En la tarde-noche del martes 7 de mayo, bajo el mágico y vibrante “You’ll Never Walk Alone”, cantado a corazón abierto y pleno pulmón por los fieles, Anfield recogía un partido destinado a recordar las pasadas hazañas realizadas por el Liverpool en el continente europeo. La afición lo sabe y juega con ello: pocos equipos como el conjunto Red mantienen tanto el respeto del rival, aunque se haya embolsado un 3-0 en el partido de ida de una eliminatoria. El escudo Liverbird tiene una historia bajo sus alas que infunda respeto y cautela, a la par que un corazón enorme hecho a prueba de bombas.
Jürgen Klopp veía como su potencial en ataque se veía mermado considerablemente debido al infortunio. Mohamed Salah había recibido un fortuito golpe en un choque fortísimo contra Martin Dúbravka tres días antes en el penúltimo encuentro de Premier contra el Newcastle en St. James’s Park que le dejó fuera del partido, temiéndose por momentos que la cosa fuese a peor. Finalmente, tras las pertinentes pruebas médicas realizadas al egipcio, el equipo médico del conjunto inglés optó por la lógica y le comunicó a Klopp que lo mejor sería descartar al delantero por precaución para el partido de vuelta. Lo primero en la vida es la salud, después todo lo demás. Buen detalle humano.
Los problemas para el entrenador germano no terminarían ahí. Roberto Firmino, el “pegamento” del Liverpool, tampoco estaría disponible tras no superar sus molestias en el aductor. Si remontar al Barcelona un adverso 3-0 se podía tildar de épico, hacerlo sin dos piezas clave en ataque ya era rezar sin cesar a cualquier religión existente sobre la faz de la tierra, sin excepción.
El partido empezó según lo esperado, los muchachos de Klopp apretaban al máximo en la salida del conjunto azulgrana y pasó lo que el guion requería para la afición Red. Pasados los 5 minutos, un error de bulto poco frecuente en un jugador como Jordi Alba permitió a Jordan Henderson adentrarse en el área casi sin oposición, recortar y tirar a duras penas ante la estirada de Marc-André Ter Stegen. El rechace cayó en los pies de Divock Origi, que solo tuvo que empujarla plácidamente al fondo de la red. Las esperanzas brotaban para el conjunto local y las alarmas saltaban para dar un toque tempranero al Barça debido al 1-0.
Apenas dos minutos más tarde, fue Sergi Roberto el que dio otro pase erróneo hacia Ter Stegen en el que si Origi hubiese tenido más fe en su carrera podría haber supuesto el 2-0 en el marcador. En la siguiente jugada, Sadio Mané, siempre correoso, se deshizo de la marca de Sergi Roberto ganándole en velocidad y entre el canterano y Arturo Vidal casi cometen penalti sobre el delantero senegalés. Faltó poco. El Barcelona parecía sufrir y estaba tocado ante el empuje del Liverpool.
El Liverpool se fue arriba con todo y el Barcelona tuvo a la contra sus mejores oportunidades para dejar vista para sentencia la eliminatoria. Primero Lionel Messi y después Philippe Coutinho intentaron batir la meta de Alisson Becker, pero el guardameta tuvo su noche esta vez. Estuvo brillante y demostró porque el club apostó tan fuerte por él. De hecho, fue el salvador del equipo inglés en la que fue la última jugada de la primera parte, saliendo valiente a un mano a mano con Jordi Alba evitando ese gol que alejaba el sueño de la final para los Reds. Llegaba el descanso con todo por resolver todavía, más si cabe viendo el empuje y la ilusión intacta de los jugadores que vestían de rojo.
Así fue, el Liverpool salió a por los segundos 45 minutos en modo locomotora una vez más. Recordó a aquellos 20 minutos demoledores ante el Chelsea no hace tanto y en el mismo escenario. Antes, Klopp había dado entrada a Georginio Wijnaldum sustituyendo a un tocado Andrew Robertson que lo intentó hasta el final. Y vaya si fue importante el holandés. Un beso en toda la frente se merece esta noche. Entre el 54 y el 56 transcurrieron esos minutos mágicos y el Liverpool había igualado la eliminatoria con un doblete del recién salido. En un visto y no visto, la locura se apoderó de Anfield. Los cimientos del estadio deberían someterse a una rigurosa inspección de seguridad después de la noche vivida hoy. Espectacular.
Lo más difícil, por no seguir hablando de lo épico que resultaba haber llegado hasta ese momento, estaba hecho. Nada es imposible en el mundo del fútbol y todavía quedaba media hora por delante del tiempo reglamentario. Al Barcelona ya no le valía especular, estaba en la cuerda floja y con la espada de Damocles apuntando sobre su cabeza de manera inminente.

Ernesto Valverde hizo cambios para tratar de revivir a un equipo abatido por lo que le estaba sucediendo, que no era más que sentir como once jugadores les estaban pasando por encima como auténticos obuses. Entró primero Nelson Semedo para dar profundidad en la banda derecha y de paso tratar de frenar a Mané, y posteriormente daría la oportunidad a Arthur Melo tratando de tener el control del balón y bajar el ritmo frenético que estaban imponiendo los pupilos de Klopp, que parecen tener un depósito de gasolina incombustible.
La obra maestra del Liverpool concluyó de la manera más extravagante e incomprensible posible. En el minuto 78, Trent Alexander-Arnold se disponía a sacar un córner pero finalmente parecía que cedía su sitio a Xherdan Shaqiri. Todo lo contrario. El lateral derecho fue el más listo de la clase y sacó en raso rápidamente hacía el aréa, donde su compañero Origi se encontraba absolutamente solo y definía de forma estupenda en lo que será un gol difícil de olvidar para los culés. Un enorme despiste defensivo en el que todo el equipo se quedó helado y si cabe hundido. En la ciudad que vio nacer a The Beatles, el concierto en Anfield estaba siendo rematado con un solo de guitarra al más puro estilo Jimi Hendrix.
El Liverpool aguantó el arreón final desesperado del Barça y estará en el Wanda Metropolitano con todo merecimiento. Justicia futbolística contra viento y marea. El Rock’n’Roll del equipo de Klopp fue estruendoso e imparable. Los fans salieron con la sensación de no haber visto nada igual antes. Seguro que más de uno se sigue frotando los ojos tras lo visto esta noche. Sí, ha sido real. El espíritu de Estambul revivió en otra generación de jugadores en el momento más oportuno. Este club ha convertido a dudosos en verdaderos creyentes. Este club significa algo más. Como cantaban los Beatles: ¡Qué noche la de aquel día!