El duelo entre Sunderland y Arsenal del pasado sábado sirvió para sacar varias conclusiones. Las más obvias son que el Arsenal parece funcionar y que Mesut Özil ha caído de pie en el equipo, aunque habrá que ver como sobrellevan los Gunners el atasco en su enfermería justo ahora que empieza la Champions League, donde su grupo es de lo más complicado. Pero no hablaremos del Arsenal, sino de los Black Cats y del que parece es su oscuro porvenir en esta edición de la Premier League de no mediar cambios inmediatos.
Quizás el carácter volcánico del italiano benefició al equipo al inicio
Prohibir cantar en el vestuario difícilmente le hará popular entre los suyos
Pocos entrenadores hay ahora mismo en la Premier tan intervencionistas como Paolo Di Canio, personaje tan controvertido como imán de focos. Vaya por delante que no vamos a escribir ni una sola línea sobre sus opiniones políticas, sino como su desempeño como entrenador del Sunderland. Las circunstancias de su llegada al banquillo de los Black Cats, aparte de la polémica, vinieron precedidas por una pésima racha en la que pasaron tres meses sin ganar, derrotas contra QPR y Reading incluidas, acercándose peligrosamente al abismo del descenso. Realmente, en una tesitura en la que el equipo claramente se estaba dejando ir bajo las órdenes de Martin O’Neill, era necesario un golpe de timón. El carácter volcánico del italiano quizá repercutiera de manera positiva. Y realmente, no resultó una mala elección, aunque mantenerse en la Premier League con un equipo como el Sunderland tampoco debería ser tenido en cuenta como una hazaña digna de guardarse en hemerotecas.
Lo cierto es que una disciplina marcial y unos hábitos espartanos posiblemente tuvieran efectos beneficiosos a corto plazo y en una situación desesperada, cuando el factor anímico era el más importante para salvar la categoría. Pero mantenerle en el cargo, con lo que ello conlleva, suena a total disparate. Lo que en mes y medio puede ayudar a apretar los dientes y a sobrevivir como fuese, resulta con total seguridad contraproducente a largo plazo y en una coyuntura distinta. Órdenes tan absurdas y autoritarias como prohibir el café, la mayonesa o cantar en el vestuario, o la reiterada costumbre de criticar en público a sus jugadores lo más probable es que provoque que medio norte de Inglaterra acabe harto de ti. Todo ello sin hablar que en las palabras de Di Canio jamás ha existido el más mínimo atisbo de autocrítica, más aún cuando a día de hoy se desconoce a qué pretende jugar su equipo. Por no hablar de sus habituales escenas en la banda propias de una opereta bufa, entre ellas mandar callar a su grada tras el gol del momentáneo empate de Gardner.
Detrás del aparente brío del equipo no hay nada más que el vacío más absoluto
La destitución es siempre el último recurso pero en ocasiones es inevitable
Un punto de doce posibles. Pero lo peor no es eso, sino la insoportable oquedad del fútbol de los Black Cats. Y es que detrás de su aparente brío, detrás del telón no hay nada, sino que todo se reduce a buscar balones directos y centros laterales a los delanteros, preferentemente a Jozy Altidore, capacitado como pocos para ello. Da igual que el equipo busque la tradicional salida de balón lavolpiana con Ki de tercer central, el desenlace será casi siempre el mismo. Y defensa, de nuevo más demostraciones de incapacidad táctica y errores de manual. El Sunderland comenzaba intentando apretar al Arsenal desde atrás, pero descuidando en todo momento la marca del pasador y de los posibles receptores (veáse en el 0-1 de Giroud a Gibbs y a Özil). Ya abajo en el marcador, los norteños bajaban incomprensiblemente líneas de presión para resguardarse, no se sabe de qué. Ni para qué, ya que bastaba que el Arsenal enlazara tres pases y un desmarque para avanzar hasta posiciones de peligro. En resumen, un absoluto desastre en un equipo que si bien no es puntero, con jugadores como Adam Johnson, Ki, Fletcher, Giaccherini (aunque en la última jornada no jugó ) o Altidore da para mucho más. Quizá se nos pueda tildar de simplistas al juzgar solo el duelo contra el Arsenal, pero también podemos echar un vistazo al que jugó el Sunderland en Selhurst Park y, aunque estuvo marcado por el penalti y expulsión de O´Shea, las conclusiones son semejantes: detrás de esa pretendida disciplina marcial, de ese show consistente en protestar por todo y contra todo, no hay nada, absolutamente nada. Lo que podemos ver es solamente humo, humo tras hogueras encendidas por el propio Di Canio.
La temporada aún está en pañales y es posible que estas líneas suenen muy precipitadas y quizás duras contra la labor de Di Canio, pero lo cierto es que apenas existen motivos para el optimismo en el Stadium of Light y los síntomas difícilmente pueden ser peores. Probablemente el técnico transalpino no sea el único culpable, pero vistos los naufragios de su equipo en lo que va de Premier, su cuota de responsabilidad solamente es comparable a la de su afán de protagonismo. Nunca hemos sido amigos de argüir una destitución como remedio de males de un equipo, pero hay casos en los que es imposible no hacerlo. Y el de este Sunderland, es uno de ellos. A los hechos nos remitimos.