el césped se les critica, especialmente desde el espectro político conservador con declaraciones como las de Hancock, no haber aceptado el recorte salarial colectivo inicialmente propuesto.
Sin embargo, los jugadores y la Professional Footballers’ Association (PFA) han esgrimido con claridad sus razones y no se cierran a una rebaja, sino más bien a la forma en la que esta se proponía. De hecho, actualmente cada plantilla está negociando con su club un recorte salarial e incluso ya hay acuerdos en casos como el del Southampton, donde los jugadores han aceptado reducir sus sueldos un 10% durante los próximos tres meses y cobrar esa parte ahora recortada cuando todo haya vuelto a la normalidad.
Sobre la negativa inicial, la PFA alegaba que un recorte global del 30% no tenía en cuenta las diferencias financieras entre clubes y futbolistas de la liga, además de que habría supuesto una pérdida de 200 millones de libras en la financiación del sistema británico de salud (NHS), ya que los jugadores pagarían una menor cantidad de impuestos. Sin embargo, la clave en la negativa de los futbolistas se debía principalmente a que estos no querían que su rebaja salarial beneficiara a las finanzas de los dueños de sus clubes, sino a la sanidad del Reino Unido.
Dicha intención ha quedado finalmente plasmada y comprobada, además de en las muchas iniciativas individuales de personalidades relacionadas con el mundo del fútbol, en los cuatro millones de libras que todos los jugadores, liderados por Jordan Henderson, han recabado para donar al NHS y ayudarle así en su lucha contra el coronavirus. Un impulso altruista que, aunque era la intención inicial de este colectivo, se ha acelerado de forma reactiva durante estos días ante la necesidad de los futbolistas de probar su voluntad de ayudar a la sociedad británica.
Finalmente, todo parece indicar que, siguiendo el ejemplo del Soton, los recortes salariales consensuados entre clubes y plantillas se irán acordando poco a poco, cada uno teniendo en cuenta las particularidades y necesidades del equipo. Algo en cierto modo inevitable, pues los futbolistas también deben ayudar a aliviar las apretadas cuentas de sus clubes si quieren proteger a los empleados más vulnerables de la amenaza de nuevos ERTEs.
Con ello, los futbolistas terminarán cumpliendo el papel que se les exigía en un momento tan crítico como el que vivimos. No solo ellos cuentan con una situación privilegiada que les permite intervenir y marcar una gran diferencia, pero en cambio sí son las únicas figuras de estos círculos elitistas a las que se les ha exigido de manera pública que lo hagan. Quizás todo este debate llega porque cuando el ausente balón queda sustituido por un rollo del papel higiénico, nos acabamos fijando en el entorno. Un enfoque disperso que nos hace olvidar que, tras la cámara, más que héroes o villanos, simplemente hay futbolistas.