Ander Iturralde

No todos los finales son perfectos, pero Drogba intentó que lo fuesen

En este casi terminado mes de noviembre de 2018 aconteció la retirada de Didier Drogba como futbolista profesional. Ganador de cuatro Premier Leagues, marcó el penalti que dio al Chelsea la primera y única Champions League de su historia. Se marchó, volvió, se volvió a marchar y su carrera llegó a su última estación en Louisville, Kentucky, Estados Unidos.

Uno de los mejores jugadores de fútbol africanos de la historia, quizás el mejor: Didier Drogba construyó una carrera de ensueño, regalándonos momentos que no hacían más que adornar una trayectoria que hubiese sido envidiable sin ellos. Ninguno más especial que la final de Múnich 2012. Un equipo que ya no iba a ganar la Champions. Un jugador que, probablemente, tampoco iba a hacerlo. Meses antes la temporada iba a ser certificada de catástrofe. Pero liderados por Drogba encauzaron su camino para lograr una de las Champions Leagues más improbables de la historia. Fernando Torres, Ramires, Ryan Bertrand de extremo izquierdo, héroes inesperados no faltaron en aquella persecución de la cima. Juan Mata y Petr Cech fueron otros de los pilares, pero la forma en la que Didier Drogba hizo al Chelsea subirse a su espalda para ganar fue verdaderamente transcendente.

Al final, ese siempre ha sido uno de los mayores poderes de Drogba. Una fuerza de la naturaleza con su pura habilidad futbolística, pero más todavía por su magnetismo. Llegó a Londres para ser parte del rediseño de un club que pasó de clasificarse para la Champions League a arrasar la liga gracias a Roman Abramovich. Ocho años más tarde Drogba estaba todavía ahí. Porque fueron John Terry y Frank Lampard, pero también fueron Petr Cech y Didier Drogba quienes mantuvieron estable al Chelsea en medio de las tormentas.

Una estrella que no rechazó buscar nuevos lugares para seguir siéndolo. Se reencontraría con la media naranja con la que formó uno de los ataques más devastadores que había visto el fútbol inglés hasta ese momento: Nicolas Anelka. El reencuentro ocurrió en China. Pero lejos de ser el retiro dorado arquetipo, el Shanghai Shenua no tuvo la capacidad para seguir el ritmo de Drogba, que regresaría a Europa por medio del Galatasaray. No estábamos hablando de una figura desafasada a través de la cual uno de los gigantes de Estambul implosionaría, tratando de que tal jugador fuese la solución a problemas mucho más graves. Drogba era exactamente lo que necesitaban y con él ganarían la liga y competirían reseñablemente en la máxima competición continental.

Sin embargo, el hombre proveniente de Costa de Marfil ya no era el mismo: no residía ya en él la urgencia por ser el talismán de otra gran entidad. El tiempo había pasado y a Drogba ya no era eso lo que más le atraía. Reinó en reinos que ya existían. En el Chelsea y durante menos tiempo en Galatasaray. Dos instituciones colosales, cada una con su propios problemas y soluciones más allá del astro africano o cualquier otra referencia transitoria.

Se le presentó a Drogba la oportunidad de no sólo reinar, pero de crear un reino de cero. Drogba ya tenía un pie fuera del fútbol. Si bien una de las menos memorables de la última década, ganó otra Premier League con el Chelsea antes de mudarse a Montreal. Dos años de MLS relativamente dominantes pero sin un título de campeón al final del camino. Nada terminaba de convencerle tras ello. Excepto una oferta: la de Phoenix Rising. ¿Quién? ¿Dónde? Érase una vez, en un lugar del desierto de Arizona… En 2012 sería fundado el club “Phoenix FC”, el cual sería disuelto dos años más tarde, un día antes de que Kyle Eng, propietario de una agencia de marketing, recogiera los restos para fundar “Arizona SC” (SC = Soccer Club). Eng vendería sus acciones otros dos años más tarde a Beker Bakay, empresario turco y dueño de una cadena de restaurantes de sushi llamada Kona Grill, que pasaría a ser el nuevo máximo accionista y daría otro -probablemente necesario- lavado de cara al club, ahora conocido como “Phoenix Rising”.

Esto ocurría poco después de que el club empezase a transcender entre gente de un ámbito un tanto inesperado: la música. Antes de llegar Drogba, llegaron el productor musical DJ “Diplo” y el bajista de “Fall Out Boy”, Pete Wentz. Ambos como accionistas minoritarios. Pero la presencia de todos ellos -Drogba incluido- representa una especie de “street cred” (credibilidad de la calle) que potencialmente puede ser decisiva en una inversión tan delicada como la que puede resultar un club de fútbol en la segunda división del balompié estadounidense (la USL).


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Pete Wentz, bajista de Fall Out Boy (Daniel Boczarski/Getty Images)


Aunque también tiene sus complicaciones en el caso de Drogba. Específicamente el conflicto de intereses que supone fichar a un jugador que al mismo tiempo es accionista de la entidad. Doce días después del fichaje del ex del Chelsea, el entrenador y director de operaciones futbolísticas Frank Yallop dimitiría. Hay que ver las casualidades que se dan en esta vida. Esta no parece ser una de ellas. Con otros viejos amigos del fútbol inglés como Peter Ramage (ex-Newcastle, QPR o Crystal Palace) o Shaun Wright-Phillips (ex-Chelsea de la primera época de Drogba, precisamente), el equipo se sobrepuso en el apartado deportivo hasta alcanzar la quinta plaza de una conferencia oeste compuesta por quince equipos. Sin embargo, serían eliminados en primera ronda de los playoffs por el filial de Sporting Kansas City (de la MLS). Un entrañable experimento que bien podría haber tocado a su fin.

Con 13 partidos jugados, 8 goles y 3 asistencias generadas (además del vídeo viral de turno marcando un golazo de falta) Drogba -como se esperaba- demostró estar por encima de la liga. Pero si ello no se podía traducir en la supremacía de Phoenix Rising… ¿volvería para una segunda temporada? En efecto, lo haría. Sin Wright-Phillips y sin otras viejos personajes secundarios de la Premier League, pero con un jugador internacional por Guam, otro por Islas Turcas y Caicos, y en general una plantilla incluso más capaz; con unos prolíficos Chris Cortez (19 goles y 5 asistencias) y Solomon Asante (12 goles, 9 asistencias y ex de un equipo ghanés llamado Berekum Chelsea), Drogba podía ser reservado para ser la guinda del pastel. Y lo fue, y casi ganan la pastelería entera. Pero sólo casi.

“Estoy muy orgulloso de lo que estoy haciendo ahora, porque es una historia de fútbol, de jugar, de competición,” dijo Drogba en una entrevista con Sports Illustrated. Su rol en Phoenix es algo que evidentemente difiere con cualquier otro que haya tenido antes. Un líder sobre el campo y fuera de él. Porque la estructura del fútbol en el país presenta al club un reto incluso mayor que el de ganar la United Soccer League, la segunda división: entrar en la MLS. A diferencia del modo en el cual opera el fútbol europeo, las divisiones están “cerradas” en Norte América, donde se efectua un proceso de votación para poder acceder a la MLS y asegurarse así de que cada club tenga los medios para ser viable.

En un país de las dimensiones geográficas de Estados Unidos, es algo necesario. Si no, acabarían como acabó la NASL en su momento o como acaban equipos de divisiones inferiores en Rusia, donde cada día tienes a un equipo diferente disolviéndose por una bancarrota causada por faltas de recursos econónomicos y, sobre todo, malas gestiones. Hay una plaza restante en este “ciclo de solicitudes” para entrar en la Major League Soccer. Nashville, Miami (con Beckham) y Cincinnati han sellado su billete a la tierra prometida, siendo Sacramento y Detroit los competidores del club de Drogba. Phoenix, quien al principio del presente año sumó como accionista a una figura capital como la del empresario hongkonés Alex Zheng, sigue buscando la adiquisión de un terreno sobre el que construir un estadio. El último requisito que le pide la liga a un club que salió de la nada para convertirse en un firme candidato a acceder a la MLS.

«De la nada», y es que ahora mismo juegan en un estadio (con un récord de capacidad de 7,707 espectadores) que se sitúa en una reserva apache. En serio. Pero la llegada de Zheng, más las insistentes muestras de compromiso de Drogba, hacen del proyecto uno más prometedor de lo que pudiese aparentar hace un año cuando podía parecer que era conseguir el terreno y el “ascenso” a la MLS o nada. El mensaje es que están aquí para el futuro. Empezando por Drogba. Tantas glorias vividas, con clubes, con su selección apareciendo en tres Mundiales distintos, y ningún momento más icónico que el de la final de Múnich, empatando un partido perdido en los últimos minutos, y marcando el penalti final para vencer al Bayern en su casa y hacer campeón al Chelsea. “Esto es lo que amo hacer. Si no es por la pasión, no sé qué me haría continuar jugando a los 40 años,” reseñaba. Con su cabeza rapada al cero, era una nueva imagen.

Aunque lastrado por problemas físicos, se perdió todo el verano. Pero el equipo estaba preparado. Al igual que Drogba para volver en el momento exacto. Empezaron los playoffs, con ellos clasificados. El último acto, esta vez sí, del astro africano. Abrieron enfrentándose al filial de Portland Timbers. Marcó Drogba, y ganaron. Avanzaron de ronda, jugaron contra el filial de Sporting Kansas City, y esta vez les ganaron. Y marcó Drogba. Y en la semifinales de unos playoffs jugados íntegramente a partido único, les tocó salir de casa para batallar contra Orange County. Pero volvieron a ganar y Drogba volvió a marcar en esta entrañable historia otoñal. El último sprint de su carrera y la oportunidad de otro final de película.


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Didier Drogba con el trofeo de campeón de la Champions League (Alex Livesey/Getty Images)


Aunque ya no estábamos en Múnich sino en Louisville, Kentucky; más concretamente en un campo de fútbol situado al lado de una especie de patio de ferrocarril. Lo cual no resultó evidente viendo el partido (y el estadio por primera vez) a través de la señal televisiva hasta que entre sobrepasado un cuarto de hora de juego, de repente, había un enorme tren de carga pasando de fondo. Ese lateral del campo no tenía una grada como tal sino una especie de colina sobre la que se situaban varias decenas de aficionados. Como acostumbran a ser los trenes de carga en Estados Unidos, era kilométrico y seis minutos después de aparecer en pantalla, ahí seguía, pasando. Finalmente pasó completamente en lo que había sido una escena de lo más pintoresca. El contraste con la final de la Champions 2012 no era precisamente sutil.

Mientras, en cualquier caso, el cero a cero se mantenía en el marcador, en una contienda disputada ciertamente propia de una final y del frío que hacía. Siendo Drogba, más o menos desde la posición de media punta, el gran canalizador de los ataques de los de Arizona, las ocasiones llegaron para unos y para otros, hasta que alguien dio en la diana: los locales. Con media hora por delante, la última de Drogba, Phoenix fue a por todas. Se apreciaría una ligera inferioridad, pero aquello no frenó sus intentos. Dinamizaron, buscaron diferentes vías, y entonces en el descuento, el tiempo se paró por un momento. Centro desde la banda derecha, y ahí estaba, Drogba, dispuesto a ganar; se giró, saltó, tratando de ejecutar una chilena que no hubiese hecho más que agrandar su leyenda. Y lograr el empate. Pero jamás conectó. Una idea, un intento del que sólo él era capaz en ese momento. Así fue como el vaquero marfileño caminó hacia el atardecer, intentando que fuese otro final de ensueño. No lo consiguió, pero intentó que lo fuese.

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Ander Iturralde