En 1917, el artista francés Marcel Duchamp asesinó al arte. Los allí presentes en la exposición que tuvo lugar en Nueva York pudieron observar la silueta del difunto todavía delineada con tiza sobre el suelo. Duchamp acababa de exponer su obra cumbre: la fuente. Un burdo orinal de porcelana presentado al revés. Los dadaístas se jactaban de su victoria. Desde aquel momento, con la para muchos considerada la obra de arte más influyente del siglo XX, moría la concepción más tradicional y clasicista de lo considerado como arte. El arte podía ser cualquier cosa. Incluso un defensor inglés achicando y despejando balones dentro de su propia área. O un central agresivo que ordenaba a sus compañeros adelantar la línea defensiva para ahogar al contrario. El arte podía ser el dorsal 26. Podía ser John Terry.
El 28 de octubre de 1998 un bisoño mediocentro defensivo inglés de 17 años fichaba por el Chelsea. A la temporada siguiente, el club estuvo a punto de venderlo. El jugador se negó. Seis años más tarde, en agosto del 2004, John Terry lucía ya el brazalete de capitán del que sería el Chelsea más exitoso de la historia.
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La profesión de defensor es como aquel orinal de Duchamp. Una pieza del mobiliario tan útil como desagradable. Antiestético. De hecho, resulta extraño que se otorguen premios como el Balón de Oro a un defensa. Al fin y al cabo, en el fútbol se gana marcando goles y ellos son los encargados de evitarlo. Lo que muchos desconocen es que John Terry y el orinal coincidieron una vez para hacer historia: “Soy muy supersticioso. Hace tiempo, Frank (Lampard) y yo empezamos a mear en el mismo orinal de los tres que hay en el vestuario. Aquel día, ganamos el partido. Por lo que a la semana siguiente ya éramos Frank, Ashley Cole y yo los que usábamos el mismo orinal. A la otra, éramos cuatro. Y a la siguiente, cinco. Es una costumbre que hemos mantenido hasta la actualidad. y jugadores como Azpilicueta o Fàbregas se han unido a la tradición. Hace unos meses, el secretario del club me dijo que la FA (Football Association) se quejaba porque saltábamos al campo muy tarde y no tuve la valentía de comentarle que era porque todos estábamos haciendo cola para mear”.
Más allá de la simple anécdota, la labor de John Terry es la de un futbolista carismático. Líder dentro y fuera del campo. El enlace entre el pasado y la era Abramovich. El central de una inteligencia táctica tal que le permiten disputar con 34 años todos los encuentros ligueros del curso 2014-15 de principio a fin. Dosificando su físico y conociéndose a sí mismo. Además, esa astucia le ha permitido formar pareja en el eje central con multitud de futbolistas: William Gallas, Ricardo Carvalho, Alex, Gary Cahill… y adaptarse siempre a los planes de cada entrenador que ha tenido. Por eso vimos al Terry más agresivo que presiona y adelanta la línea durante la primera etapa de Jose Mourinho en el combinado londinense. Y su reconversión a defensor más calmado que confía en su posicionamiento y fortaleza para despejar balones desde el interior de su propia área en la segunda etapa del técnico luso en Stamford Bridge.
Tras meses de incertidumbre, el club ha anunciado la renovación del ’26’ por una temporada más a cambio de un cuantioso descenso salarial y de minutos sobre el campo. John Terry es ya leyenda del Chelsea, de la Premier y del viejo continente. Como dijo el sabio Carlo Antelotti: “John Terry es el capitán de capitanes, nació con un brazalete en el brazo”. Y 16 títulos en 18 temporadas en el Chelsea escoltan su brillante carrera como blue. Por lo que, permítanme acabar de escribir este artículo mientras me incorporo sobre una mesa al grito de: ¡Oh capitán, mi capitán!