Suelo imaginarme a Tony Pulis como ese abuelo que te explica lo que se llevaba en su época mientras te enseña fotos de joven con unas pintas que hoy estarían penadas por ley. Su apego por la tradición le ha hecho incorregible: ya no es sólo su fútbol, es que si pudiera saldría al banquillo con calcetines y chanclas. Para la Premier League el técnico galés siempre ha sido un nexo con su esencia más rudimentaria y romántica; un predicador con gorra de que este deporte también premia a los que no se las dan de guapos. Pero Inglaterra ha cambiado tanto que ahora a nadie le importan las batallitas que tenga Pulis por contar: los mismos que le veneraban le han mandado al asilo para que deje de ser una molestia.
La fama de Pulis como indestructible bebe de que jamás ha descendido a pesar de haber dirigido ejércitos de troncos en Stoke City, Crystal Palace y West Bromwich Albion. De ninguno de los dos primeros se fue despedido por malos resultados. A los últimos, sin embargo, les ha entrado el pánico al sentir el soplo de la zona roja en la nuca y ver entrenadores modernos a su alrededor. «Tony Pulis, your football is shit» («Tony Pulis, tu fútbol es una mierda») se ha convertido en un cántico habitual en The Hawthorns. Y no se me ocurre prueba más contundente de que el mundo ha mutado que ver a la no precisamente sibarita afición del West Brom pidiendo un juego más bonito.
Es la confirmación de un proceso que lleva años gestándose: la europeización de la Premier League. Pulis ya no se reconoce entre equipos de toque, entrenadores extranjeros, defensas de tres, estrellas a precio de caviar y estadios ultramodernos. Sus Baggies han resistido con balones en largo, posesión mezquina y goles solitarios, e incluso en la temporada 2016-2017 fueron décimos. «Fue la tercera vez en la historia que este club acababa en la mitad superior de la Premier League y la segunda desde 1967 como el mejor equipo de las Midlands», reivindicó Tony antes del partido contra el Chelsea, cuando ya veía inminente su despido. Sonaba a alegato desesperado de un tipo que se sabía con la recortada en la sien. Cada gol del 0-4 que encajaron al día siguiente contra los vigentes campeones fue un tiro de gracia.
Paradójicamente, el mayor fracaso de Pulis ha coincidido con la etapa en la que más nombres brillantes había juntado en su plantilla: un equipo con Grzegorz Krychowiak, Nacer Chadli, Kieran Gibbs, Jonny Evans, Jay Rodríguez, Salomón Rondón o Gareth Barry no es un candidato al descenso, pero ni siquiera la reputación del técnico es capaz de suavizar dos victorias en las últimas 21 jornadas de Premier League —y eso que empezó bien—. Siempre ha sido un McGyver del fútbol acostumbrado a construir equipos compactos con cuatro piedras, y verse con materia prima decente entre manos le ha desubicado. Deja su asiento habiendo marcado menos de un gol por partido: 105 tantos en 106 encuentros. A nadie le importaba cuando a base de victorias rácanas vivían cómodos en mitad de tabla, pero tan fácil es creer en las buenas como perder la fe si la suerte cambia de signo.
Con el despido del galés, Inglaterra echa más tierra sobre la tumba de un fútbol del que ahora reniega. Es probablemente la mejor decisión para el West Brom, pero a nivel general supone un punto de inflexión tras el que los tipos duros como Sam Allardyce o el propio Pulis tienen un futuro complicado. A Tony le están empujando al fondo de un baúl en el que encerrar el tradicionalismo táctico al que muchos culpan de la debacle inglesa en competiciones internacionales. Eso sí, ni Dios le va a convencer de que salir tocando es mejor que dejarse la uña en un punterón.