El nombramiento de Paolo Di Canio como nuevo técnico del Sunderland en sustitución de Martin O’Neill ha provocado un desproporcionado revuelo en los medios de comunicación y las redes sociales que, por esperado, no deja de ser digno de estudio.
La asociación de mineros de Durham ha pedido al Sunderland que coloque una pancarta en el estadio en la que protesta por el nombramiento de un técnico que, según ellos, supone una afrenta para un colectivo que luchó contra el fascismo en Europa. Algunos aficionados individuales del club también han expresado su rechazo a la decisión de Ellis Short, dueño estadounidense del club. Y los medios de comunicación se han apresurado a recuperar antiguas declaraciones e imágenes de Paolo Di Canio.
Hasta una asociación de mineros ha protestado contra Di Canio
Hemos revivido hasta la saciedad los momentos cumbre de su carrera
Estos días, hemos tenido oportunidad de ver y volver a ver hasta la saciedad a Di Canio brazo en alto celebrando un gol con la camiseta de la Lazio, su famosa pelea con Frank Lampard por lanzar un penalti cuando jugaba en el West Ham o el empujón que propinó a un árbitro cuando vestía la zamarra del Sheffield Wednesday (y la grotesca caída posterior del colegiado).
El asunto debe abordarse desde un doble prisma. Para empezar, conviene cuestionarse si realmente Di Canio es un fascista y un racista como muchos se han apresurado a afirmar sin tapujos. En segundo lugar, este caso nos plantea una cuestión ética y moral más profunda: ¿deberían permitir los organismos rectores del fútbol que personas con opiniones políticas extremas rayantes en la ilegalidad dirigen o jueguen a fútbol?
Di Canio no ha escondido nunca su admiración por la figura de Benito Mussolini e incluso luce un tatuaje en el brazo que reza «Dux», latín para líder (y «Duce» en italiano). Para él, Mussolini fue un «individuo ético con principios firmes» que fue «profundamente incomprendido». Tras el trístemente célebre saludo fascista cuando vestía la camiseta de la Lazio, declaró: «Soy un fascista, no un racista. Es un saludo de «camerata» a «camerati» [las palabras con las que se denomina en italiano a los miembros del movimiento fascista de Mussolini]. No pretendo incitar a la violencia y tampoco al odio racial. Es un saludo dirigido a mi gente». Es decir, a los ultras de la Lazio, conocidos por sus posiciones de extrema derecha.
Di Canio nunca ha escondido su simpatía por la extrema derecha
¿Debe valorarse la tendencia política de un profesional?
Resulta innegable que Di Canio es un extremista de derechas. Guste o no, es una opción política legal representada por muchos partidos en toda Europa. Cosa diferente sería que justificara los crímenes cometidos por los Nazis durante la Segunda Guerra Mundial o que expresara opiniones racistas. Eso ya sería un acto constitutivo de delito en varios países europeos que entraría en colisión directa con los valores del fútbol.
El fútbol inglés tiene una larga tradición de técnicos izquierdistas, desde Bill Shankly a Sir Alex Ferguson, pasando por Brian Clough. Sus posturas no eran o son tan extremas como las expresadas por Di Canio pero nunca ocultaron sus simpatías por una opción política. Como miembros de la sociedad, los jugadores y técnicos tienen derechos a tener opiniones e incluso hacerlas públicas fuera de los terrenos de juego. El límite lo marca la legalidad y, si se quiere acotar, los códigos éticos marcados por los organismos rectores del fútbol nacional e internacional.
Tal vez la extrema derecha no sea la ideología que mejor combina con los valores deportivos. Pero Di Canio tiene derecho a sus opiniones. En cualquier caso, todo este debate nos ha apartado de la auténtica pregunta: ¿es la persona idónea para salvar al club del descenso? Una temporada en League Two y media en League One no parece la mejor preparación para lograrlo. Sean cuales sean sus opiniones políticas.