Si algo he podido aprender durante mi madurez prematura es que las expectativas matan. Otros dirán que son la causa que les permite soñar, lo que les mantiene vivos y despiertos. Yo digo que son una excusa barata para no afrontar una más que evidente, y negativa, realidad. Y es que amigos, el Tottenham está tirando de expectativas fantasiosas en una época en la que la objetividad toca su puerta y la del resto. El club londinense habla con el corazón en una era de templanza, seriedad e inmediatez. Y la caída puede ser estrepitosamente dolorosa.
En los periodos de fichajes siempre hay tres perfiles básicos: el club que gasta en copiosas cantidades pero que ficha con calidad; el que recoge y se deshace de lo que puede con lo que tiene; y el que espera y espera hasta que, a última hora, intenta sanar el daño de balas con tiritas, algo que raras veces sale bien y consigue solventar los contratiempos. Si tuviera que hacer un símil, sería como comprar en las rebajas: el primer día encuentras de todo, aunque sea a un precio mayor, y el que pretende buscar joyas en sus últimas horas solo encuentra piedras. Y no preciosas, precisamente.
Como buena aficionada al Tottenham, estoy más que acostumbrada a ver cómo mi club adopta la tercera postura de todas las mencionadas anteriormente. Un escaso movimiento en el mercado de fichajes se ha convertido en el sello de identidad del club. Eso sí, todo tiene su explicación. Todavía recuerdo aquel verano en el que gastamos el dinero que recibimos por la venta de Gareth Bale al Real Madrid como si fuésemos un niño con ganas de tirar por la borda su paga en el videojuego más caro y más novedoso de toda la tienda. La jugada, como era de esperar, no salió bien.
Con el capital que el Tottenham ingresó por la venta del jugador galés, los Spurs compraron a Roberto Soldado por 26 millones de libras, a Erik Lamela por 30, le siguió Etienne Capoue por el módico precio de 8’6 millones, también Vlad Chiriches, descendiente de Vlad el Impalador y jugador que puse en una de mis camisetas a costa de mi padre y de mi inocencia en sus más que cuestionables habilidades futbolísticas por 8’5 millones, Paulinho por 17, Nacer Chadli por 6 y Christian Eriksen por 11’5.
Para el aficionado lilywhite, la Navidad se había anticipado y parecía que el club estaba convencido en que debía restaurar la alegría a una afición que acababa de perder a uno de sus mejores jugadores. Una pieza irremplazable fue sustituida con siete compras que en aquel momento se consideraron como buenas, pero que, con el paso del tiempo y después de su deficiente rendimiento, mostraron con creces que lo barato sale caro. El Tottenham quiso reemplazar un bolso de Chanel con siete de Zara.
De esos siete fichajes solo uno ha conseguido marcar la diferencia a lo largo de los años: Eriksen. Todos los demás fueron y siguen siendo un animal esperando a ser sacrificado en sus horas más críticas. Y ahora os preguntaréis, ¿por qué me cuentas este rollo, pesada, si lo que yo quiero saber es cómo le irá al Tottenham en la 2018-19? Me he remontado a tiempos ancestrales porque la mala experiencia de ese año ha cambiado la percepción del club a la hora de fichar jugadores: todo mucho más recapacitado, que no significa que la calidad de los fichajes haya aumentado paralelamente, y un gasto escaso debido, en gran parte, a la construcción del nuevo hogar y del nuevo proyecto de los Spurs en el norte de Londres.
A un par de días para que dé el pistoletazo de salida la nueva temporada, el Tottenham no ha movido ficha mientras que otros clubes que luchan y aspiran a alcanzar esas mismas expectativas se han reforzado con creces y de manera muy avispada. El viraje se debe, en parte, a las esperanzas que el club está depositando en la juventud de cosecha propia y en los jugadores que Mauricio Pochettino ha convertido en sus gladiadores de la era moderna. Un once inamovible que, a ojos del presidente y del entrenador, necesita pocas pinceladas para convertirse en una obra de arte. Ellos ven un cuadro de Botticelli con una armonía perfecta y yo veo un borroso Monet, pero no les falta razón.

Para un club que se mantenía en Premier League sin llamar mucho la atención y siendo el conejillo de indias de su rival más cercano, los últimos años han supuesto un viraje en la forma de entender y de practicar su fútbol. Ha sido como un bonus en el juego: uno de esos niveles extra que te permiten llegar a la medalla de oro, a la victoria, a salvar a la princesa en peligro…pero antes hay que pasar por un castillo gobernado por un dragón que escupe fuego, y es entonces cuando los londinenses se bloquean.
Cerca de ganar la Premier, cerca de llegar lejos en la Champions League, cerca de hacer historia, pero parece que a los Spurs se les resiste ese paso final hacia la gloria. Durante la temporada anterior la discusión de “tienen que ganar títulos” se ha acentuado de forma exacerbada. Es como si el Tottenham tuviera que limpiar el polvo de sus vitrinas para así dejar su marca, para así convertirse en el mejor once de su historia como si no lo fuera ya a pesar de la falta de piezas de cobre bajo sus brazos.
La falta de trofeos no es lo más preocupante de cara a la próxima temporada. Si el Tottenham no gana nada, algo que veo como muy probable, no será un drama nacional. Si hay algo que he analizado con éxito durante los últimos meses es la obsesión de otras aficiones con respecto a nuestra falta de medallas, una preocupación que ni yo, ni muchos otros hemos tenido. Sin embargo, si los de Pochettino quieren mantenerse y estrenar el nuevo estadio con estilo deberán, al menos, pelear por quedar entre los cuatro primeros clasificados, una tarea que este año promete ser más complicada que de costumbre. El Liverpool se ha reforzado muy bien y tiene ganas de redimirse de sus errores, el Manchester City continuará imparable, el Arsenal tiene una nueva cara, el Chelsea de Maurizio Sarri, aunque limitado y ciertamente novato, podría dar la campanada, el Manchester United sigue ahí, un club que siempre llora, pero acaba siendo el equipo más resultadista del conjunto, y a todos ellos hay que sumar las posibles sorpresas que se puedan gestar a lo largo de la temporada. Si el Tottenham consiguiera repetir los resultados de la 2017-18 y mantener una buena racha en el nuevo estadio, creo que la temporada podría considerarse como un éxito. Cualquier otra sorpresa sería, por supuesto, bien recibida.
Tras la inversión realizada en el nuevo White Hart Lane (porque sí, es el nuevo Lane le llamen como quieran llamarle) es comprensible que ni el presidente ni y el Tottenham estén dispuestos a dejar la cuenta bancaria en números rojos. Sin embargo, Levy & co deberían comprender la diferencia entre despilfarrar y fichar recambios que el once pide a gritos. Los Spurs suelen arrancar la temporada con claras motivaciones que se van disipando cuando las exigencias físicas y mentales son mayores. Cuando la Champions League se introduce en el calendario, los de Pochettino empiezan a encontrar problemas de cansancio por falta de rotaciones y las lesiones copan el banquillo lilywhite; bajas sensibles para las que no suele haber recambios de calidad. La fe ciega en este grupo de futbolistas significa que los cambios son escasos, razón por la que el argentino acaba por desechar varias competiciones por temporada.
Aunque el mercado de fichajes haya sido un fiasco, siempre que los Spurs sigan el camino que dejaron atrás todo irá bien. Quién sabe si las cosas irán mejor de lo que esperamos. Pero no se puede negar la incompetencia de no saber qué necesita tu club y cuándo. La 2018-19 puede ser una temporada llena de crecimiento y lecciones para los londinenses, pero eso no significa que sea exitosa. Desde el primer momento se nos ha pedido paciencia en este nuevo proyecto. Un nuevo estadio, un entrenador comprometido, y unos jugadores que hasta la fecha no parecen salir corriendo al mejor postor. No se trata de rapidez, sino de consolidación.

Sin embargo, sí creo que el Tottenham deberá hacer frente a un par de problemas, ya sea ahora o en el futuro: mentalidad y competitividad. Mentalidad significa saber ganar aun cuando posees el carné de perdedor. Los Spurs han protagonizado el rol de underdogs durante gran parte de su historia y parecen ser incapaces de pasar página: un nerviosismo propio del que no está acostumbrado a ganar. Le sigue la competitividad, no solo en la Premier League sino en el propio círculo del club. Si Dele Alli acarrea una mala racha de partidos, no hay nadie en el banquillo que pueda hacerse con su rol en el partido. Si Eriksen se lesiona, no hay recambio que valga para intentar paliar su hueco en el once. Y a todo lo anterior se suma un carácter bondadoso de Pochettino, que en muchas ocasiones no sabe sentar a los jugadores que lo merecen.
La falta de competitividad está relacionada con la escasez de fichajes y de rotaciones. Si tienes dos centrocampistas que rinden al mismo nivel, el quebradero de cabeza será mayor. Sin embargo, si Eriksen no tiene rival, lo más probable es que continúe jugando como titular aunque lleve meses desaparecido. Lo que quiero decir aquí no significa que ahora los Spurs deban buscar un equipo “B” al nivel del “A”, pero si saber que Dembélé está en sus últimas horas y el equipo no tiene a su recambio idóneo.
Como dije al principio del artículo (o de la novela a este paso), el Tottenham convive con fantasías en una época en la que la gloria se compra a golpe de talonario. Una era de usar, probar y desechar. Una era en la que la falta de trofeos se considera como un fracaso. Una era de impaciencia y éxito inmediato. Por esas razones y más, aunque esta no sea nuestra temporada y más allá de la injustificable falta de acción del club este verano, el futuro es prometedor. Los aficionados que superan la franja de los 40 nunca han visto a un equipo como el que ha conseguido forjar Pochettino. Nunca ha creído tanto en unos jugadores y en un líder como el argentino. Y aunque esa sea nuestra única baza para creer y luchar en esta temporada que se avecina, sabemos que somos capaces de hacer grandes cosas.
The future is bright, the future is lilywhite.