Billy Kee es un inglés medio con la condición especial de que su habilidad para patear un balón le permite ganarse un salario. No es una estrella, pero vive de sus goles. Viene de donde pocos se fijan, la cuarta división inglesa, y hay en él una inconfundible esencia de gamberro de barrio. No hay que bucear demasiado en YouTube para encontrar un vídeo suyo quemándose el pecho con un spray y un mechero entre risas con amigos. Transcribir sus entrevistas cuesta horrores por su marcadísimo acento de la Inglaterra profunda. Habita en ese fútbol modesto alejado del caos mediático y no está acostumbrado a ser noticia, pero cuando un relato es extraordinario acaba encontrando su hueco en las portadas. Y es que Kee encarna dos historias admirables: la de su equipo, el Accrington Stanley, y la suya propia.
El delantero, que llegó a ser convocado por Irlanda del Norte por su ascendencia norirlandesa, es uno de tantos que se ilusionó en sus primeros pasos como profesional con jugar en la élite para luego chocar contra una puerta cerrada. Formó parte de la cantera del Leicester City, pero pronto le cortaron las alas por no ver en él el potencial necesario. No era lo suficientemente bueno para ser un astro; sí para campos de tres mil espectadores y césped imperfecto. Es en ese mundo de equipos modestos aunque profesionales donde ha hallado el hueco para hacer de su talento su oficio.
Torquay United, Burton Albion, Scunthorpe United, Mansfield Town y desde 2015, Accrington Stanley, club en el que ya estuvo cedido en la temporada 2009-2010. Su currículum está labrado en la periferia de la Football League, donde el romanticismo de apoyar al equipo de al lado de casa compensa la falta de sofisticación. El reciente ascenso del Accrington a League One a pesar de ser la entidad con menos recursos económicos de League Two no se puede entender sin los goles de Kee, al igual que esta etapa de éxito de Billy es imposible de comprender sin visitar sus días más oscuros. Detrás de las fotos con los puños levantados celebrando la gesta de su equipo hay una constante lucha contra un enemigo devastador: la depresión.

Hay que remontarse a finales de 2016 para dar con «el inicio de todo», como lo define Kee. Fue en un partido contra el Cambridge United en octubre cuando el mundo se le vino encima. Perdían 2-1 y el árbitro señaló en el descuento un penalti a favor del Stanley que podía suponer el empate. Aunque Billy era el lanzador habitual de las penas máximas y ya había marcado en el partido, no quiso tirarlo. Chris Eagles asumió la responsabilidad y falló, pero el fútbol se puso demasiado caprichoso como para dejarlo ahí. Los visitantes forzaron otro penalti segundos antes del pitido final y todos clavaron sus ojos en Kee. Y él volvió a mirar a su alrededor para que se encargase otro. Terry Gornell tomó entonces el relevo y también falló. El Accrington se marchó de Cambridge con un 2-1 en contra, pero algo peor estaba brotando en su delantero.
«Siempre había tirado yo los penaltis, pero no quise. No quería estar en el campo«, recordó en una entrevista con el Lancashire Telegraph. «Todo eso me afectó; simplemente no quería jugar nunca más al fútbol a pesar de haber tenido un buen partido». Aquel día Billy vomitó en noventa minutos de juego un problema interno que iba más allá de patadas a un balón y estaba llevándose por delante su vida. Disputó unos minutos saliendo desde el banquillo en el siguiente partido contra el Chesterfield el 8 de octubre, pero ya nada estaba bien. Con ayuda de los médicos, supo por fin a qué se enfrentaba: le diagnosticaron depresión.
Al recibir la noticia, el club y su entrenador, John Coleman, concedieron a Kee el tiempo lejos de los terrenos de juego que necesitara para recuperarse. El delantero se mudó entonces de vuelta con sus padres. En una entrevista para la BBC, contó cómo fueron unas semanas que resultaron terapéuticas: «Mi padre me dijo: ‘No te quedes aquí sentado, colega. Si quieres estar en el mundo real, tienes que venir al mundo real‘. Cree que soy la persona más afortunada por tener el oficio que tengo, así que me dijo que fuese a trabajar en la construcción».
Fueron días en los que Billy supo lo que se sentía al tocar su propio fondo. «Llegué a estar tan hundido que pensé si debía estrellar mi coche contra un muro«, reconoció. Pero, con ayuda de su familia y el Accrington Stanley, se puso las botas de nuevo sólo un mes después. Sus padres le reconciliaron con su profesión —estar entre andamios y ladrillos sirvió para que recordara que lo suyo es el balón—, su club estuvo siempre para lo que precisase y su esposa y su hijo le dieron la vida que la depresión intentaba negarle: «Si no fuera por ellos dos, probablemente no estaría aquí«.
El 5 de noviembre de 2016 volvió a jugar con el Stanley y dejó atrás uno de los peores capítulos de la lucha contra una enfermedad que, para él, tiene una forma muy peculiar: la de una rata. «Esta rata suele salir alrededor de las siete de la tarde. Últimamente ha ido mejor, pero es cuando tienes preocupaciones o pequeñas cosas sin importancia cuando da vueltas por tu cabeza. Tienes que guardarla en una caja y meterla en un armario. Dejarla ahí y no sacarla«, explicó a la BBC. Kee se medica cada mañana y convive con su enfermedad, pero con el tiempo está aprendiendo a domar al roedor que ronda su cabeza.

Año y medio después de aquel octubre negro, el Accrington Stanley ha ascendido por primera vez en su historia a League One con el presupuesto más bajo de League Two. El equipo de Lancashire presume además de tener en sus filas al máximo goleador de la división, recientemente nombrado Jugador de la Temporada: Billy Kee. Está en el mejor momento de su carrera y en el mejor lugar posible: un club que es como una familia. «Puedo llegar cualquier mañana y decir que lo estoy pasando mal a Seany (Sean McConville), a Jordan (Jordan Clark), a Chappie (Aaron Chapman)… Me darán un abrazo al momento. No suele ser así en el fútbol, pero en nuestro equipo no nos basamos en apariencias, todos son totalmente honestos», dice. Y es que, al fin y al cabo, la historia del Stanley y de Kee es la de unos tipos corrientes haciendo cosas extraordinarias.