Llevo toda mi vida preparado para que me hagan una encuesta telefónica de esas del CIS, es así. Mis horas muertas, las más, las paso a milímetros del teléfono, en tensión, esperando que una voz de esas que enamoran, una voz de esas a las que le pones una cara angelical aunque acabe siendo una belleza desapercibida, me pregunte, meliflua: “¿Dónde estaba usted el día en el que Sir Alex Ferguson dimitió como director técnico del Manchester United?” Y yo, esperando que me preguntaran mi opinión referente a la situación de la sanidad, el paro o la corruptela política, balbucearía un chorro de palabras inconexas y carentes de sentido (nada nuevo, por otra parte) sorprendido por una pregunta de la que no llevaba preparada la respuesta. Años de espera tirados a la basura por un instante de vacilación, por una voz, por esa voz.
Más allá de discusiones futbolísticas acaloradas, de pasiones desenfrenadas que no comparto, más por no vividas que por asimiladas, no todos los días uno tiene la suerte de ser coetáneo de un mito viviente y, los menos, de asistir en primera persona, más o menos, a su último saludo en el escenario. No por mucho tiempo que se llevara barruntando la impresión es distinta, como el lobo que nunca estaba para comerse a la oveja aunque algunos así lo divulgaran, como esa alarma de incendios que suena en la oficina y que, por reiterativa, ya dejas de escuchar. Un día el lobo llegó y la oficina se quemó: todos sorprendidos y pareados al canto, sin prepararlo.
Fergie ha logrado ser más que un técnico: un ente, una leyenda urbana
Imagino un funeral delirante con cuerpo formado por innumeables trofeos
No soy yo quien para glosar la figura de Sir Alex Ferguson por desconocimiento y por deseo de no ser repetitivo. Otros se encargan de contarnos su trayectoria, sus títulos, su influencia: algo así como Wall Street con un mundo que se constipa cuando ellos carraspean. El escocés ha logrado ser más que un entrenador de fútbol: ha logrado ser una referencia, un ente, casi una leyenda urbana de las que corre de boca en boca, la niña de la curva, el niño angelical en el bautizo, la novia en la boda y, cómo no, el muerto (deportivo) en el funeral de los aficionados del Manchester United.
Me imagino ese funeral deportivo algo delirante. Hombres con traje negro, rancio, por una excesiva estancia en un armario olvidado, corbata a medio anudar, desfilando por las calles de Manchester a ritmo de un sonido cansino que sale de la nada, repetitivo, machacón, mezcla de góspel americano ( no pinta nada aquí pero es mi sueño, ¡que narices!), gaita escocesa y single apoteósico de The Smiths. Los más fornidos llevando a hombros un cuerpo inerte, monstruoso, con brazos en forma de FA Cup, piernas que recuerdan trofeos de Premier League, tronco de Campeón Intercontinental y cabeza de UEFA Champions League con grandes orejas. Ellos, serios, lánguidos, casi desorientados, de camino a ninguna parte, sin garantía de retorno, mecánicos.
Unos pasos detrás del engendro mujeres embutidas en cuero, negro, niños en pantalón corto y ancianos encantados de la vida por ser parte de una muchedumbre que normalmente les rechaza pero que hoy, sin entender muy bien porque, les piden recuerden a los más jóvenes las andanzas, venturas y desventuras del caballero Sir Alex, de apellido Ferguson, escocés errante, hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor, como decía el otro.
Flanqueando la comitiva, las calles llenas: muchos no saben quién es el engendro al que tan solemnemente se pasea, ni que significa para portadores y plañideras, no saben siquiera porque están allí: será que pero forma parte de su inconsciente: siempre estuvo con ellos desde que tienen memoria, no conocen otra cosa, no saben que será de sus vidas sin él, sin rumbo, malheridos…. la música sigue sonando, Thelonius Monk al piano, la figura se aleja y mi decisión de dejar de beber ginebra de garrafón antes de dormir se reafirma al menos, por esa noche. Mañana será otro día.
Con el tiempo nos acostumbraremos a no verle en el banquillo
Pero siempre vivirá la leyenda del hombre que superó a Sir Matt Busby
En pié tras sueño agitado, el sol en lo alto y aún con reminiscencias de tan cómico funeral en mi todavía aturullada cabeza, café solo, negro, doble en mano, me pregunto cómo será el primer día en Old Traford sin Sir Alex en el banquillo, como afrontaremos una nueva campaña de Premier League, la competición futbolística más importante, más espectacular y mejor gestionada del mundo sin su último mito presente, sin la nota discordante y aguda del último rockero, sin el caballero que una tarde pidió a sus aficionados respeto para los muertos de Hillsborough, sin el macarra que agitó tantos bajos instintos a gente tan dispar… y no sé qué contestarme, la verdad…languidezco.
Lo único que me consuela es que el tiempo, afortunadamente, cura heridas,resentimintos, malos momentos y momentos normales y, a no mucho tardar, nos haremos a la idea de que Sir Alex ya no está y lo asumiremos con naturalidad. Los que nunca conocieron habitante distinto en el banquillo local de Old Trafford disfrutarán o padecerán al nuevo inquilino en una liga en la que los entrenadores son de largo recorrido y la memoria histórica es amplia, respetada y manifestada sin pudor. Siempre en nuestra memoria y en nuestros corazones.
Recuerdo como, en un momento determinado uno de aquellos ancianos del funeral al que asistí anoche me cogió por el brazo, me sacó de la comitiva y me arrastró hasta una vieja taberna. Le vociferó a Cohan, su dueño, dos pintas de cerveza negra, bien tiradas, con su justa medida de espuma en lo alto. Entre sorbo y sorbo me contó historias del pasado, de cómo un tal Sir Matt Busby forjó un equipo, de cómo lo perdió y como lo recuperó y de cómo, años más tarde, el alumno superó al maestro: “¿Sir Alex alumno de Sir Matt?” protesté.
“¡Calla y bebe, que la historia la estoy contando yo!”.