Héctor Farres

Orgullosa Premier League

Aunque sea negada de forma constante, la homofobia en el fútbol existe y no va a desaparecer hasta que se combata. La liga inglesa abandera, un año más, esta lucha.

Históricamente siempre se ha pensado que el fútbol es un deporte para hombres. Gracias a la reciente apertura de la sociedad, este pensamiento arcaico está poco a poco desapareciendo. El fútbol también es para mujeres. También para personas con discapacidad intelectual. Es para todo el mundo. Menos para los futbolistas homosexuales.
 
La constante lucha de los colectivos lésbicos, gays, transgénero y bisexuales ha logrado cierta igualdad — aún queda mucho camino por recorrer — respecto a los derechos intrínsecos de la sociedad heterosexual. Aun así, el miedo a salir del armario todavía está presente en ciertos ámbitos de la comunidad homosexual. Uno de ellos es el fútbol. Mientras que la homosexualidad esta aceptada en el fútbol femenino, en el masculino sigue siendo un tema tabú. Los jugadores que se han declarado abiertamente gays durante los últimos años, lamentablemente, se pueden contar con los dedos.
 
Collin Martin, centrocampista del Minnesota United estadounidense, ha sido el último en unirse a una corta lista de valientes que inició Justin Fashanu en un lejano 1990, cuando tener los restos congelados de la vecina para comerlos con salsa Worcester tenía más justificación que ser homosexual. El prometedor delantero inglés anunció a bombo y platillo su orientación sexual y de la noche a la mañana pasó de ser un delantero con una proyección impresionante a ser un paria. La condena de la opinión pública, al conocerse un supuesto caso de abuso sexual a un menor en Estados Unidos, sumada a la homofobia, acabó con Fashanu quitándose la vida en su casa de Londres.
 
Otro de los casos con más repercusión fue el del alemán Thomas Hitzlsperger. El exjugador del Aston Villa, West Ham y Everton anunció su homosexualidad una vez que colgó las botas en 2014. Tres años antes se armó de valor para salir del armario y luchar contra los tabúes balompédicos; sin embargo, tras asesorarse, dio marcha atrás en su decisión al no estar convencido de poder lidiar con la opinión ajena. El propio Hitzlsperger confesó que le resultó bastante duro, en sus años de silencio, soportar las bromas sobre gays que se hacían en el vestuario. Pero este tipo de chascarrillos no eran, ni son, algo exclusivo de los vestuarios. Las gradas, tan ingeniosas como feroces, son capaces de hundir a cualquiera con sus cánticos.
 
La sociedad ha avanzado y los vestuarios también. Es menos probable, aunque se puede dar el caso, que la amistad entre compañeros se vaya al garete; sin embargo, la relación jugador-afición sí que tiene una probabilidad elevada de sufrir alteraciones. En las grandes masas de hombres con varias pintas de más en el cuerpo es donde puede residir el mayor miedo del futbolista homosexual. De otro futbolista se puede esperar empatía, pero, ¿qué se puede esperar del individuo que al jugador negro le llama mono, maldice la familia del árbitro y manda a las futbolistas a limpiar? Estas actitudes totalmente reprobables encuentran aún más amparo dentro del colectivo y del estadio, donde menos entrar una botella con tapón está todo permitido.
 
La Premier League, al contrario de lo que sucede en España, sí se ha movilizado para borrar estos comportamientos homófobos. La máxima categoría del fútbol inglés selló de forma oficial en 2017 su alianza con Stonewall, reputada asociación que, entre otros objetivos, pretende la inclusión de la comunidad LGTBIQ+ en el fútbol. Un año más — ya van seis — la Premier League se sumará a la campaña ‘Rainbow Laces’, promovida por Stonewall, en la que jugadores de los 20 clubes tendrán la opción, libre y voluntaria, de vestir orgullosamente cordones y brazaletes de capitán con los colores del arcoíris en los partidos disputados entre el viernes 30 de noviembre y el miércoles 5 de diciembre. Éstos también colorearán los banderines de córner y la tablilla del cuarto árbitro. Así, no habrá tiro de cámara en el que no se vea algún elemento a favor de la integración LGTBIQ+ en el fútbol. A esta acción también se sumará la Federación Inglesa, la Football League (EFL), la Premiership Rugby y la Asociación Británica Olímpica.
 
Los esfuerzos de la Premier League, más allá de la simple visualización y concienciación de las desigualdades que vive el colectivo homosexual dentro del fútbol, han caído en saco roto. Hay más tolerancia, sí; pero ningún profesional en activo ha aprovechado esta iniciativa para ser el rostro visible de la lucha contra la homofobia. Resulta imposible creer que no haya, al menos, un jugador, entrenador o directivo homosexual en las distintas categorías profesionales del fútbol inglés. Ni que decir del balompié continental. 
 
Salir del armario no es una cuestión baladí. Ha de ser una decisión tomada en libertad que no presuponga poner en riesgo una carrera deportiva, tal y como parece estar entendido todavía. El problema de base reside en que ningún futbolista debería de temer por su trayectoria en el caso de que quisiera, de forma libre, salir del armario. El propio Luke Shaw tuvo que salir al paso, totalmente asqueado, para desmentir que sintiera atracción por otros hombres. La normalidad llegará cuando no sea necesario mostrar los colores del arcoíris para ayudar al colectivo LGTBIQ+ a integrarse en el universo futbolístico.

Sobre el autor

Héctor Farres