17 de agosto de 2013. El Arsenal sucumbe en su estreno liguero en el Emirates ante el Aston Villa por 1-3. La imagen del partido es la de un aficionado situado unas filas detrás de la zona técnica de Arsène Wenger que blande en dirección al técnico y en actitud agresiva una pancarta que reza “Spend, spend, spend”.
Aquel verano, Wenger acabaría fichando a Mesut Özil procedente del Real Madrid por 40 millones de libras, además de un par de jugadores libres, Mathieu Flamini y Yaya Sanogo. Su rendimiento en los Gunners es de sobra conocido. El Arsenal acabaría la liga en su querida cuarta posición, a siete puntos del campeón Manchester City.
Han pasado tres años, casi día por día, y la frustración de los aficionados del Arsenal, lejos de apaciguarse, sigue creciendo. Los espectadores del Emirates, los que pagan más dinero por su localidad en el Reino Unido, se desesperan al comprobar cómo las reservas de caja van creciendo cada verano pero no se traducen en jugadores contrastados.
Porque el Arsenal tiene dinero para invertir en jugadores. Mucho. A finales de 2015, el saldo de caja del club superaba los 150 millones de libras. Estas son las reservas de dinero en el banco. Tan solo el Manchester United, con una cifra cercana a los 100 millones se acerca a esa cantidad. A finales de la temporada 2013-14, el Arsenal ostentaba el 40% de las reservas de caja de toda la Premier League. Ningún club de fútbol del mundo tiene tanto dinero en el banco.
La creencia popular es que Wenger no gasta dinero. Que sufre una especie de extraña parálisis que le impide desembolsar cantidades desorbitadas por un jugador. Que sus principios le impiden subirse al carro del consumismo futbolístico de nuestros días. Es mentira. Wenger sí gasta.
Solo dos clubes superan ampliamente al Arsenal en cuanto a gasto neto en fichajes durante las cinco últimas temporadas: Manchester United y Manchester City. Estos dos clubes parecen inmersos en una batalla privada por la hegemonía del país y así lo refleja su inversión neta en fichajes, que asciende a más de 400 millones de libras. En el escalón justo por detrás se encuentran Liverpool y Arsenal, seguidos de cerca por Chelsea y, algo más lejos, West Ham. En otras palabras, los clubes de Manchester juegan en una liga independiente pero, del resto, el Arsenal se encuentra entre los clubes de cabeza (otro día hablaremos de cómo ha logrado el Liverpool invertir esa fortuna y lograr clasificar para Champions League solo una vez).
Así que el Arsenal sí gasta. Quizás el problema radica en que no lo hace en los jugadores adecuados. O, para ser más precisos, en el perfil de jugador adecuado. En los últimos dos años, Arsène Wenger solo ha contratado un jugador de campo mayor de 25 años: Mathieu Debuchy (29). El resto fueron: Alexis Sánchez (25 años cuando fichó), Danny Welbeck (23), Gabriel Paulista (23), Mohamed Elneny (23), Granit Xhaka (23), Rob Holding (20) y Calum Chambers (19).

Durante la derrota inaugural ante el Liverpool el pasado fin de semana, quedó patente que el Arsenal carece de líderes. Como lo fue en su día Patrick Vieira. Y Tony Adams antes que él. Y Thierry Henry después. Desde la venta de Cesc Fàbregas al Barcelona, el equipo carece de un líder que aúne peso específico sobre el juego con capacidad de liderazgo sobre sus compañeros.
Suele asociarse a los jugadores del Arsenal una cierta bisoñez. Incluso algo de ingenuidad. Comparemos a Héctor Bellerín con Branislav Ivanovic. O a Laurent Koscielny con John Terry. O a Olivier Giroud con Diego Costa. Podremos discutir si los segundos son mejores que los primeros. Pero es indiscutible que tienen más colmillo. Y una Premier League no se gana con buenas intenciones.
Arsène Wenger suele escudarse en que “el Arsenal tiene dinero, lo que no hay es talento en el mercado”. No es del todo cierto. Sí hay talento, lo que pasa es que es caro. Más caro que nunca antes. Y hay clubes dispuestos a pagar por él. El Manchester United ha pagado 90 millones de libras por Paul Pogba. El Arsenal podría haber abonado esa cantidad sin pestañear. Un jugador como el francés podría cambiar el curso histórico del Arsenal. Pero Wenger considera que abonar esa cantidad supondría renunciar a los valores del club. Conviene no olvidar que estamos hablando de una institución conocida históricamente como “el banco de Inglaterra” por su profundo conservadurismo.
Pero la deficiencia de la política de fichajes del Arsenal no radica solo en esa obstinación en no querer gastar una libra de más (recordemos la oferta de 40 millones más una libra por Luis Suárez). La red de ojeadores del club tiene más agujeros que un queso de Gruyère. Antiguamente, el club se nutría del mercado francés, de donde Wenger rescató a buena parte de “los invencibles”. Pero ya ni siquiera ese mercado tiene controlado. La temporada pasada, tras ganar en Leicester, Wenger se cruzó con Steve Walsh, responsable de fichajes de los Foxes por los pasillos del King Power Stadium. Wenger le preguntó dónde había encontrado a Riyad Mahrez. Walsh le respondió: “En el que solía ser el jardín de tu casa”.
Este verano, el Manchester United ha abonado 30 millones de libras por el defensa central Eric Bailly. Tras dos partidos, ya parece una ganga. Qué decir de los 10 millones de libras que pagó el West Ham por Dimitri Payet. O los 30 que pagó el Chelsea por Eden Hazard o el Everton por Romelu Lukaku.
Wenger suele argumentar que el Arsenal forma su talento. Es un discurso falso. En el once más utilizado la temporada pasada, Héctor Bellerín era el único jugador salido de la cantera del Arsenal (gracias por eso, Barça). En la plantilla de esta temporada, solo hay tres canteranos: el mencionado Bellerín, Jack Wilshere y Alex Iwobi.
Ha llegado el momento de que Wenger modifique su política de fichajes. El Arsenal necesita gastar más para acortar la distancia con los dos clubes de Mánchester y debe apostar por jugadores más experimentados. La amenaza de guerra civil sobrevuela el Emirates. Wenger tiene en su mano la posibilidad de hacerla desaparecer. Si no lo hace, quizás sea él quien desaparezca.