La Navidad. Un tiempo para reflexionar y recordar. Para tener la mente despejada, activa, ávida de nuevas vivencias y momentos imborrables. Para ser consciente de todo lo que sucede a tu alrededor, y poder agradecer aquello que te ha tocado compartir en la vida con aquellos con los que te ha tocado compartir la vida en sí. O no. Entre toda la felicidad y embriaguez de alegría navideña también hay momentos para dejarse ir. Para poner la mente en blanco, y no recordar nada. O intentar recordar sin éxito. Lo que piensan muchos cada 25 por la mañana cuando se despiertan con la imperiosa necesidad de tomar una buena taza de café -y dos o tres aspirinas-, o lo que pensaron en Leyton, Londres, hace poco menos de un siglo.
Una historia que no es sobria, pero sí navideña. Y que empieza con Edmund Crawford, protagonista principal de esta historia. Que tiene a su vez un camino vital algo tortuoso. Nacido en Filey -Yorkshire-, el 31 de octubre de 1906, empezó a dejar huella desde la adolescencia.
Edmund “Ted” Crawford, o cómo reaccionar ante la vida
Cuando Crawford tenía 14 años, Herbert Chapman, legendario entrenador inglés que era a su vez natural de Yorkshire, había sido puesto en duda por la FA por irregularidades financieras en el Leeds durante la guerra. Tras levantarle la suspensión vitalicia que le habían puesto, se había hecho cargo del Huddersfield Town y el 1 de febrero de 1921 ya era entrenador del primer equipo a todos los efectos. Y Chapman, un detector de talento sobrenatural, le dijo al joven Edmund que llegaría a ser un gran extremo izquierdo. Algo que, por supuesto, nunca llegó a suceder. Un tiempo después el Fulham contactó con él para hacerse con sus servicios, y le pidieron que viajara hasta Londres para hablar y tratar de ficharle. Cuando llegó a la estación, se dio cuenta de que el club no le había mandado a nadie para recogerle, intentó encontrar el estadio por la ciudad y, al no tener éxito alguno con sus pesquisas, se dio media vuelta y se volvió a Yorkshire. Donde a la tercera fue la vencida. Un poco a regañadientes.
En 1922 se unió a sus hermanos en Filey, todavía como un amateur, y perteneció también al Scarborough Penguins y al Scarborough Town, de donde acabó regresando en 1929 a Filey, que pertenecía a la Scarborough & District Football League, fundada en 1898, y de la que habían salidos campeones de manera consecutiva en 1925 y 1926. Dejando absolutos récords goleadores, demostrando estar muy por encima del nivel de esta competición, anotando 141 goles en 73 partidos en los que apareció. Una estadística que parece irreal, y de la que hay pruebas pero no por esto se debe tratar a la ligera. Una cifra, de todas formas, que le llevó a firmar por Halifax Town, que vio mucho potencial en él como delantero centro. Subiendo, por tanto, a la subdivisión Norte de la Tercera División de Inglaterra. Lo que hoy en día es League Two. Y en donde no se amilanó, acabando su estancia en el equipo con 20 goles en 29 encuentros de liga, consiguiendo de esta forma llamar la atención del Liverpool, que le dio su gran oportunidad.
Se le veía como una gran promesa, era todavía muy joven -las diferentes fuentes lo describen entre los 24 y los 25 años-, y había tenido tres temporadas previas muy fuertes. Generando unas expectativas bastante elevadas que se vieron incluso superadas con los cuatro tantos que marcó en sus primeros tres partidos -dos de ellos en su debut ante los Wolves-. Pero no volvió a marcar, y en su octavo encuentro con los Reds, ante el West Bromwich Albion, una lesión en el tobillo le cortó su trayectoria de cuajo. Obligándole a bajar nuevamente a los lodos de la Third Division, donde tuvo su oportunidad en el Clapton Orient, conocido hoy como Leyton Orient, para más información.
Jugando con una fractura de tobillo el resto de su carrera, de la que fue consciente una vez se retiró, acumuló más de 200 partidos en las filas de los O’s. Es increíble el efecto que puede tener sobre el cuerpo humano la adrenalina y la necesidad de acción continuada. Además de lo mucho que ayuda estar ebrio, y no ser consciente de lo que pasa.
Las leyendas nocturnas del Clapton Orient
La noche de Navidad de 1931 -el año varía según las fuentes- no fue la primera vez que el alcohol se entrometió en su carrera futbolística. Una noche, un fan que ninguno conocía de nada, se les acercó preguntándoles si estarían interesados en ir a un club nocturno con ellos. Y sin mucho sentido ni uso de la lógica, al final lo acabaron haciendo, llegando a acabar en clubs de compañía. Gastando siempre cantidades ingentes de dinero, gracias a este fan desconocido que se encargaba de pagarles todas las fiestas que celebraban. Y del que se acabó descubriendo que había llegado a estar en la cárcel por malversación de dinero. Un currículum impecable para el encargado de alegrarles las noches a los miembros de la plantilla de Clapton.
El 25 de diciembre de 1931 se enfrentaban el Clapton Orient y el Bournemouth, en Bournemouth, y se las prometían muy felices. Su entrenador Peter Proudfoot, la noche anterior, les había dado un barril de cerveza como “regalo” de Navidad. Un Proudfoot que, por cierto, había sido suspendido en julio de 1928, sin mucha razón aparente. No se le podía considerar culpable de amañar partidos -el delito por el que se le investigaba- pero la comisión que había sido asignada para investigarlo tampoco lo consideró inocente “del todo”, así que le suspendieron durante 6 meses. La Federación del Condado de Durham llegó a estar incluso suspendida por sí mismos. Un caso rocambolesco.
Así fue como se presentaron todos los jugadores del primer equipo, que no le tenían mucho aprecio a los partidos de Navidad por pasarlo alejado de sus familias -la verdad o una excusa, cada uno decide su camino-, borrachos todavía de la cerveza de la noche anterior en la estación de Waterloo, donde debían coger el tren a Bournemouth.
Cuando el partido comenzó, todavía seguían renqueantes de sus aventuras nocturnas -jugadores como Arthur Rigby estaban acostumbrados a jugar sin sobriedad-, y “Ted” Crawford no era capaz de golpear el balón con certeza. Veía, literalmente, doble. Cada vez que un balón se le acercaba en un centro, remataba el balón que no era, pues veía dos y únicamente uno existía realmente. Lo que acabó provocando que, en un cierto momento del partido, estuviera tirado en el suelo, sufriendo la mezcla de resaca y borrachera que aún tenía en su cuerpo, empapado del sur del sufrimiento del partido. Sorprendentemente, consiguieron anotar un gol, y únicamente recibieron dos tantos en contra. Al día siguiente jugaban nuevamente ante el Bournemouth, en el mítico Boxing Day, que se había instaurado como partido de vuelta a los encuentros que se disputaban el día de Navidad, y habiéndose recuperado completamente de su penúltima noche, consiguieron sacarle un empate a sus rivales. Acabaron el curso detrás del Bournemouth, que había sacado los puntos de ventaja suficientes para adelantarse con esa victoria ante el Orient.
Crawford se acabaría retirando del fútbol en 1939, y tras la guerra se convertiría en entrenador. Su primer empleo fue en Suecia, y posteriormente pasó a entrenar en Italia. Primero en Bologna, donde se vio envuelto en un acuerdo de amaño de partido en la última jornada, y aunque intentó convencer a sus jugadores de ataque que dejaran todo sobre el campo -el gol que marcaron no fue celebrado por el resto de sus compañeros- tuvo que observar como su defensa hacía lo imposible por dejarse empatar. El resultado que buscaban. Perdió su trabajo aquí, y fue contratado a última hora por el Livorno para salvar la categoría. Hizo lo que pudo, trató de convencer a sus jugadores en el vestuario de que podían lograrlo, y que no había señales de amaño por ninguna parte. Sorprendentemente, volvió a acudir a la cita el poderoso agente que es don dinero, y descendieron. Y tras vivir en sus carnes el comienzo de una guerra de guerrillas en contra del ejército británico en Chipre, mientras entrenaba al AEK Atenas, su directiva no pudo asegurar su completa seguridad, decidió volver a Inglaterra y retirarse del fútbol definitivamente.
El día de Navidad es, por tanto, un día de compartir, y un día de celebrar. Y como ha quedado demostrado, lo segundo en ocasiones se impone a lo primero. Al final celebrar, incluso cuando no hay nada por lo que congratularse, también va acorde al espíritu navideño. Llegue en la forma -sólida o líquida- en la que llegue.