El Arsenal hizo muchas cosas bien durante la eliminatoria ante el Atlético de Madrid. Pero las que hizo mal cavaron su fosa. Es inevitable tener la sensación de que el equipo de Arsène Wenger podría haber estado jugando hasta que se terminaran de construir los accesos al estadio Metropolitano (y, considerando la celeridad de las administraciones públicas españolas, la cosa puede ir para largo) y no habría logrado batir a Jan Oblak. Los Gunners generaron una decena de ocasiones decentes pero no lograron transformar ninguna en una oportunidad clara de gol.
Y luego está esa sensación constante de que el Arsenal es un accidente a punto de ocurrir. Es como circular a 120 kilómetros hora con un coche con dos ruedas pinchadas. Tarde o temprano, acabará saliéndose de la carretera. En esta ocasión, el beneficiado del accidente fue, cómo no, Diego Costa, un jugador que pasó buena parte de su carrera en Inglaterra torturando al Arsenal, fuera marcando goles o expulsando centrales. Aquí les condenó a la eliminación con el único gol en el descuento de la primera parte.
Pero también hubo notas positivas en la despedida europea de Arsène Wenger. Cuando anunció prematuramente su marcha del club tras más de dos décadas, su propósito era probablemente generar una reacción entre sus futbolistas y aficionados. En el caso de los segundos, su artimaña no ha acabado de funcionar. Siguen presentándose en el Emirates sin excesivos ánimos y en número creciente pero todavía insuficiente para llenar las gradas. Los primeros sí le respondieron en Madrid. No podrá achacarse a los futbolistas del Arsenal que no se dejaran hasta la última gota de sudor sobre el césped del Metropolitano. Pero no fue suficiente.
Wenger afirmó un par de semanas atrás que su equipo estaría en condición de luchar por el título con unos cuantos retoques en la plantilla. La eliminatoria reforzó, al menos en cierta medida, sus palabras. Jack Wilshere está definitivamente de vuelta tras un calvario de varios años con las lesiones. El centrocampista inglés ha sido quizás el mejor jugador de su equipo en el global de la eliminatoria. Granit Xhaka, una vez controlados sus accesos de ira, es un futbolista capaz de marcar el ritmo del partido, distribuir el juego con criterio y proteger a su defensa. Aaron Ramsey demostró tener el fútbol y el pundonor para liderar al Arsenal en esta nueva etapa. Mesut Özil y Henrikh Mkhitaryan son dos futbolistas que, bajo una gruesa capa de indolencia, esconden una creatividad y un talento de primer nivel. Incluso Calum Chambers, recurso de emergencia por la grave lesión de Laurent Koscielny en los primeros compases, estuvo a la altura del envite.
Es inevitable pensar que, quizás otro año, el Arsenal (o al menos la versión europea que ha mostrado ante el Atleti en estas semifinales) se habría proclamado campeón de esta segunda competición continental. El año pasado, sin ir más lejos, el Manchester United derrotó en las dos últimas instancias a Celta de Vigo y Ajax de Ámsterdam, dos equipos situados al menos un par de escalones por debajo de este Atlético de Madrid, un equipo de Champions que un accidente condenó a vagar por esta competición. Pero la cruda realidad es que el Arsenal ha caído hoy a un nivel inferior al de los grandes europeos, ese donde se han colado este año Roma y Liverpool, y donde viven Bayern, Madrid, Barcelona y, posiblemente, sus rivales de turno este año.
El Atleti tiene todo aquello de lo que carece el Arsenal. Es un equipo sólido, fiable, que sabe hacer en cada momento lo que corresponde. Es un equipo con colmillo, como dicen los mexicanos. Astuto, hábil, listo. Supo sobrevivir a 80 minutos en desventaja en el Emirates y aprovechar el único error de los Gunners para marcar el 1-1 que ha acabado por decidir la eliminatoria. Lo mismo que en la vuelta. Sin alardes, el Atleti siempre estuvo más cerca de pasar a la final y de nuevo aprovechó un error de los Gunners para sentenciar.
Wenger se despide de Europa con otro fracaso. Su currículum con los Gunners en el continente se resume en una sucesión de momentos trágicos. Desde la final de esta misma competición (entonces llamada todavía Copa de la UEFA) perdida ante el Galatasaray en 2000 hasta la dolorosa derrota de 2006 en París en la Champions League, pasando por una serie interminable y casi idéntica de eliminaciones en octavos de final, a Wenger nunca se le han dado bien estas eliminatorias continentales, donde la estrategia y la visión a largo plazo son tan importantes.
Arranca a partir de mañana una nueva era en el Emirates. Los partidos que quedan hasta final de temporada serán una despedida larga y agridulce para Wenger pero sin trascendencia alguna ya para el destino del equipo esta temporada. El próximo entrenador se encontrará un equipo que ha finalizado sexto en la liga (a menos que el Burnley le adelante en la humillación última), con una plantilla que requiere un rejuvenecimiento urgente y una afición desencantada tras años de declive. Su primer objetivo será devolver al equipo a la Champions League, prioridad tanto deportiva como financiera. Considerando la creciente competencia en la liga doméstica y el nivel al que ha caído el Arsenal, la cosa no se antoja sencilla.