Uno de los grandes males del periodismo deportivo (y del periodismo en general) es la exageración. Y no me culpo a mí ni a mis compañeros, porque cuando se ve algo que gusta, lo normal es creer que es perfecto cuando realmente es bueno, a secas. Algo así ha sucedido con el Manchester United de Ole Gunnar Solskjaer. Cuando llegó el noruego, le mostró a un equipo perdido el camino hacia su (por aquel entonces) lejano objetivo de clasificarse para la Champions League.
Seguir ese sendero requería querer al balón y no dejarlo de lado como pasaba con José Mourinho, teniendo así una apuesta atractiva que a todo amante del fútbol le gustaba. Además, un Paris Saint Germain mermado por sus últimas bajas visitaba Old Trafford para disputar los octavos de final de la Copa de Europa. El fútbol sonreía al United, y nosotros, observando desde fuera, idealizamos esta relación.
La pelota, por mucho que la ames, es caprichosa. Unos días corresponde ese amor y buen trato, pero al siguiente si te ha visto, no se acuerda. Cuando todo parecía de cara para el United, nos olvidamos de que tampoco ha cambiado tanto en algo más de un mes. Y que por mucho que al PSG le falten dos de sus actores principales, no es que le falten buenos jugadores. Al final, tras un tiempo de idilio, a los de Old Trafford les ha tocado despertarse tras el golpe sobre la mesa que ha dado el equipo de Thomas Tuchel.
En una primera parte donde las fuerzas estuvieron igualadas y lo único a destacar fue la tensa relación entre Ángel Di María y la afición de Old Trafford, el United seguía creyendo pese a las lesiones de Anthony Martial y Jesse Lingard. Lejos de esa calma tensa de la Champions League y sus empates a cero, Solskjaer y los suyos aún confiaban en que en la segunda mitad apareciese ese “algo”, esa pizca de suerte que les había prestado el fútbol últimamente. Nada más lejos de la realidad.
Tuchel mostró -una vez más- lo gran entrenador que es, ajustando al equipo francés para que hiciese realidad ese espejismo de la primera parte en el cual sus muchachos eran dueños y señores del encuentro del encuentro. Gran culpa de ello tuvo el dominio del centro del campo formado por Marquinhos, Marco Verratti y Dani Alves. Era cuestión de tiempo que el control del medio del campo se tradujese en ocasiones de la potente delantera parisina, que pese a las bajas de Neymar Júnior y Edinson Cavani, tenía la pólvora suficiente como para acabar con las esperanzas del Manchester United. Y entre un excelso Di María más pendiente de sacar de quicio a la afición rival y un más que correcto Julian Draxler, apareció alguien llamado a gobernar el fútbol en los años venideros: Kylian Mbappé.
Este tipo solo tiene un año menos que quien escribe estas líneas, y parece que se ha propuesto amargarle su juventud. Con 20 años ya ha ganado un Mundial y tiene la mala costumbre de aparecer en todas las noches grandes. El Teatro de los Sueños no iba a ser una excepción en su impecable currículum, dejando su sello provocando el córner del 0-1 de Presnel Kimpembe y anotando el 0-2 definitivo (para el partido y casi que para la eliminatoria). Además, cerca estuvo de anotar un tanto más si no es por el acierto de David De Gea. Y todo ello sin intervenir apenas en el juego. Ojalá le veamos algún día por la Premier League.
Pese a que el bueno de Mbappé se encargó de cerrar prácticamente la eliminatoria, el sufrimiento de los locales no había acabado. Básicamente porque Paul Pogba, jugador que por su estado de forma estaba siendo prácticamente el mejor jugador de Europa en el último mes, estaba de mal. “Igual el partido no ha acabado, así que ya me encargo yo de acabar el mío”, debió pensar el talentoso jugador francés. Una fea entrada sobre Alves en los últimos compases del partido provocó su segunda tarjeta amarilla y posterior tarjeta roja. Si el United ya tenía suficientes problemas con dos lesionados y un 0-2 que remontar, Pogba se encargó de pegarle al equipo un tiro en el pie, dejando al equipo en busca de la remontada sin su mejor jugador.
Como ya dije anteriormente, el balón es caprichoso. Y si no, que se lo digan al propio PSG, experto en dilapidar grandes ventajas en Champions League. Es muy difícil, pero no imposible. Al equipo lo dirige un tipo que selló la remontada más épica de la competición, así que aún se puede seguir soñando tras este pequeño -gran- bache. Todo sigue igual en el United, fallando en los momentos importantes. Realmente, Solskjaer llegó al banquillo de este conjunto sin expectativas de pasar a cuartos, y ha conseguido que al menos hubiese algo de fe. Así que más que igual, sigue casi igual. Lo que sí seguirá igual es que mientras Mbappé siga perforando las redes rivales y llenando las vitrinas de su casa de trofeos, un servidor seguirá estando en el sofá de su casa. Eso sí, él nunca podrá conseguir algo que yo ya he conseguido: ser parte del equipo de La Media Inglesa.