AVISO: El primer párrafo de este artículo contiene spoilers o, como solía decirse antes de que el inglés se abalanzara sobre el español cual horda de vikingos furiosos, destripa el final de una película. Así que, si no has visto “Carlito’s way”, te recomiendo que saltes directamente al segundo párrafo. Eso es si tienes intención de verla, claro. De lo contrario, te va a dar igual conocer el final. Claro que, ¿por qué alguien no querría ver una obra maestra del cine como esa?
Recuerdo perfectamente dónde y cuándo vi “Carlito’s way” por primera vez. Sucede con las películas que han marcado la infancia y la adolescencia de uno. Lo mismo me pasa con “ET”, “Superman” o el “Batman” de Michael Keaton (aunque recuerdo más a Jack Nicholson como el Joker, claro). Brian De Palma logra algo que no es sencillo y que, en ocasiones, marca la diferencia entre una buena película y una gran película: que el espectador se identifique con el protagonista. En primer lugar, porque Carlitos es un tipo con buenas intenciones aunque sus métodos sean en ocasiones algo bruscos. En segundo, porque tiene carisma. Así que el espectador siente en sus carnes su final trágico, precisamente cuando parecía estar más cerca de su objetivo, que no es otro que largarse con su chica y dejar atrás su pasado para criar al hijo que espera con aquella. “¿Por qué tenía que morir?”, se pregunta el espectador cuando las luces marcan el final de la proyección.
En estas situaciones, el espectador se siente impotente. Al fin y al cabo, no tiene control alguno sobre los vericuetos de una película. Ese control lo ejercen el guionista, que inventa la trama, el director, que la plasma en pantalla, los actores, que ponen cara a los protagonistas, y el productor, que trata de que el trabajo de los demás dé beneficios. No es tan diferente de la temporada de un club de fútbol.
Claudio Ranieri, el director de la película más épica jamás narrada en la historia del fútbol inglés, ya no está a cargo de la obra del Leicester de esta temporada. El productor-dueño consideró que la película estaba destinada a fracasar estrepitosamente en taquilla y optó por cambiar de director. Con el apoyo de los actores, que tan bien habían trabajado a las órdenes de Ranieri en su anterior obra pero que habían roto su relación con su director.
En todo esto, los críticos-periodistas y los espectadores-aficionados no tienen mucho que decir más allá del siempre disponible derecho al pataleo. La cuestión que sobrevuela el asunto es: ¿Es justo que un club destituya a un entrenador que hace menos de un año les condujo a la gloria? ¿No debería mostrar fidelidad y agradecimiento por el trabajo pasado?
En cierto sentido, esta situación guarda paralelismo con la de Arsène Wenger en el Arsenal. El francés, como Ranieri, condujo a su club a grandes éxitos pero sus últimos años de sequía han provocado que algunos aficionados exijan su relevo. Por supuesto, Wenger hizo mucho más por el Arsenal que Ranieri por el Leicester porque, además de ganar títulos, se aseguró de transformar la entidad de tal forma que estuviera en disposición de ganarlos durante los próximos cincuenta años. Pero el dilema es el mismo en ambos casos.
Como suele suceder en este mundo de redes sociales, inmediatez informativa y análisis superficiales, es fácil quedarse en la superficie. El despido de Ranieri comenzó a fraguarse en verano, cuando perdió a N’Golo Kanté sobre el césped y a Steve Walsh en los despachos. Sin el primero, el equipo perdió todo atisbo de solidez y, hasta cierto punto, de unión. Sin el segundo, la política de fichajes del club se convirtió en una lotería. En que el precio de cada décimo se cuenta por millones de libras.
El propio Ranieri cavó su propia fosa cuando rompió su relación con su ayudante Craig Shakespeare, un tipo cercano a los jugadores que actuaba como vínculo de unión. Además, algunas de sus decisiones tácticas incomodaron a sus jugadores, como cuando decidió en el último momento apostar por un 4-4-2 en rombo en Southampton sin haber avisado a sus jugadores con antelación. Los Foxes perdieron 3-0.
Khun Vichai, el dueño tailandés del club, confió en Ranieri hasta lo razonable. De hecho, fue el último en el club en perder la confianza en él. Pero las finanzas apremian. Decía Blaise Pascal que “el corazón tiene razones que la razón no entiende”, lo cual posiblemente también sea cierto a la inversa. La Football League tiene abierta una investigación sobre el Leicester por incumplir las normas de juego limpio financiero durante la temporada del ascenso a la Premier League. Si el club descendiera, podría tener que hacer frente a una sanción millonaria, a un embargo en los fichajes y, quizás, a una deducción de puntos. Sería una catástrofe financiera para el club. No tanto deportiva para un club acostumbrado a las decepciones y a los descensos.
Es lógico que los espectadores desaprueben el despido de un director con el carisma de Ranieri. Un tipo elegante, caballeroso y entrañable. Pero ellos no se juegan su dinero como el productor ni protagonizan esta película como los actores. En cualquier caso, siempre les quedará el consuelo de poder recrearse con la película que todos juntos confeccionaron la temporada pasada. Una obra perfecta que recordaremos como hacemos cada Navidad con “Qué bello es vivir” de Frank Capra. Aunque, ahora mismo, la vida no parezca muy bella.