Cuando se hizo oficial el grupo en el que estaría encuadrado el Liverpool en la actual edición de la Champions League, ya se sabía que el pase a octavos iba a salir caro, por lo que llegar a la última jornada haciendo cuentas era previsible. Nápoles, Paris Saint Germain y Estrella Roja acompañarían a los Reds en su nueva travesía europea, esta vez como subcampeón de la pasada edición. Pese a los grandes clubes que formaban el grupo, nunca imaginé que el Liverpool generaría tanta ventaja y la tiraría por la borda de una manera tan ridícula. Básicamente, porque este equipo presume de ser uno de los perros viejos, uno de los que se las sabe todas en Europa. Pero esta vez no ha sido así. Tras un inicio demoledor ante el PSG en Anfield, el Liverpool ha perdido en París y tendrá que jugárselo todo a una baza ante el Nápoles. Porque al final, el Liverpool sigue siendo el Liverpool.
El año pasado, aunque el equipo era teóricamente peor, tenía algo que le hacía diferente. No sé si decir que el Liverpool de Jürgen Klopp estaba loco es lo más correcto, pero así era. Le daba igual enfrentarse a conjuntos gigantes porque el respetar a los demás era demasiado aburrido. En Anfield se trataba al rival de tú, nunca de usted. Esta campaña, como si se hubiese sofisticado durante el verano, el equipo ha aprendido modales y a poner algo de cordura en su desorden. Vale que ahora se defiende mejor y el equipo es más serio, pero no sé hasta qué punto ha merecido la pena. El Liverpool sigue queriendo jugárselo todo al final, pareciendo incapaz de llevar los deberes hechos cuando toca.
Ante el PSG en el Parque de los Príncipes se volvió a ver a ese Liverpool apático, irreconocible. La delantera más temible de Europa en la 2017/2018 es poco más que un chiste en esta temporada. Ni Roberto Firmino, ni Sadio Mané, ni Mohamed Salah inquietaron la meta defendida por el sempiterno Gianluigi Buffon, yéndose los Reds de Francia con un triste gol de penalti que regaló Ángel Di María. El equipo es plano y predecible, y aunque se acerca a la portería con cierto peligro, la falta de claridad acaba eliminando toda la sensación de peligro. Quién te ha visto y quién te ve, Liverpool.
Pese al mal partido ante el PSG, que al fin y al cabo es algo que se puede predecir, el tener un pie fuera de los octavos de final no es algo que se haya fraguado en un día. Ante el Nápoles en San Paolo se vio una versión parecida de este Liverpool irreconocible que ya no se divierte ni divierte a quien lo ve. Y ante el Estrella Roja en Serbia, lo mismo. Poco queda de aquel equipo que aplastó al poderoso PSG en la primera jornada, que convencía a propios y extraños a base de locura y épica.
Ahora, con la partida perdida, Klopp parece tener una última carta para ganarse el pase a octavos. Esa baza, como no podía ser de otra manera, es Anfield y su gente, que nunca darían la espalda a los suyos en un momento de necesidad. En el coliseo Red se jugará la primera final de la temporada contra el Nápoles, en la que todo lo que no sea ganar por 1-0 o con una diferencia de dos goles significaría la eliminación del vigente subcampeón. Y lo que es peor: caer a la Europa League y viajar los jueves por las repúblicas del este de Europa con todo lo que ello significa en una temporada en la que se están jugando la Premier League. Por tanto, Anfield espera impasible la primera final de la temporada ante el Nápoles. Klopp deberá jugar su última carta mientras su equipo se juega la vida en la competición que más alegrías le dio la temporada pasada. Ya no hay vuelta de hoja en este angustioso final: o acaba en octavos de Champions League o en un jueves cualquiera de la Champions Naranja.