Con su ultra-simple comunicado oficial de rigor y ya, el Real Madrid anunciaba un viernes por la noche a Eden Hazard como su flamante nuevo fichaje y, al mismo tiempo, la Premier League se despedía de uno de los mejores jugadores que han pasado nunca por ella. Hazard ha sido así de bueno. Hay algo muy adecuado en el momento, en la forma en la que se ha hecho. No se ha sentido como algo anticlimático, no ha dejado un mal sabor de boca. Era el momento y era el traspaso. Recuerda en cosas al de Cristiano Ronaldo del Manchester United al, también, Real Madrid. Ahora, al igual que entonces -hace ya diez largos años- se marcha el mejor jugador de la liga a uno de los muy pocos equipos a los que se entiende, se comprende, que se marche. Aunque esta vez quizás no quede esa pequeña frustración de sospechar que te vas a perder los mejores años del futbolista que explotó en tus parajes. Hazard podría alcanzar sin problema un nivel más del que nos ha mostrado hasta ahora, pero la sensación es que ese “siguiente nivel” de producción duraría una, dos temporadas más. No sería lo de Cristiano, no habrá ese salto tan bestial. El Madrid apenas ficha potencial, pero sí ficha a uno de los mejores. A un prominente integrante de ese siguiente escalafón del fútbol mundial después de Messi y después de Ronaldo.
La estrella que iluminó Stamford Bridge durante tanto tiempo ahora lo hará en el Bernabéu. La exigencia, a veces desmedida, es algo con lo que ha sabido lidiar hasta tener a la hinchada Blue comiendo de su mano. Si bien entra en a la que se podría describir como una nueva dimensión de surrealismo dentro del fútbol, está tan preparado como nadie. Aunque en el caso de empezar a perder o simplemente no cumplir expectativas todo cambiará, nadie había a quien quisiesen más en el Real que a él; la excepción de Kylian Mbappé aparte. Como el actual jugador del PSG, Hazard empezó en un buen equipo francés que, sin embargo, no era candidato a prácticamente nada más que a estar en la zona de arriba. Por la voluntad y empeño de su estrella, el AS Monaco ganó una liga, ganó gracias a Mbappé; siete años antes el Lille ganó gracias a Hazard. Marcaron diferentes momentos, pero los marcaron y, con su obvia diferencia de edad, se encuentran en puntos distintos de sus respectivas trayectorias. Una trayectoria que, al menos para el baluarte belga, podría terminar mañana y será recordada por una grandeza que no siempre abrumó pero que prácticamente siempre estuvo ahí. Su paso a la capital española no es más que uno para agrandar su figura, para ponerse a sí mismo a prueba, en un sitio nuevo. Un lugar en el que han convertido en costumbre ganar el único título de clubes que a él le falta.

El mismo que al Chelsea le faltó durante tanto tiempo; el cual Roman Abramovich persiguió con cubos llenos de billetes hasta conseguirlo, de la manera más inesperada, en el año más improbable, frente al Bayern de Múnich en el Allianz Arena, con Roberto Di Matteo de entreandor y Didier Drogba en su último rodeo. Cuenta la leyenda que ese tan inverosímil triunfo les hizo capturar el fichaje de Eden Hazard. Habiendo terminado sextos en liga, fuera de los puestos de Champions League, fue quien quedó cuarto aquella temporada, el Tottenham, quien tenía “hecho” el fichaje. Entonces, el Chelsea ganó en la tanda de penaltis para echar a los Spurs de la Champions y meterse ellos; y llevarse a la emergente estrella belga. Considerando que los Blues ganaron el máximo féretro continental con el lateral Ryan Bertrand como extremo izquierdo titular en la final, para no fue lo que viene a conocerse como difícil hacerse con el puesto nada más llegar. A pesar de las turbulencias de un equipo que vio a Di Matteo despedido meses después y su defensa del título terminada en la fase de grupos, Hazard encajó como anillo al dedo en su nuevo hogar. Pronto se convertiría su hogar.
Venía de producir de forma directa (goles o asistencias) casi cuarenta goles en liga en Francia y sus habilidades no necesitaron de traducción en Inglaterra. En cuanto a responsabilidades no tenía que cubrir el vacío de Bertrand, pero de alguna forma sí el de Drogba. Y hoy, todo este tiempo después, quizás su huella sea mayor que la del inconfundible delantero marfileño. No logró la Champions que sobre la bocina, y de forma tan disparatada, logró su predecesor, es cierto. A nivel de momentos de pura grandeza, de ese exhuberante poderío con el que Drogba llegó a abrumar, Hazard quizás se haya quedado tan sólo extremadamente cerca. Petr Cech y Frank Lampard también tienen esa Champions. Los cuatro juntos, con ese posiblemente inecesario regreso de Drogba, ganaron una liga juntos. Sin embargo, las dos primeras ligas de mediados de la pasada década inclinan la balanza en favor del resto. Si bien no jugó la final de Múnich, John Terry también estaba. Pero al final era defensa y nos caía mal, o al menos peor que el resto.
Es siempre complejo medir estas cosas. Pero el cuerpo de trabajo de Hazard no está por debajo del de ninguno de ellos. Está a la par y, según la perspectiva, incluso por encima. No estuvo en esa repentina carrera a la conquista de la Champions; tiene un global de una Premier League menos. Y sin embargo, ahí está; ahí están sus innumerables partidos, momentos en los demostró ser uno de los mejores que jamás ha vestido la camiseta del Chelsea y ha jugado en el fútbol inglés. Un regateador sensacional, con un repertorio técnico de élite y esos momentos a los que se los imprimió en toda su gloria. Uno de sus últimos, contra el West Ham, a principio del pasado mes de abril, ejecutando una fabulosa conducción y una culminación perfecta. Su famosa “irregularidad” es quizás el único pero, si bien ese “pero” es de lo más ligero. Hay ciertos jugadores al los que, por más que lo dejen constatadamente detrás, nunca se les permite hacerlo del todo. Para parte de la opinión pública nunca dejarán de ser ese jugador irregular, que aunque “sí, se ha convertido un mejor jugador”, por algún motivo nunca será capaz de sacudirlo plenamente.

Y Hazard, en su caso, tiene parte de culpa. Pocas temporadas se le recuerdan a un jugador de su talla tan imperdonablemente catastróficas en la plenitud de su carrera como el año en la que su Chelsea campeón pasó a quedar décimo. Décimo. Es que no parece ni verdad que aquello sucediese, que él marcase un total de cuatro goles y el primero de ellos en abril. Se habló mucho sobre ello. El propio Hazard lo justificó, habiendo cometido el error de no mantenerse al nivel físico exigido el verano previo. Como una historia de terror, ese capítulo de su carrera quizás nunca desaparezca del todo. Pero casi lo ha hecho, porque lideró a Bélgica en esa Eurocopa y volvió para aclarar entre la confusión y el desconcierto generado por él mismo, que sí, que él era una estrella mundial del fútbol. El hecho de que no sea tan irremediablemente brillante como Leo Messi -aunque sí sea lo más parecido que exista actualmente, como señalaron los chicos de Driblab– o tan indestructiblemente determinado como Cristiano Ronaldo, hace que cuando vengan mal dadas esa sonrisa pícara no sea tan reconfortante.
Con esa sonrisilla, con esa predisposición tan juguetonamente diabólica, es un jugador de una calidad inmensa, pero no tiene esa inevitabilidad que te haga sentirte seguro cuando los momentos no son los óptimos. Eso no es él, por decirlo de alguna manera. Pero incluso en una temporada tan extraña como la que se acaba de terminar, Hazard ha sido absolutamente genial, uno de los mejores de toda la liga. En su “recuperación” de aquel mal año pasó a convertirse en alguien mejor de lo que había sido antes. Guió al Chelsea a un título de la Premier League casi, casi tan maravilloso como el que José Mourinho consiguió con ellos doce años antes. Fue centrado en su posición en el campo por Antonio Conte y él hizo el resto para demostrar que sí, era así de bueno. No perfecto, porque quién lo es, pero a sí a un nivel que sus reticencias defensivas pueden ser más que compensadas por el contexto indicado. Él se adentra ahora en un sitio completamente nuevo, en un equipo entre trasiciones, intentando volver a comprenderse a sí mismo. No es Cristiano Ronaldo hace una década, pero es lo más cercano que el Real Madrid podía conseguir. Porque aunque su carrera haya tenido momentos de complicación y desconcierto, aunque ello haya sido incluso demasiado interesante, Eden Hazard es muy bueno. Y fue todavía mejor de lo que pareció.
