Ander Iturralde

Para Rooney, la nueva vida es la vieja vida

Wayne Rooney es uno de los mejores jugadores de la historia del fútbol inglés. Una estrella temprana, fugaz en su teórica naturaleza más que en la práctica: una década de dominio de fugaz tiene poco. Nunca le pesó la responsabilidad, pero no podía realizarla al mismo nivel para siempre. Su brillantez, en cambio, sí.

No pudimos despedirnos de Wayne Rooney, no pudimos despedirnos del Wayne Rooney al que conocimos porque realmente nunca pudimos descifrar cuándo “se fue”. Es posible que se fuese con Sir Alex Ferguson porque con Sir Alex Ferguson se fue el Manchester United. El intento, incesante de algún modo, de reconversión a medio centro pudo significar y señalar el comienzo del fin, mirando atrás. “Giggs extendió su carrera pasando de extremo a medio centro, ¿por qué no Rooney también?”, se preguntó. Porque Giggs lo hizo en un equipo que se lo podía permitir, donde todo lo demás eran virtudes y no defectos. Para cuando probaron con Rooney, los defectos prevalecían sobre las virtudes y él tenía que arreglarlo. Cuando todavía estaba Ferguson y el equipo todavía se podía adaptar a ello, jugó buenos partidos en ese hábitat. Pero después, el equipo decayó, como hicieron las piernas del líder de una generación que ya ha pasado. Sin embargo, él, aunque sea lejos de donde quienes le vieron crecer miran, todavía no ha pasado. Quizás lo que necesitaba era, precisamente, pasar a la siguiente página.

Grandes momentos decoran la carrera de Rooney. Algún día, posiblemente, será nombrado “Sir” y esos flashes volverán a sucederse; su carta de presentación, aquel imborrable gol con 16 años de edad con el Everton es una de las imágenes más representativas. Una estrella que nació y que no tardó en llegar a la constelación del Manchester United, como tampoco necesitó apenas de un proceso de adaptación. Cuatro años después era campeón de tres Premier Leagues y una Champions League. Aunque esas cotas fueron difíciles de replicar cuando Cristiano Ronaldo se marchó. Formaron una dupla que devastó, que marcó la época por la cual atravesó; la hizo suya. Rooney siguió brillando. El United ganó dos ligas más, con él en su máximo esplendor. Luego llegó la tormenta. Puede que demasiado pronto para lo que Rooney merecía, pero prácticamente ineludible. De David Moyes a Louis van Gaal a José Mourinho.

El talismán del United tiró del carro lo que pudo, lo que le quedaba por dar para tirar. No obstante, el mundo gira de prisa y, cuando se pudo dar cuenta, Rooney ya no andaba un paso por delante como había hecho durante tanto tiempo. Entonces, fue entonces cuando acabó sentado en el banquillo. Se estaba acabando. Ya no era porque él había jugado con la posibilidad de irse, como hizo en el pasado, era porque esa posibilidad había pasado a ser omnipresente. Una sugerencia a Rooney en vez de una sugerencia suya al resto.

Era una tarde de febrero de 2011, era un derbi de Mánchester. Nani avanzó con el balón, centró; en el aire, dirigido hacia la estrella, Rooney, que se giró, saltó y conectó con el esférico para marcar probablemente el mejor gol de la historia de la Premier League. Contra el eterno rival, que empezaba a ser más rival que nunca, y para ganar el partido. Y semanas después, la liga. Su cuarta.

Avanzamos en el tiempo y el equipo intenta encontrarse a sí mismo mientras decide renegar de Rooney. Lastrado, una vez más, por su siempre insuficiente papel con la selección inglesa, la Eurocopa de 2016 cerró su etapa internacional. Él lo reconoció y tomó el primer paso. ¿Hacia dónde se iba dirigir, no obstante, “Wazza”? Cuando todos los caminos parecían apuntar de una manera u otra hacia algunas de las tierras más lejanas, como la Superliga china, nos sorprendió a todos. El Manchester United había cerrado sus puertas; pero no la Premier League, no el Everton. ¿Qué sabían éstos últimos que nosotros no? No mucho, según los hechos posteriores. En un equipo apuntando en todas las direcciones y en ninguna al mismo tiempo, Rooney tuvo sus momentos, pero finalmente quedaron eclipsados por ellos mismos. Sí, los tuvo, pero ni los suficientes ni lo suficientemente importantes. El encaje, como se preveía, de equipo y jugador jamás funcionó al nivel de un relativo contendiente a acercarse a los puestos europeos. Sus chispazos no le salvaron, pero en Everton tuvo otra de esas imágenes para el recuerdo: un gol desde el centro del campo.


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Un jugador histórico pero con un catálogo de momentos incluso más memorables. Es algo que con el tiempo, cuando se retire y luego lleve años retirado, le hará ser recordado más fácilmente. ¿Rooney? Sí, este momento, aquel momento, ese otro momento… “Pues sí, fue un gran jugador”, puede que muchos concluyan. Gracias a esos instantes, habrá justicia sencilla, la silueta de su leyenda perdurará con mayor facilidad y menos sujeta a la corrosión. Porque nos gusta que nuestros “héroes” sepan dejarlo a tiempo. Nunca termina de ser agradable presenciar la decadencia y menos la de la grandeza, porque es posible que de algún modo temamos ser un día nosotros.

Aunque este no es el caso de Rooney, que tardó demasiado en renunciar a la competición de élite. Quizás porque nunca nos enamoró con su labia o su estampa, como hacen los enamorados, sino con su brillantez futbolística. Cuando ya no era esa figura devastadora, ya no sabíamos lo que era. Aunque es posible que después de estos cinco años, o casi, de debate, de que Rooney debería hacer esto o lo otro, por fin seamos capaces de disfrutar una vez más de él. A través de contadas ocasiones o de acérrimo seguimiento individual. El icónico -y para siempre marcado- ciclista Lance Armstrong, admitió hace poco más de cinco años, un lustro, haber incumplido las reglas anti-dopaje en la consecución de sus siete Tour de Francia. Cinco años más tarde, Armstrong empieza a ver los frutos de su profundo trabajo en la rehabilitación de su imagen, como demuestra el hecho de haber sido capaz de lograr por primera vez patrocinadores para su exitoso podcast.

Puede parecer una nimiedad, pero cuando tu reputación queda mancillada de tal manera, volver de entre los muertos mediáticos no es sencillo. Lo de Rooney no es tan grave, porque es un caso completamente distinto en prácticamente todos y cada uno de los aspectos. Pero guardan algunas pequeñas similitudes, no obstante. Rooney se fue, después de un periodo parecido de tiempo en el que su imagen no era capaz de ser una réplica de la de antaño. Él no cayó por un acantilado, pero fue un descenso gradual. Aunque él nunca lo vio así. Él llegó a donde está ahora con reticencia, empujado por los acontecimientos y factores externos. Insistió en no entender la decisión del Everton en dejarle marchar, o como él probablemente pensaría: en empujarle a través de la puerta de salida. Pero esta vez dio el salto. No volvió a casa, firmó por el DC United de la Major League Soccer. No entendía su situación porque dentro de él sigue ese mismo competidor feroz. Ahora dispone de un lugar donde podrá dejarse a sí mismo evolucionar y donde los demás le dejarán hacerlo. Donde no están todos abastecidos, sino donde hay hambre de Rooney, aunque no sea con una versión tan impoluta de sí mismo. Quizás porque no tiene esa misma motivación que Zlatan Ibrahimovic en convertirse en una estrella multimedia, no existió la misma expectación.

Sin embargo, sigue habiendo lo suficiente dentro de él para volver a ser una estrella. Para que su nueva vida sea la misma que la antigua. Es otro sitio -donde otros muchos no tuvieron ese “suficiente”, como Kaká, Steven Gerrard y más-, pero ahí nos deleitó con otro de sus grandes momentos. Un grandísimo jugador de momentos todavía mayores. El partido era D.C. United-Orlando City. Iban 2-2, minuto 95. Colistas los de Rooney en una temporada hasta entonces lamentable, sube el portero a rematar un córner. Todavía queda tiempo, quedan jornadas, para revertir su deficiente andadura y llegar al play-off. Fallan y los de Orlando se lanzan al contraataque, pero Rooney persigue el balón hasta campo rival, en la banda; hace una entrada sublime, perfecta, sobre su poseedor y recupera el esférico depués de una carrera descomunal y de un partido entero sobre el campo. Con el balón avanza por la banda derecha, como un día hizo Nani, y con todo el equipo todavía en posición de buscar el tanto, Rooney efectúa un centro angélico para encontrar a un Acosta que remata. Y marca. Hat-trick suyo, doblete de asistencias para el exjugador del Manchester United con una sonrisa de oreja a oreja, y la locura desatada y desenfrenada. El miércoles marcó dos goles en otra victoria de DC United, pero el domingo Rooney volvió a ser él y nos regaló, una vez más, uno de esos momentos de los que sólo Wayne Rooney es capaz.

 

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Ander Iturralde