Si uno anda despistado dando un paseo por el acomodado barrio de Fulham, en el sudoeste de Londres, puede ni darse cuenta de que al cruzar Stevenage Road se topará con uno de los templos con más personalidad y encanto del mundo del fútbol: Craven Cottage. Y es que por dicha calle luce elegante la fachada de ladrillo de uno de los laterales del estadio. Si el despistado en cuestión se para y la observa, podría pensar que la misma pertenece a un colegio de etiqueta, a un antiguo convento, o a una universidad elitista. Pero afortunadamente ahí está él, en forma de estatua, brazos en jarra, para orientar al despistado. Ahí está Johnny Haynes, guardián eterno de una grada que porta su nombre y tras cuyas paredes 26.000 gargantas animan cada domingo a sus Cottagers. Ahí está el viejo Haynes para recordar a todos que entre Stevenage Road y el río Támesis yace acunado desde 1896 el hogar del club en activo más antiguo de Londres, el Fulham Football Club.
Viajamos en el tiempo hasta el verano de 1996. El Fulham vive el peor momento de su extensa historia. Inmerso en una profunda crisis deportiva e institucional, los Whites tienen por delante una dura temporada compitiendo en la por aquel entonces denominada Third Division (el equivalente a la actual League Two). En esos momento de depresión, no saben los pocos pero fieles parroquianos que siguen acudiendo a Craven Cottage a ver como el equipo de sus amores se enfrenta a rivales como el Mansfield Town, el Scarborough, o el Darlington, que un año después todo iba a cambiar.
Avanzamos un año y aterrizamos con nuestra máquina del tiempo en el caluroso mes de julio de 1997. El Fulham ha ascendido a la Division Two y un tal Mohamed Al-Fayed ha decidido comprar el equipo por 6,25 millones de libras. Al-Fayed, empresario egipcio y dueño entonces de Harrods, una suerte de Corte Inglés pero más pijo, promete que en Craven Cottage disfrutarán de la Premier League en un máximo de cinco años, siendo una de sus primeras decisiones traer al club al gran Kevin Keegan, bajo cuya batuta se logra el ascenso a Division One de cara a la temporada 1999/2000. Aquel año Al-Fayed ya empieza a tirar de chequera y paga 1,1 millones de libras por Paul Peschisolido, delantero canadiense de origen italiano proveniente del WBA y ex-Juventus. Tras un primer ejercicio de aclimatación en la actual Championship en la que, ya sin Kevin Keegan, que pasó a ser seleccionador inglés, y con un Jean Tigana que aterrizaría en Noviembre tras destituir el magnate egipcio a Paul Bracewell, el Fulham terminó en noveno lugar, llegaría la 2000/01, la de Louis Saha, la del ascenso a la Premier. Saha, que llegaba del Metz, pese a haber probado ya en el fútbol inglés de la mano del Newcastle, se convirtió pronto en el ídolo de Craven Cottage, y sus goles (27 en liga) auparon al equipo a la máxima división del fútbol británico. Al-Fayed llegó en 1997. En 2001 ya había cumplido su promesa y se había ganado el agradecimiento entero de un barrio.
Sin querer ahondar mucho más en la historia del club, apuntar que desde entonces el Fulham se había mantenido, firme, como un equipo sólido en la Premier. Casi siempre sufriendo al final, casi nunca superando la media tabla, a excepción de aquella magnífica 2008/09, en la que firmaron un séptimo puesto que a la postre les llevaría a disputar, el 12 de mayo de 2010 ante el Atlético de Madrid, y en Hamburgo, la única final europea de su historia (y su segunda final en total, siendo la anterior aquella de FA Cup en 1975 contra el West Ham en la que dos goles de Alan Taylor borrarían de un plumazo los sueños coperos de los Cottagers). Aquella noche de primavera sería Diego Forlán quien dejaría con la miel en los labios a los londinenses con un gol en el minuto 116.

Aquel verano, el primero con el pakistaní a cargo, llegaron Amorebieta, Scott Parker, Stekelenburg, Riether, Darren Bent o el intermitente pero talentoso Adel Taarabt. Una plantilla más que capacitada para no sólo aspirar a la eterna media tabla a la que se habían acostumbrado los aficionados, si no para intentar volver a saborear las mieles de la Europa League.
Khan mantuvo a Martin Jol como técnico, pero sólo hasta diciembre. Diez derrotas en los primeros catorce partidos ligueros precipitaron la llegada del holandés René Meulensteen, que venía de ese raro proyecto deportivo-financiero que fue el Anzhi ruso. Antes, había sido asistente de Ferguson en el United durante varios años. Conocía la Premier, y no empezó del todo mal, sumando tres victorias durante su primer mes. Llegó enero, y Khan decidió reforzar un equipo en crisis: Dempsey, Kvist, Holtby, Heitinga, y Mitroglou, que venía de romperla en Grecia y en la Champions, aterrizaban en Londres para tratar de reflotar un barco que se hundía. No sería por falta de medios.
Con todo, el primer mes de 2014 fue nefasto para el Fulham. Victoria el día 1 ante el West Ham para después encadenar cinco derrotas en los siguientes seis compromisos. Meulensteen se convertía en la segunda víctima de Khan en pocos meses. Se decidió, extrañamente, que el candidato idóneo para salvar la situación era el tan amado como odiado Félix Magath. El alemán había hecho campeón al Wolfsburgo en 2009 guiado por Dzeko y Grafite, pero desde entonces había encadenado fracasos en el Schalke 04 y de nuevo en el Wolfsburgo. Tras no entrenar durante la 2012/13, Khan rescataba a pocos meses para terminar la liga a un técnico que realmente no conocía el fútbol inglés. Apuesta arriesgada que salió, como muchos anticiparon, mal.
Ni el de Aschaffenburg ni los fichajes invernales lograron dar la vuelta a la situación, y el 3 de mayo se certificaba el descenso del Fulham solamente unos meses después de que el bueno de Al-Fayed lo dejase en manos de Khan. Curioso hecho, ya que el club contaba a finales de temporada con uno de los mejores planteles que había pasado por Craven Cottage, donde, por poner un ejemplo, se podía ver un once compuesto por, nada más y nada menos, que Stekelenburg, Riether, Hangeland, Heitinga, Richardson, Parker, Kvist, Kasami, Kacaniklic, Holtby y Mitroglu. Y eso sin nombrar a Amorebieta, Riise, Sidwell, Diarra, Karagounis, Duff, Rodallega, Chris David, Dempsey, Dejagah, Darren Bent, o al jovencísimo Moussa Dembélé (nada que ver con el del Tottenham) en quien confió Magath por encima de Mitroglu. Jugadores, en fin, de suficiente nivel como para haber acabado lejos, bien lejos de los puestos de abajo.

Con ese bagaje comenzó Magath la temporada, y pronto se dio cuenta de que en la segunda división inglesa las cosas eran diferentes. Cuatros derrotas consecutivas contra Ipswich, Millwall, Wolves, y Derby County acabaron con la paciencia de Khan y con el entrenador teutón haciendo las maletas de vuelta a Mutterland. Se decidió entonces dar las riendas del equipo a Kit Symons de forma interina. Symons, ex-jugador del Fulham (entre otros) entre 1998 y 2001, y gran conocedor del fútbol puramente inglés, de ese fútbol inglés sin magnates de por medio, de ese eterno fútbol inglés de pelotazo arriba, peinarla, y tener un 9 más fuerte que el 5 rival, encadenó enseguida resultados más decentes que Magath (5 victorias en sus 9 primeros partidos), lo que le valió para ser nombrado, el pasado 29 de octubre, tras vencer por 3 goles a 0 al Charlton, entrenador con todas las de la ley del Fulham FC. Desde entonces, un empate fuera de casa en Wigan, y otro, más decepcionante, ayer en casa ante un Blackpool que huele a League One desde la primera jornada.
Ya fuera de los puestos de descenso (ahora mismo es vigesimoprimero a un punto del Birmingham) y con un Bryan Ruiz que, de vuelta tras su paso por el PSV y tras un buen mundial, está empezando a cogerle el gustillo a la categoría, el Fulham sólo puede aspirar a más. Al ser una competición tan igualada, los puestos de playoff ‘sólo’ están ahora mismo a 11 puntitos. Plantilla para conseguir la machada, hay. Y estadio, vaya que si lo hay.
Si el que pasea por Stevenage Road fuese un seguidor del Fulham, un parroquiano habitual de esa grada que mantiene aún los asientos en madera de las primeras épocas, y que porta el nombre de la figura que luce orgullosa en forma de estatua delante de la fachada de ladrillo que viste el santuario cottager , se pararía enfrente de esta y le susurraría lo que muchos piensan: ‘Hacen falta más Johnny Haynes para salir del infierno’.