Es ahora o nunca para Ross Barkley. Aunque su carrera haya caído en un bache desde que se anunciara hace unos años como uno de los jóvenes más prometedores del fútbol británico, ha acabado consiguiendo lo que se esperaba de él: llegar a un grande de Inglaterra del nivel del Chelsea. Los focos han dejado de prestarle atención por el magnetismo de irrupciones paralelas a su declive como las de Harry Kane o Dele Alli, y su marcha a Stamford Bridge responde entre otras cosas a la búsqueda de su reivindicación personal. Hace un tiempo, se esperaba que Barkley aterrizara en el top-six como una realidad contrastada y con galones de estrella, no como una apuesta que implica riesgo. Sea como sea, tiene ante sí la oportunidad que por talento le correspondía. Y su unión con los Blues suena, al menos de primeras, realmente interesante.
Todo lo que rodea al fichaje de Barkley por el Chelsea es atípico, tanto por el quién como por el cómo. Su salto del Everton a un gigante nacional coincide con la peor etapa de su carrera: todavía no ha jugado un minuto esta temporada por lesión y el pasado curso su inconsistencia empañó excelentes actuaciones con días grises. El centrocampista es actualmente un funambulista sobre la línea que separa el éxito del «apuntaba alto pero se quedó en nada». Aun con sus contras, no deja de ser sorprendente que el feroz mercado actual le haya tasado en apenas quince millones de libras —barato incluso teniendo en cuenta que terminaba contrato con los Toffees en verano— habiendo comprobado la calidad que aúna.
Sobre la forma de la operación, queda para una futura autobiografía de Barkley la explicación de lo que pasó en verano: cuando todo parecía cerrado por 35 millones de libras, se dice que el jugador se echó atrás el último día de mercado tras pasar el reconocimiento médico. El dueño del Everton, Farshad Moshiri, mantiene esa teoría; Ross afirma que nunca se llevaron a cabo esas pruebas con el Chelsea. Hasta el alcalde de Liverpool ha anunciado que pedirá explicaciones a la Premier y la FA acerca de esta jugada que acabó con Barkley fichando cuatro meses después por veinte millones menos.
Transacciones engorrosas aparte, la amplia sonrisa de Antonio Conte extendió a buen seguro sus comisuras al saber que ya puede contar con el centrocampista ofensivo que esperaba. En una plantilla con organizadores no suficientemente atacantes y atacantes no suficientemente organizadores, el italiano necesita que Barkley sea un cóctel de ambas cualidades.

Las carencias del Chelsea en el área de acción de Barkley han quedado claras durante la temporada cuando Tiémoué Bakayoko ha jugado más adelantado que N’Golo Kanté. Las dos escobas que el centrocampista tiene por piernas saben barrer, pero no son tan efectivas a la hora de tratar el balón. Por eso, a pesar de que puede presumir de una conducción muy potente, Bakayoko no ha aportado todas las soluciones que Conte aspira a encontrar en Barkley. El ex del Everton es el de mayor proyección ofensiva en un centro del campo con Cesc Fàbregas y Kanté: tiene mejor disparo, capacidad para desbordar e influencia en el área rival. Con Kanté de guardaespaldas y Fàbregas de director de orquesta, Barkley puede actuar de interior más liberado y en conexión directa con Hazard y Morata. Es incluso una opción interesante para suplir al belga por detrás del delantero si el Chelsea lo necesitara.

Si Conte decide dar un papel aún más ofensivo a Barkley —aunque es una posición por la que ya pelean Willian y Pedro—, puede ser interesante ver cómo funciona a modo de dúo con Hazard flanqueando a Morata. Ross se entendió muy bien con Séamus Coleman en el Everton cuando el lateral subía por la banda derecha, así que la profundidad de los carrileros del Chelsea es perfecta para potenciar a Barkley sea cual sea el dibujo. No es descartable verle asumiendo este rol más alejado de la elaboración por su habilidad para driblar y crear peligro.
Son muchas las incógnitas por despejar en Stamford Bridge: su estado físico, su adaptación al sistema de Conte y su aclimatación a la exigencia de un entorno de nivel top-six en Inglaterra y Champions en Europa. En el Chelsea tiene la posibilidad de demostrar que de aquel veinteañero que maravilló a Goodison Park también queda su fútbol, no sólo la cara de dormido y el corte de pelo de criticable ejecución. Si quería una oportunidad, es ésta o ninguna.