Pocos apostaron que el Leicester City eliminaría al Sevilla y aun menos apostaron que harían lo mismo con el Atlético de Madrid. La mayoría falló en el primer caso y acertó en el segundo. Los “zorros” pasaron la fase de grupos de la Champions League con nota. Luego se produjo la caída, el despido de Claudio Ranieri, el resurgir con Craig Shakespeare y la posibilidad de superar otra ronda más de la máxima competición europea. Sería precisamente un exequipo de Ranieri y el histórico verdugo europeo del Leicester quien podría punto y final a esta etapa del club inglés, en la que ganaron la liga y se quedaron más cerca de lo que muchos vaticinaban de la completa coronación de esta hazaña única, de esta locura que han sido los últimos 24 meses. Porque hace 25 parecían condenados al descenso a segunda división. Y ahora se marchan de la máxima competición continental de clubes con la cabeza alta. Cayeron, fueron eliminados, sí, pero lo hicieron peleando, empujando a su rival contra las cuerdas hasta el final. El Leicester es ese boxeador que arranca el último asalto sabiendo que está perdiendo el combate a los puntos y se lanza con furia contra su rival aun a sabiendas de que le puede costar un directo a la mandíbula que le tumbe definitivamente pero prefiere la derrota glorificada que ofrece al KO al fracaso honroso de los puntos.
El primer tramo del choque ofreció una acción con mucho ritmo, en el que la pelota iba de un lado para otro como si estuviese en una máquina de Pinball en vez de un campo de fútbol. El Atlético siempre tenía un tanto más de control y un manejo de balón algo más fluido que le permitió ser el equipo con mayor presencia en campo contrario en la primera parte. Sin embargo, tampoco supo cómo maniatar al Leicester y fue poco después de que los locales habían visitado las inmediaciones del área rival cuando los rojiblancos hallaron el gol que les ponía con pie y medio en semifinales. Imprimieron los del Cholo Simeone un tanto más de velocidad al juego y eso desembocó en un magnífico centro de Filipe Luís y un certero remate de Saúl Ñíguez para marcar, en una pequeña desconexión de la retaguardia local, ese gol tan importante, que tanto alivio les dio. El gol les concedió algo más de poso y tranquilidad en su juego. Se permitieron tramos en que se pertrecharon en su propio campo mientras que el Leicester no acababa de generar tracción. Algo que sí generó sobremanera cuando regresó de vestuarios.
En la segunda parte el juego fue casi completamente unidireccional. El Leicester regresó totalmente revitalizado y sabiendo que era ahora o nunca, que estaban ya dos goles abajo en la eliminatoria y que sólo les quedaba ir a por ello. Craig Shakespeare efectuó dos cambios. Entraron Leo Ulloa y Ben Chilwell para pasar del 4-4-1-1 a un 3-4-1-2. Chilwell fue una fuerza de la naturaleza por la banda izquierda. Llegó una y otra vez; fue la mayor arma de los locales. Y el empate llegó al poco de sobrepasar el cuarto de hora del segundo acto. Chilwell participó en una jugada que culminó Jamie Vardy, quién sino, tras empujar un balón suelto en el área que transformó en la igualada. Siguieron empujando, el Atlético apenas presentó respuesta ofensiva pero sí que logró defender las embestidas cada vez más furiosas de los zorros. Porque si algo saben hacer los de la capital española es repeler las intentonas rivales. El Leicester tuvo ocasiones como para dar con esos dos goles más que necesitaba. Pero las fuerzas empezaron a diluirse y esa pizca de brillantez no terminó de producirse debido al gran desgaste que habían llevado a cabo. La montaña esta vez había sido demasiado difícil de escalar. Llegó el final y el Atlético les volvió a eliminar. Después de escribir una historia increíble, de enamorar al mundo entero, no lograron poner encima esa guinda que con el tiempo (e incluso ya en este momento) no se echará en falta porque no era más que un añadido.
El pasado mes de febrero, el grupo de rock Blink-182 recibió su primera nominación a los premios Grammys. Veinticinco años después de comenzar su andadura en el mundo de la música llegó su primera nominación a una gala en la que nadie les esperó nunca. Como tampoco esperamos nunca ver al Leicester saltar a un terreno de juego bajo el sonido del himno de la Champions League. Un equipo de mitad tabla que había logrado un par de Copas de la Liga en más de cien años de historia y que siempre había vagado entre primera y segunda división, logró lo increíble, el título de la Premier League tras ser uno de los máximos favoritos al descenso en agosto.
Blink-182 ya era un grupo con una tremenda repercusión mundial con fans en todas partes del planeta y que, al igual que el Leicester, llegó a lo más alto, se llame cuartos de final de la Champions League o Grammys, bajo la batuta de un nuevo líder. El guitarrista y cocantante Tom DeLonge se marchó del grupo en 2015. A mitad de esta temporada, Claudio Ranieri fue despedido como entrenador del Leicester. En el caso del primero fue una salida voluntaria y amistosa. No tanto en el caso del segundo. Ambas marchas, en todo caso, hicieron perder tanto a Blink-182 como al Leicester parte de su aura, de la magia de cada uno. Con Matt Skiba, sustituto del primero, han llegado los Grammys. Con Craig Shakespeare, sustituto del segundo, han llegado a cuartos de final de la Liga de Campeones. El trabajo tanto de uno como del otro es intachable, considerando los enormes vacíos que deben llenar. Para muchos no será lo mismo, ni Blink-182 ni el Leicester, pero ambos siguen y con ellos sus respectivos legados. Blink-182 no ganó el Grammy al mejor álbum de rock. El Leicester no ganó la Champions League. Pero al final no eran más que extras. Hoy es un nuevo amanecer, el comienzo de una nueva era para los todavía vigentes campeones de la Premier League.
