Ryan Giggs está sufriendo un calvario desde que, antes de la final de la Champions League del 28 de mayo, se descubriera que había sido infiel a su esposa con una ex-concursante de Big Brother. Ahora resulta que también fue infiel con su propia cuñada. Todas estas son historias que pertenecen a su vida privada y que no guardan relación alguna con su extraordinaria carrera futbolístca. ¿Tienen derecho los medios a erigirse en defensores de la moralidad y despedazar su imagen pública?
Considerado una leyenda viva del Manchester United y ejemplo de fidelidad a unos colores que lleva más de dos décadas defendiendo, la imagen de Ryan Giggs se está deteriorando a pasos agigantados. Casado y con dos hijos, el hombre al que se le suponía ser un padre de familia ejemplar está acaparando las páginas de los tabloides británicos por sus relaciones extraconyugales. Si en puertas de la final de la Champions contra el FC Barcelona trascendió a los medios que mantenía un idilio con la modelo galesa Imogen Thomas, el pasado fin de semana el sensacionalista «News of the World» iba un poco más allá y destapaba un escándalo de mayores proporciones al asegurar que Giggs mantiene una relación íntima con su cuñada Natasha, la mujer de su hermano Rhodri.
Según «News of the World», Giggs y Natasha han mantenido encuentros periódicos desde que se conocieron hace ocho años, incluyendo los diez últimos meses que es el tiempo que Rhodri y la joven de 28 años llevan casados. Ambos tienen dos hijos en común.
El extremo del United, que ya estaba en el ojo del huracán por su relación con la modelo Imogen Thomas, se trasladó el mismo domingo a España, para reunirse con su mujer Stacey y sus hijos en un intento de salvar su matrimonio. Algo que a tenor de sus familiares es difícil que ocurra.
Los tabloides celebran el nuevo escándalo de Giggs regalándole portadas y escarbando en su vida privada. Al parecer, la última vez que Ryan y Natasha estuvieron juntos fue el pasado 9 de abril. En lo que parece ser el colmo del cinismo, Natasha ha declarado (a través de una amiga) que se sintió traicionada por Ryan cuando se supo que era él el famoso jugador de la Premier League que se acostaba con Imogen Thomas. “Esto puede sonar muy extraño, pero no solo engañaba a Stacey (esposa de Ryan), también me engañaba a mí».
Este acoso mediático nos lleva a reflexionar sobre el papel de los medios de comunicación, en especial los deportivos, y los límites entre la vida pública y privada de los jugadores profesionales. Y, en un nivel algo más abstracto, ¿deberían afectar los líos de faldas a la imagen profesional de un jugador brillante que siempre ha mostrado una conducta irreprochable en su trabajo, que al fin y al cabo es lo que le ha dado notoriedad mundial?
En primer lugar, es cierto que Ryan Giggs, como figura pública, está expuesto a los medios de comunicación. Los jugadores de fútbol, como los músicos, los actores o los personajes que aparecen en televisión, son personas públicas cuya vida se comenta en los medios de comunicación legítimamente. Ahora bien, este derecho a la información no es ilimitado. Existen ciertas barreras fijadas por las leyes y por la ética periodística. En el caso que nos ocupa, Giggs tiene dos hijos de corta edad. Legalmente, las fotografías de esos niños no pueden aparecer en los medios espa;oles, y resulta más que dudoso moralmente que se vean acosados por los medios al salir de su casa o que tengan que sufrir las burlas de sus compañeros. ¿No es acaso suficientemente duro para unos niños asistir al derrumbe del matrimonio de sus padres como para encima tener que seguirlo en directo por televisión y en las portadas de todos los periódicos?
En segundo lugar, existe un dilema ético. Posiblemente, a muchos lectores les parecerá que Giggs ha actuado como un canalla, que se merece todo el escarnio que está sufriendo porque es un adúltero, porque ha traicionado a su hermano, etc. Pero, ¿hasta qué punto estamos legitimados a emitir juicios morales sobre alguien a quién ni siquiera conocemos? Alguien que, además, es famoso por jugar a fútbol, pero que nunca ha vendido su vida privada a una revista o ha aireado su vida familiar en un programa de televisión. Giggs es, ante todo, un jugador de fúbtol. Y uno extraordinario, para más inri. Alguien que ha mantenido una conducta intachable a lo largo de su carrera y que debería ser idolatrado por todos aquellos que se declaran amantes de este deporte. Woody Allen se casó con una hija que adoptó con Mia Farrow. ¿Eso hace que sus películas sean peores? El escritor francés Céline era un antisemita confeso. ¿Hace eso que la novela «Voyage au bout de la nuit» sea mala?
Y, finalmente, está el papel de los medios. Publicaciones deportivas, como el Sport barcelonés, Mediotiempo.com en México, o El Mundo Deportivo deberían dedicarse a hablar de fútbol. Para ocuparse de los líos de faldas ya están todos esos horribles periódicos sensacionalistas británicos que, a cambio de vender más ejemplares, están dispuestos a arruinar la vida y la carrera de cualquier persona que se ponga por medio. ¿Qué relación guardan las aventuras extraconyugales de Giggs con su carrera futbolística?
El asunto Giggs se prolongará durante meses. Cada semana recibiremos nuestra dosis de revelaciones sensacionalistas y unos cuantos se lucrarán con ello mientras otros tantos verán cómo su vida se destruye en mil pedazos. Unos dirán «merecido lo tiene». ¿Quiénes somos nosotros para opinar sobre la vida privada de los demás? Disfrutemos de Giggs cuando se pone las botas y recorre los terrenos de juego, y olvidémonos de lo que hace cuando sale por el túnel. Solo es un futbolista, ¿recuerdan?
Sobre el autor
Ilie Oleart
@Ilie Oleart
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