Ilie Oleart

Best, el hombre detrás de la leyenda

Este 25 de noviembre de 2015 se cumplen diez años desde el fallecimiento de George Best. Recordado hoy como un icono pop de los años 60 y 70, la primera superestrella de la historia del fútbol, el alcoholismo fue el único enemigo capaz de vencer su inagotable talento natural.

 
“Jefe, creo que he encontrado un genio”, rezaba el telegrama que Bob Bishop, ojeador del Manchester United, envió en 1961 a Matt Busby, a la sazón entrenador del primer equipo. El genio en cuestión era un joven flaco de 15 años nacido en Belfast que había sido rechazado por el Glentoran a causa de su escualidez. Su nombre, George Best.
 
Los primeros tiempos de Best en Manchester no fueron sencillos. La melancolía característica de los irlandeses le invadía a menudo y sentía deseos de regresar a Belfast (de hecho, su primera estancia en la ciudad inglesa se prolongó dos días). Sin embargo, en la ciudad inglesa encontró unos padres postizos que le ayudaron a atravesar aquellos tiempos difíciles.
 
La madre era Mary Fullaway. En aquellos tiempos, los jóvenes que llegaban a los clubes desde otras ciudades se instalaban con familias locales que se ocupaban de ellos. La señora Fullaway cuidó al joven Best como si fuera su hijo, le preparaba las comidas, el té y se aseguraba de que llevara una vida ordenada, algo que ya había hecho para unos cuantos jugadores del Manchester United.
 
El padre fue, por supuesto, Matt Busby. En 1958, Busby recibió la extremaunción dos veces en un hospital de Múnich tras la tragedia aérea que acabó con la vida de ocho de sus jugadores cuando regresaban a Manchester tras disputar un partido de la Copa de Europa en Belgrado. Busby se prometió entonces que honraría la memoria de sus pupilos.
 
Busby hizo debutar a Best en septiembre de 1963 con solo 17 años ante el West Brom en Old Trafford. El entrenador escocés gestionó a Best con la precaución de un material frágil. Tras su debut, le devolvió a los reservas y no le incorporó definitivamente en el equipo hasta diciembre, cuando marcó su primer gol con la camiseta del Manchester United en una apabullante victoria por 5-1 ante el Burnley.
 
El ascenso de Best estuvo lejos de ser paulatino. Su carrera (y su vida) vivió un antes y un después del partido de vuelta de cuartos de final de la Copa de Europa de 1966 ante el Benfica en Lisboa. En la ida, el Manchester United se impuso por 3-2 en Old Trafford. Una exigua renta para enfrentarse al Benfica en su propio terreno el mes siguiente. El plan de los portugueses radicaba en controlar a Bobby Charlton y Denis Law, y encomendarse a la magia de Eusebio para remontar la eliminatoria.
 

 
Pero aquella fue la noche en que George Best se consagró como jugador de fútbol. Con solo 19 años, el norirlandés desarboló al Benfica, una de las potencias europeas de la época. En menos de un cuarto de hora, Best ya había marcado un doblete y el Manchester United acabó goleando a su rival por 1-5. De la noche a la mañana, Best se convirtió en el foco de todas las miradas.
 
Aquel año, el United cayó eliminado en semifinales ante el Partizán pero la redención última de Busby se produciría dos años después en Wembley. El azar (y Eusebio) quiso que de nuevo fuera el Benfica el rival en la final de la Copa de Europa. El United tuvo fortuna de llegar a la prórroga después de que Eusebio enviara a las manos de Alex Stepney un remate franco a falta de tres minutos para el final. Pero en el tiempo extra no hubo color. El United se adelantó con un gol de Best y acabó goleando de nuevo a los portugueses por 4-1. Con 22 años recién cumplidos, Best era campeón de Europa.
 
Un año después, Busby dejaría el banquillo del Manchester United tras casi 24 años en el cargo. Para entonces, Best hacía tiempo que había dejado la casa de la señora Fullaway y, privado de sus dos padres mancunianos, comenzó un imparable declive que ni siquiera el regreso de Busby a finales de 1970 pudo contener. Por entonces, el alcohol ya había plantado su semilla y acabaría destruyendo su vida. Best pasó de ocupar portadas por sus goles a hacerlo por sus repentinas desapariciones, sus ausencias en los entrenamientos, su paso por la cárcel y la deambulación por clubes de segunda categoría a un lado y otro del Atlántico.
 
Una vez le preguntaron a un amigo de Best por qué había caído en las garras del alcohol. “Creo que se aburría. El fútbol era tan fácil para él que ni siquiera constituía un reto”, respondió. No ayudó que Best fuera un tipo excesivo. También lo era cuando jugaba. Y eso es lo que le hizo grande. Las desavenencias en el seno de la Santísima Trinidad del Manchester United (el trío formado por Bobby Charlton, Denis Law y George Best e inmortalizado en los alrededores de Old Trafford) no se debían únicamente a que pertenecían a diferentes generaciones (Best era nueve años más joven que Charlton y seis que Law) y sus estilos de vida eran radicalmente opuestos (Charlton y Law, casados y con hijos, representaban la viva imagen de la familia). Charlton y Law, como muchos otros de sus excompañeros, se desesperaban al ver que Best regateaba una y otra vez mientras ellos estaban desmarcados. O cuando Best encaraba a los defensas como el torero que se planta frente a un toro y con las manos les invitaba a que vinieran a por él.
 
Diez años después de su muerte, George Best ha ascendido al estatus de leyenda, en muchas ocasiones más por sus famosas citas (“Si me hubieran preguntado si prefería marcarle un gol por la escuadra al Liverpool o salir con Miss Mundo, habría dudado. Por suerte, pude hacer ambas”) o su icónica imagen que por sus hazañas con un balón. Es cierto que Best fue el primer futbolista pop, un innovador en su ámbito como lo fueron The Beatles en el suyo. Pero mucho antes de eso, fue el jugador británico más talentoso del siglo XX. Como un telegrama había vaticinado muchos años antes.
 

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Ilie Oleart