Tras una larga agonía y una historia más propia de Capuletos y Montescos, Fábregas dejaba Londres y ponía rumbo de manera definitiva a Barcelona. ¿Final feliz? Para el catalán desde luego. Como Penélope, fiel casi hasta la locura, esperó y esperó hasta la llegada de su Ulises blaugrana, rechazando a todo aquel que llamaba a su puerta. Y llegó. Y todo fue felicidad y sonrisas e historias de sueños cumplidos. O no. O bueno, quizá no tanto…
Compararle con Fàbregas es como comparar a los Zeppelin y los Kinks
No es batería, es bajista. No es trequartista, es regista
No mucho después llegaba Arteta. De inmediato se interpretó como un signo de los tiempos, una rebaja asumida en los niveles de ambición de Wenger. Mikel era y es un héroe en Goodison Park, donde aún se rascan la cabeza preguntándose cómo es posible que nunca haya disputado un solo partido con España. Pero para la afición gunner, la palabra entusiasmo no parecía sino un antónimo. Llegaba un jugador, sí, de cierto nivel, pero que su lesión de 2009 dejaba entrever que lo que venía era un valor disminuido, ostensiblemente inferior a Fábregas. De alguna manera, era una señal más de que los tiempos de gloria definitivamente partieron en otro barco.
Para el donostiarra, que aprendió a jugar en la playa de ese marco incomparable que es la bahía de La Concha, constituía la oportunidad de su vida, la última de demostrar que era tan capaz como el que más de desempeñarse en un grande. Su trayectoria en el PSG, el Glasgow Rangers o el Everton, hablaban bien del vasco. Pero esa camiseta exigía mucho más. Pesaba mucho. Inconscientemente, un catalán hacía que pesara toneladas…
Arteta y Fábregas puede que desempeñen un buen número de funciones parecidas en una parcela del campo similar (algo más atrasada Mikel, acostumbrado a pisar área contraria Cesc). Pero ahí acaba todo tipo de comparación. Lejos del estruendo que provocaban las llegadas del de Arenys, Mikel expone su juego siempre con suavidad, con esa serenidad tan típica del que sabe lo que tiene que hacer en todo momento. Comparar a ambos sería como hacerlo con los Zeppelin y los Kinks. Como una pinta con los BRMC en el Brixton Academy o un capuccino en Carnaby Street, mientras suena “Victoria”, sí, de los Kinks. Olvidamos decir en nuestra presentación que somos muy fans de los hermanos Ray y Dave Davis. Que a su vez, por cierto, son del norte de Londres y seguidores del Arsenal. Pero dejemos la cerveza y los Kinks para otro momento.
Lee e interpreta bien el juego y se asocia aún mejor
Por fuerza ha de dejar un paso, silencioso quizá, pero profundo
Delicioso en apoyos cortos, buen pasador, con pie para la pelota parada, siempre con la cabeza alta. Técnicamente bien dotado, tácticamente trabajado y pulido por David Moyes. Hábil conductor, mejor distribuidor desde la medular o directamente delante de los centrales, paralelo a Song, con quien mezcla estupendamente. Diestro para el último pase, astuto al quite. Lee e interpreta bien el juego y se asocia mejor aún. Quizá le falte un punto físico, que se percibe especialmente en partidos de ida y vuelta. Y probablemente no sea capaz de romper desde atrás como esa sombra llamada Fábregas. Sin embargo se trata de su propia naturaleza. No es un llegador, no es un martillo. No es batería, es bajista. Es un distribuidor, un magnífico pasador de esos que tanto escasean, un regista, no un trequartista, sintiéndose más cómodo con campo por delante, con amplias perspectivas.
Cercanos a los tres cuartos de campeonato, su evaluación difícilmente podría ser más favorable. A las cualidades ya citadas, habría que sumarle una sorprendente alta cifra de goles. Parece haber caído de pie en el equipo, totalmente naturalizado con sus dinámicas de juego combinativo, hasta tal punto, que pareciera haber rejuvenecido unos cuantos años, asumiendo un cierto rol de mando, más aún con la eterna ausencia de Wilshere.
Muy probablemente no ocupará demasiados titulares. El Arsenal tampoco. Y sin embargo, para cuando termine la temporada, estarán ahí, mirando por encima a rivales teóricamente más poderosos a la par que desquiciados.
Y aquel chaval criado en la fecunda cantera del Antiguoko, en el barrio de Ondarreta, donde coincidió con Xabi Alonso o Andoni Iraola, verá por fin cumplidas sus expectativas de haber triunfado en un grande, descartado ya el sueño de la selección española. Y entonces, si es que no se ha producido ya, en cuanto la abra para Sagna, un rumor silencioso y tranquilo, un gesto de aprobación tranquila, de agradable e insospechada sorpresa, circulará por las gradas de Highbury, perdón, del Emirates, en una tarde soleada de abril. Para entonces, la sombra de Fábregas ya no será tan alargada.
Y es que, un futbolista criado a medio camino entre los partidillos en la arena cuando baja la marea en La Concha y después en La Masía, por fuerza, ha de ser especial. Por fuerza ha de dejar un poso, silencioso quizá, pero profundo.