Nos creímos que el Manchester City había perdido parte de esa aura que le hace especial. Aquella sensación de sentirte pequeño ante él, de perseguir el balón hasta olvidar el sentido de todo, de salir al campo y saberte perdedor. La acumulación de malos resultados les convirtió en un equipo aparentemente terrenal. Y, aun así, en el momento más importante de la temporada, el campeón volvió a rugir. Al menos, en cuanto a resultado. Por otro lado, el Liverpool no fue ese grupo rock que mencionan los Gallagher. Evolucionados hacia un estilo de juego más global, los muchahos de Jürgen Klopp no llevaron a cabo la presión de los primeros minutos ni tampoco mantuvieron un ritmo alto, pero de tanto en tanto iba recordando que ahí estaba uno de los equipos más peligrosos de Europa.
En una de esas acciones, Roberto Firmino, Mohamed Salah y Sadio Mané triangularon fuera del área Skyblue, pero el sengalés envió el balón al palo, para que después se diera una de las acciones clásicas en Hackney Marshes los domingos por la mañana. O en un instituto a la hora del patio. O en un solteros contra casados (con un final terrible para el portero que recibiese tal pelotazo). Pero no entre dos equipos que se disputan media Premier League. John Stones, frágil en el cuerpo a cuerpo, consiguió despejar el balón en el momento justo. Con la misma sensación, y a la vez alivio, de llegar a coger el tren cuando ya se estaban cerrando las puertas. Poco más de un centímetro. De resbalones a pulgadas. Los pequeños detalles.
A partir de esa acción, el Manchester City volvió a tener el ritmo del partido, pero no logró disparar a puerta hasta el minuto 40. Justo en la línea que separa los delanteros, entre uno bueno y otro muy bueno. El ‘Kun’ Agüero consiguió desmarcarse de Virgil Van Dijk por primera vez en todo el encuentro y se anticipó a Dejan Lovren, mientras aún trataba de convertir centímetros en pulgadas, y marcó el primer gol. Ambos equipos renunciaron ligeramente a su esencia. Los de Pep Guardiola no arriesgaron en exceso, pese a que tras una hipotética derrota solo había un abrupto precipicio. La nada. Tampoco Klopp, al que se le podía presentar un escenario ideal para explotar las transiciones.
En la segunda parte, el entrenador alemán modificó la estructura del equipo y probó con un esquema que se ha ido asentando durante esta temporada. Salah, que en el primer tiempo partió desde la banda, se convirtió en delantero centro, mientras que Firmino gozó de más libertad de movimientos. El Liverpool consiguió igualar la sobreexcitación a nivel de intensidad del Manchester City con la entrada de Fabinho, que formó pareja con Jordan Henderson. Klopp apostó por una especie de 4-2-3-1 asimétrico y el gol llegó. Propiciado por la aparición de laterales en zonas ofensivas, Alexander Arnold centrando y Robertson asistiendo a Firmino dentro del área Skyblue.
Con el empate, el control del partido fue algo imaginario, irreal, rechazado en su significado total por parte de los dos equipos. El partido se rompía y ninguno de los dos conjuntos parecía querer remediarlo. Así las cosas, el Manchester City consiguió marcar el segundo gol -metafóricamente- en un contragolpe. Agüero, que intervino poco con balón, marcó un movimiento definitivo para vaciar el carril de Leroy Sané. El disparo cruzado del alemán golpeó en el palo, pero los centímetros suficientes por la cara interna de la madera para que el balón cruzara la línea.
En la primera vez durante la Premier League que el Liverpool recibía dos goles en un mismo encuentro, también perdía el invicto. La victoria del Manchester City era doblemente importante, no solo por el resultado sino por las sensaciones de volver a ser quien parecía haber desaparecido. En cuanto a los Reds, dejaron escapar una oportunidad perfecta para escaparse a cuatro partidos de ventaja respecto a uno de sus competidores. Aunque en la Premier League raramente existen finales entre dos equipos. La luna volvió a ser azul celeste. Pero, de momento, solo por una noche.