Héctor Farres

Ni parte ni culmen

Coutinho había conseguido estabilizar su vida en Liverpool. Cogió el gran tren de las oportunidades y ha sido invitado a marcharse a las primeras de cambio. Ahora ya no es de nadie.

 

Los futbolistas brasileños son una especie aparte. Caóticos, indisciplinados y geniales en el imaginario social colectivo. Los cumpleaños de la hermana, la fiesta de la batucada y esos entrenamientos matinales del martes apestando a agua con misterio. Philippe Coutinho no es así, pero también es brasileño. Nada más comenzar a tener cierta conciencia vital se echó a los brazos abiertos del Cristo Redentor en vez de comprarse unos zapatos buenos que durasen mil sambas. Un tipo de vida estructurada con un talento diabólico en los pies al que se le está desmoronado su idílica carrera deportiva. 

Coutinho es un agujero negro para el FC Barcelona. El Barça tiene en nómina a un jugador devaluado que protagonizó uno de los traspasos más caros de la historia. El brasileño se ha quedado en una especie de limbo futbolístico cuando rozaba su máximo nivel bajo las órdenes de Jürgen Klopp. Coutinho se marchó del Liverpool a principios de 2018 justo antes de que los Reds entraran en una vorágine ganadora y desde entonces no ha encontrado su sitio en una versión alejada del estándar habitual del Barça. Actualmente se encuentra cedido en un Bayern de Múnich muy alejado de la perfección que le imprimió Pep Guardiola y que lo va a enviar de vuelta a Barcelona en cuanto pueda. Un escenario dramático dentro del marco de la incertidumbre que trae consigo la crisis financiera que ha dejado el coronavirus en la puerta de cada club. 

En este lapso de dos temporadas y media, Coutinho ha tenido que ver cómo el Liverpool quedaba subcampeón de la Champions League, cómo la ganaba un año más tarde contra el Tottenham tras protagonizar una remontada memorable contra el propio Barça y se autoproclamaba como el mejor equipo del mundo. Un equipo que te lleva al límite, te aplasta contra tu área y siempre encuentra una rendija hacia la victoria. La prueba objetiva de la existencia de otros caminos para alcanzar la perfección en el fútbol. Y Coutinho no ha participado en la consecución de estos y otros méritos menos pomposos. Ha sido una pieza fundamental en el proceso, pero no en la obtención como tal. 

La situación es la siguiente: el Barça no quiere a Coutinho, el Bayern no quiere a Coutinho y el Liverpool ya ha pasado la página de Coutinho. Y aquí es donde juega un papel fundamental la idiosincrasia de los brasileños. Caóticos, indisciplinados y geniales. Un año aquí, otro allí, ahora bajo el nivel y luego decanto el partido. Pero Coutinho necesita pertenecer. Sentirse parte. No ser una estrella brasileña al uso. Y solamente el Liverpool, de los cinco clubes europeos en los que ha jugado, ha conseguido darle la confianza necesaria para desbloquear todo su potencial. Saber que hoy estás aquí, pero que en tres años también lo estarás. 

Las circunstancias tan especiales del traspaso de Coutinho invitaban a pensar que el brasileño iba a encontrarse en Barcelona un clima propicio para asentarse y echar raíces como ya hiciera en su momento en Liverpool. No solamente ser parte del proceso, también culminarlo. Un lustro por delante. Pero mientras el conjunto Red iba hacia arriba, Coutinho trataba de asomar la cabeza en medio de la gigantesca crisis de identidad azulgrana. Y cuando se quiso dar cuenta estaba vestido de campesino bávaro bebiendo a sorbitos castos una magnánima jarra de cerveza con el Bayern de Múnich. Ni parte ni culmen.

Las oportunidades llegan cuando llegan. A Coutinho le llegó la oferta de su vida cuando desnudaba a sus rivales cada fin de semana. Eléctrico, determinante, líder. Cinco años en Liverpool poniendo cemento y ladrillos. Compartiendo con Roberto Firmino y Klopp unas rocambolescas fundas dentales. Perteneciendo. Sabiendo que hoy estás aquí, pero que en tres años también lo estarás. Pero Coutinho no quiso estar. Y ahora anda perdido con una brújula escacharrada que no señala ningún camino. Siendo de nadie y con la desesperanzada de que ya nada volverá a ser lo que solía ser.  

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Héctor Farres