Juan Corellano

Un juego de niños

La falta de igualdad entre clubes grandes y pequeños en el sistema del fútbol base inglés ha forzado a equipos como el Brentford, Tranmere Rovers o Huddersfield a prescindir de sus categorías inferiores. Nuevas medidas y disputas entre clubes para tratar de paliar un sistema injusto con muchos, pero sobre todo con los más pequeños.

Un catorce de abril de 1992 nacía en Warrington, una norteña ciudad de Inglaterra situada a medio camino entre Manchester y Liverpool, un niño llamado Thomas George Smith. Este comenzó a dar sus primeros pasos en el fútbol en las categorías inferiores de un equipo local, el Tranmere Rovers F.C. Sin embargo, su estancia en este modesto equipo fue breve, pues apenas cuatro años después de llegar el Manchester City llamó a su puerta. Él se fue, era una oportunidad que no podía rechazar. El Tranmere Rovers le vio marchar con resignación y una cierta normalidad, pues la fuga de talento joven no es ninguna novedad para equipos como este.

Ninguna culpa tenía el equipo, que durante cuatro años volcó sus recursos en formar a un joven futbolista del que nunca recogerá sus frutos y por cuya pérdida, debido a su corta edad, no recibió compensación alguna. Menos culpa tenía Tommy, él solo demostró ser demasiado bueno demasiado pronto. Ambos eran, sin embargo, cómplices de un sistema viciado y tramposo en el que todo está a favor de los que más tienen y nadie protege a los que menos. En el fútbol base inglés no es que el pez grande se coma al pequeño, más bien se lo sirven ya cocinado, en bandeja de plata y sazonado al gusto. Tommy solo era uno de los muchos que se fueron y se irían. Tantos se marcharon que, al final, el Tranmere Rovers se cansó del juego y para evitar volver a ser estafado prefirió dejar de jugar.

El pasado 10 de marzo el equipo emitía un comunicado en el que anunciaba una reestructuración de su cantera. Su decisión implicaba el cierre de las secciones dedicadas a los menores de 16 años y centrarse desde entonces únicamente en formar futbolistas mayores de esa edad.  El detonante que les llevó a tomar esta decisión fue la pérdida de la ‘Categoría 3 EPPP’ a causa de que el primer equipo no forme parte de la esfera profesional del fútbol inglés (la EFL, compuesta por las tres primeras categorías). Ello suponía perder el derecho para registrar jugadores menores de 16 años y, por lo tanto, poder perder a los mismos sin necesidad de compensación o notificación previa. Lo hacían, en definitiva, debido al impacto negativo que había tenido para el club el EPPP (Elite Player Performance Plan), sistema regulador del fútbol base inglés. Este nuevo esquema se aprobó en octubre de 2011 en un intento de revitalizar el fútbol base inglés y, como resultado a largo plazo, el nivel del equipo nacional. En lo teórico, era un plan de grandes ambiciones que trataba de aproximarse al sistema español. En lo práctico, supuso un daño irreparable para la formación de jóvenes futbolistas en los clubes pequeños.

La entrada del EPPP supuso el fin del sistema judicial que imperaba hasta entonces, a través del cual los clubes grandes contaban con muchas restricciones para ‘robar’ jóvenes talentos a equipos más pequeños. En lo económico, con el sistema anterior el Tottenham llegó a pagar al Crystal Palace 700.000 libras en 2008 por John Bostock cuando este solo tenía dieciséis años. Bajo el sistema del EPPP, según el cual las compensaciones están basadas en los años que un futbolista ha pasado formándose en un club, esta transacción se podría haber cerrado tranquilamente por diez veces menos. En cuanto a límites de edad, tras la implantación del EPPP se retiró la restricción que impedía a los clubes fichar a niños menores de 12 años cuya ciudad de procedencia estuviera a más de 90 minutos de la del club en cuestión. En definitiva, este nuevo sistema llegaba para tratar de lanzar el fútbol base inglés a la élite, pero lo hacía a costa de los clubes más pequeños y su trabajo.


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Niños juegan fuera de Goodison Park antes de un partido entre Everton y Crystal Palace (Chris Brunskill/Getty Images).


Ante esta situación, el Tranmere Rovers no era, sin embargo,  el primer equipo que decidía cortar lazos con el fútbol base. El pionero de esta nueva alternativa en Inglaterra fue el Brentford. Desde este club del oeste de Londres decidieron tomar la decisión de prescindir de todos los equipos de sus categorías inferiores hace ahora ya dos años. Las razones, por frías que puedan parecer, fueron fundamentalmente económicas. Para un equipo de presupuesto modesto e imperiosa necesidad de recortes ante las pérdidas anuales como el Brentford, no era rentable formar jóvenes para que luego recogieran los frutos otros. Las cuentas no salían.

Además, las medidas no se quedaban ahí, sino que proponían una alternativa interesante. Con el dinero ahorrado, más de millón y medio de libras, el club centró sus esfuerzos en crear un equipo filial, el cual estaría focalizado en producir jugadores para el primer equipo. Para conformar la plantilla del B, renunciaron a tratar de competir contra los grandes clubes en la búsqueda de talento en el mercado. Más bien hicieron lo contrario. Nutrieron el equipo filial fundamentalmente con jugadores que habían sido desechados por clubes de primer nivel y les daban con ello una segunda oportunidad.

Los resultados de esta radical medida se hicieron notar pronto e incluso superaron las expectativas recogidas por el club y sus responsables, que ya habían preparado sus propias previsiones en un plan de desarrollo de tres años. La pasada temporada, primera en la que se aplicó dicho plan, llegaron hasta cuatro jugadores procedentes del B al primer equipo. Sin embargo, no todo fue positivo, pues un cambio tan radical inevitablemente tiene luces y sombras. La decisión dejó a un gran número de niños sin equipo en mitad de la temporada, lo que causó el enfado, por otra parte lógico, de muchos de sus padres, que tuvieron que hacer frente al difícil momento de decirles a sus pequeños que el club donde disfrutaban de su deporte favorito había prescindido de ellos. También causó descontento en parte de la afición, pues el cambio también propiciaba que el equipo dejara de hacer una labor por la comunidad, algo muy valorado por los aficionados en Inglaterra, como es la de ayudar a formar a esos niños no solo como futbolistas sino como ciudadanos. En definitiva, la frialdad de una decisión motivada fundamentalmente por lo económico tuvo un profundo impacto en lo futbolístico, pero se llevó por delante muchos valores positivos intangibles que aporta el fútbol base.

Ante este debate moral sobre lo acertado de la decisión, Phil Giles, codirector de operaciones del equipo y junto con Rasmus Anekrsen responsable del cierre de sus categorías inferiores, defiende su postura en el libro ‘No hunger in paradise’ del periodista británico Michael Calvin, una obra que precisamente habla sobre la falta de escrúpulos que tiene la industria del fútbol con los más pequeños. Giles, con historial y experiencia más ligados al mundo económico que al futbolístico, reconoce las implicaciones morales de su decisión, pues él también es padre de dos hijos, pero también pone en duda la moralidad general de un deporte, más bien industria, donde se comercia abiertamente con niños como si fueran mercancía, algo que la gente no dudaría en denunciar si se produjese en otro campo. «Las academias de fútbol y sus responsables son completamente conscientes de que la mayoría de los niños no son lo suficientemente buenos y que simplemente están ahí para acompañar a los mejores en su camino. La mayoría de los niños y por extensión sus padres están siendo utilizados. Mi opinión personal es que el fútbol base está moralmente en bancarrota y me alegro de que el Brentford haya salido de él», comenta en el libro.


«Las academias de fútbol y sus responsables son completamente conscientes de que la mayoría de los niños no son lo suficientemente buenos y que simplemente están ahí para acompañar a los mejores en su camino»
Phil Giles


Giles y el Brentford decidieron salir del juego, al igual que el Tranmere Rovers, tras la incesante pérdida de talento. En su caso, la gota que colmó el vaso fue la marcha de sus dos grandes jóvenes estrellas cuando apenas había comenzado el año 2016. Josh Bohui, prometedor delantero inglés de origen marfileño, se marchó al Manchester United. Ian Carlo Poveda, un habilidoso extremo inglés de raíces colombianas, eligió el otro lado de la ciudad de Manchester y fichó por el City. Al hacerlo, sin embargo, no llegó a coincidir con un viejo conocido nuestro, Tommy Smith. Él, ya había probado sin suerte escalar hasta el primer equipo citizen. Al no contar con oportunidades para hacerlo dejó el club en 2012, tras pasar ocho años de su vida en él. Probó suerte en el Huddersfield, curiosamente otro de los equipos que seguía el camino marcado por el Brentford y anunciaba el cierre de sus categorías inferiores en 2017. Parecía una buena oportunidad para volverlo a intentar, aunque si hablamos de llegar al fútbol de élite Huddersfield se postulaba más como un trampolín que como el destino final. El tiempo, sin embargo, quiso que ambos llegaran a élite de la mano y el equipo ascendiera a la Premier League en la temporada 2016/17. No solo eso, sino que consiguió el ascenso siendo capitaneado por Tommy Smith.

Como colofón perfecto a esta historia, una de esos irónicos imposibles que de vez en cuando nos regala la vida, la actual temporada 2017/18 concluyó para el equipo con una merecida permanencia. El Huddersfield, uno de los equipos que prefirió ir a contracorriente antes que participar en un sistema en el que tenían todas las de perder, seguirá un año más en la Premier. Tommy Smith, ese jugador al que el equipo que más invierte en fútbol base en Inglaterra prefirió no dar una oportunidad, seguirá siendo su capitán. Mientras, esta historia permanecerá para siempre como el perfecto ejemplo de cómo por mucho que se industrialice y sofistique, el fútbol siempre tendrá ese ‘algo’ inexplicable que lo hace imposible de controlar. Y es que, al fin y al cabo, el fútbol no es más que un juego. Un juego de niños.

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Juan Corellano