Suelen decir de Craven Cottage que es el estadio más bonito de Inglaterra, el más elegante y no precisamente uno de los más ruidosos. Para Aleksandar Mitrović, esa definición no casaba en principio con un carácter para el que el belicismo es una droga. Pero sólo conociendo en Fulham un fútbol más sofisticado en fachada y contenido ha conseguido que su sangre caliente y el balón sean complementarios, no incompatibles. Ya era un jugador de culto por estar grillado; ahora, también es un goleador al que el mundo empieza a respetar.
Si Mitrović ve los partidos como pequeñas guerras de noventa minutos es porque desde chaval nunca rehuyó una pelea. Para explicar su carácter hay que remontarse a su infancia en Serbia, donde los Balcanes forjaron una personalidad que apenas necesitaba una pequeña chispa para saltar por los aires. «Mi padre dice que habría sido un criminal o un boxeador si no fuese por el fútbol», dijo en 2017 en una entrevista con el Daily Mail. Y es que siempre ha sido de esos que contesta a una temeridad doblando la apuesta. El joven Aleksandar era de los que volvía a casa con sangre, denuncias y pocas excusas convincentes para justificar la última gamberrada.
En su familia trataron de canalizar esa violenta adrenalina apuntándole a kárate, pero no le convenció: «No era para mí, no me gustaban las normas. Necesitaba liberarme de todo eso». Era como darle una pistola de agua a Rambo para que dejara de matar. Y entonces llegó el fútbol: «Podía ser agresivo y al mismo tiempo era bueno con el balón. El fútbol me salvó».
Ni siquiera la sed de bronca de Mitro hizo sombra a sus excelentes cualidades futbolísticas: escaló hasta la élite sin derrapes en su rápida progresión. Con sólo 20 años llegó a la Premier League de la mano del Newcastle United tras haber pasado por Partizan, Teleoptik y Anderlecht. El club inglés era, curiosamente, el equipo de sus sueños: no era la típica frase vacía del día de su presentación, sino que ya en sus tiempos en el Partizan se confesó seguidor de los Magpies. Si ya hay que estar loco para elegir voluntariamente al Newcastle como sufrimiento futbolístico, tratándose de la cabeza de Mitrović la mezcla era de lunáticos.
St James’ Park adoró desde el primer minuto contar con un hombre que por amor a la causa plantaría cara hasta a un tren en marcha. Sin embargo, entre el descenso en 2016 y su inmediato ascenso en 2017, Rafa Benítez dejó claro a todo el mundo lo que necesitaba el club: método y orden. En esa idea, Mitrović no era más que adrenalina desaprovechada.
Haciendo uso de un 4-2-3-1 absolutamente innegociable, el entrenador español siempre se ha decantado en Newcastle por planteamientos conservadores centrados en la estabilidad defensiva. Con líneas muy juntas, once tipos sacrificados en defensa y un solo hombre arriba como referencia, el delantero tiene que aceptar que es un trabajador más de un colectivo compacto en el que lo importante es la retaguardia. Toda nota discordante tiene un sonido insoportable para Benítez, y el serbio no es de los que pasan desapercibidos.

La grada adoraba tener a un peleón partiendo su cara y las ajenas por el escudo; Benítez, no. El sistema debía regirse por una disciplina total para que funcionase, pero Mitrović es de los que pregunta después del puñetazo, no antes. Tarjetas rojas, sanciones y salidas de tono en el césped hicieron que el técnico concluyera que era incapaz de encajar al delantero en su dinámica. «Si perdía los nervios, no era capaz de contar ni hasta uno. Ahora llego a seis, a veces siete», contó Mitrović en la entrevista. En aquel momento, estaba a punto de empezar la temporada 2017-2018, la del regreso del Newcastle a la élite, y Aleksandar se esforzaba por explicar que había relajado su temperamento —al menos a partir de entonces sus enemigos tendrían seis segundos de margen para salir corriendo—. El mismo que había provocado que en el año en Championship hubiese sido suplente y que seguiría dejándolo en el banquillo esa temporada. Hasta que llegó el Fulham.
No es casualidad que esté en el mejor momento de su carrera desde que marchó cedido al club londinense en enero de 2018 para ser, seis meses después, traspasado definitivamente. En el Newcastle no era más que un peón, pero en el Fulham todo el juego está construido en torno a él.
En otra entrevista con el Mail este mes, Mitrović echa la vista atrás y admite que «no podía jugar» en el estilo del Newcastle: «Benítez juega defensivo y al contraataque. Lo intenté, pero peso noventa kilos y si corro demasiado en defensa no me quedan fuerzas cuando estoy en el área rival. Me gusta estar cerca del área, necesito centros y asistencias». La vida en Craven Cottage, en cambio, es radicalmente opuesta. Con Slaviša Jokanović no sólo comparte la nacionalidad, sino también la concepción del juego. Y es que el entrenador del Fulham no ve a Aleksandar como una parte del conjunto: es el centro del sistema.

Los Whites, a diferencia de los Magpies, son un equipo que quiere atacar con el balón, no protegerse de él. Con jugadores mucho más creativos en la mitad de campo rival y un tanque como Mitrović, Jokanović usa un 4-3-3 con el que consigue que el serbio, mire donde mire, sólo vea creatividad. En Newcastle, detrás de él estaba Ayoze Pérez, que es más finalizador que pasador. A muchos metros de distancia quedaba Jonjo Shelvey, que generaba juego desde el doble pivote, pero tan alejado de Mitrović que sus desplazamientos tenían que ser siempre en largo. Ahora cuenta con dos interiores de técnica de museo, Jean Michaël Seri y Tom Cairney, que le nutren de balones mucho más limpios cerca del área mientras Kevin McDonald cubre sus espaldas.
Como el Fulham se estira mucho más que el Newcastle al no meterse atrás, los extremos del equipo londinense pasan mucho más tiempo cerca de Mitrović. Con Benítez, en cambio, sus roles eran más de centrocampistas que de atacantes. Para la defensa contraria, además, no es lo mismo estar pendiente en su día de Christian Atsu y Matt Ritchie que actualmente de Luciano Vietto y André Schürrle: ahora hay dos bandas que requieren más atención y generan más peligro por sí mismas.
Así, su fútbol se ha desarrollado y sus estadísticas han engordado: no necesita sacrificarse en defensa como en St James’ Park, le llueven todos los balones que siempre deseó y ha marcado cuatro goles en cuatro jornadas, siguiendo la estela de los 12 que anotó entre febrero y mayo en Championship con los Whites. En apenas meses ya ha superado los 14 que sumó entre 2015 y 2017 en Newcastle.
Craven Cottage ha resultado ser el escenario perfecto para que Mitro sienta definitivamente que encaja en un lugar. Paradójicamente, un tipo con su presencia de matón ha acabado sintiéndose cómodo en el contexto más sofisticado que jamás ha tenido. En un estadio que parece hecho para tomar el té y dentro de un sistema que mima al balón, al serbio le han montado una trinchera a su gusto para que se pegue con quien quiera mientras sume goles. La vida podría haber llevado a Mitrović por muchos caminos, pero acabar en el Fulham es como haber escogido siempre el correcto.