Tengo un amigo. Sí. Dicho así parece poco bagaje para una persona que lleva ya unas décadas dando tumbos por la vida pero es que ésta crisis que nos asola ha sido devastadora hasta para las amistades: en pleno poderío económico tenía uno en propiedad, otro en la costa (de segundo colega) algunos más esparcidos por ahí, a modo de inversión parcelaria y un par de ellos, de los de alta gama, protegidos en el garaje, con una lona encima: no parece sitio, efectivamente, para albergar amigos pero tengo que decir, en mi favor, que los sacaba a pasear con frecuencia, orgulloso.
Todo eso ha quedado atrás: mi amigo de la costa se ha ido con otro, con más pelo y posibles que yo, mis inversiones parcelarias han servido para tapar agujeros emocionales a duras penas y ni garaje tengo ya para albergar si quiera a un conocido: desolador. Solo me queda mi amigo en propiedad…y no sé hasta cuándo: espero que los brotes verdes florezcan fuertes y vigorosos en un espacio razonable de tiempo o me veo más solo que Gary Cooper en Hadleyville, que ya es estar solo, por otra parte.
Con Kolo Touré dibujó una mueca, con Iago Aspas llegó el delirio
El arte de ilusionar no es uno cualquiera: permite mantener la esperanza
Noté a mi amigo en propiedad un poco triste estos días, cientos de suspiros vacíos me pusieron en la pista. Pensé que una buena forma de devolverle la sonrisa, después de sopesar varias posibilidades, era mostrarle la lista de fichajes que, hasta la fecha, habían completado el Arsenal y el Newcastle: hasta el más frío aficionado habría roto en carcajadas incontrolables, rodando por el suelo, al borde del colapso solo al pensar que el mercado lleva un tiempito abierto y parece que nadie haya avisado de la circunstancia a los responsables del evento; recapacité y pensé que, quizá un tratamiento de choque tal igual era excesivo y me decanté por mostrarle los movimientos de Brendan Rodgers al frente del Liverpool, igualmente hilarantes, pero quizá menos llamativos por repetitivos: tratamiento de choque a base de placebo.
Nos sentamos en el sofá de casa y empecé a recitarle una a una las incorporaciones estivales de este nuestro mercado estival a orillas del Mersey, voz suave, vocalización perfecta, uno a uno: con Mignolet no hubo mucha reacción aunque conseguí, al menos, captar su atención. Con Kolo Touré dibujó una mueca en su rostro, con Luis Alberto la primera sonrisa y con Aspas llegó el delirio. Reímos como niños durante horas, como antaño: nos faltaba el aire. ¡Henos aquí los de Pravia! ¡Qué felicidad, cáspita!
Cuando las risas cesaron, horas después, comenzamos a filosofar en animada charleta sobre el arte de ilusionar al aficionado, una técnica tan antigua como los tiempos, eficaz y denostada a partes iguales por algunos de los grandes equipos del panorama futbolístico europeo. Convenimos en que las últimas adquisiciones quizá no fueran del todo malas si pensamos en una competición larga y dura, a modo de clase media que quizá pueda saltar a salvar los muebles, apagando algún fuego de los que azotan con virulencia la temporada: mano de obra cualificada.
Pero nos vino a la cabeza que igual esa clase media estaba ya en Melwood y dibujamos en nuestras mentes la cara que se le habrá quedado a cualquiera de los centrales del equipo de los suplentes del Liverpool que seguramente, se las prometían muy felices con la retirada de Carragher, viéndose ya aclamados por Anfield una tarde cualquiera: quizá eso sea lo más parecido a ese sueño infantil que declaran en su primera rueda de prensa fichajes flamantes de esos que se besan el escudo, recién conocido, en su presentación.
Brendan Rodgers tiene suerte, no obstante. Se ha encontrado con una afición incondicional, que no se muestra cansada pese no haber ganado la Premier League aún, que lleva años conformándose con algún título menores que los demás dejan escapar y que, en los últimos años, solo ha ganado una Uefa Champions League en un partido que, si se jugara diez veces, perdería nueve. Una afición que quemó las redes sociales mostrando su alegría el día que Borini volvió a la alineación del equipo tras meses de lesión…una afición agradecida.
Las risas cesaron. Quizá hubiera sido mejor haberle propuesto a mi amigo un ejercicio de memoria transformado en juego de los de antaño instándole a recitar de memoria y de carrerilla alguna de las alineaciones de la ilusión: Clemence, Neal, Alan Kennedy, Thompson, Hansen, Ray Kennedy, Lee, McDermott, Souness, Dalglish, Johnson.
El arte de ilusionar al aficionado no es un arte cualquiera: no asegura resultados pero mantiene viva la esperanza de reverdecer viejos hitos. Ver a tu equipo en boca de todos, en los tabloides como posible destino final de alguno de los más granados y aclamados futbolistas de última generación, anima, hace que aficionado se sienta vivo, atento, con esperanzas y expectativas. Le hace creer que al fin abandonarán esa zona templada de la tabla, en la que no llegas aunque quieras ni te echarán aunque lo intenten y aspirar al escaparate europeo en forma de competición planetaria.
Rodgers tiene la suerte de tener una afición agradecida…hasta con Borini
A Allen se lo tragaron las arenas movedizas pero no ha sido el peor fichaje
Quizá el Liverpool no tenga dinero en caja para entrar en la pelea o lo ha dilapidado en pagar el doble o el triple de lo que cualquiera hubiera pagado por un jugador de medio pelo: los equipos europeos se frotan las manos cuando se abren los mercados y se disputan el honor de colocarle a los de Anfield a su cartucho de fogueo más renombrado a precio de candidato al Balón de Oro. O quizá Brendan no sea un águila del mercado y sea solo un buen técnico, que no es poco: llegó a Liverpool como garante del juego de toque, atractivo, basado en un Joe Allen al que poco a poco las arenas movedizas se lo fueron tragando. Aunque el galés que quería parecerse a Xavi Hernandez (digo yo) no ha sido el peor fichaje, de momento. Downings y Hendersons habemus.
No todo es malo. Coutinho ha sido una buena incorporación aunque es jugador de momentos puntuales, al menos hasta ahora. Sturridge puso la electricidad y algo de luz en la sombra que se cernía sobre el futuro del equipo cuando su única referencia, a modo de uruguayo, no estuviera. El cableado de Suárez se cortocircuitó a modo de mordisco en los hilos de cobre desnudos. No es buena idea comerse los cables eléctricos, niños, igual se os chamuscan los pelos. Y no, no es mano de santo para la sinusitis.
Luis Suarez, el faro, está más fuera que dentro del Liverpool y la propuesta de Rodgers hasta la fecha es Iago Aspas, el nueve de Rush y Fowler a la espalda. Y, a lo mejor, perfora veinte veces la portería contraria y, cuando hagamos balance a final de esta temporada que aún no ha nacido, nos la tengamos que envainar y reconocer que ha sido un fichaje excelente: pero, a día de hoy, ilusionar…no ilusiona: poca guarnición para un plato tan grande. Un hermoso filete sin patatas fritas, o con pocas, es menos filete.
Yo tenía un amigo. Un día quise animarlo y los fichajes del Liverpool para la presente campaña que le recité para lograrlo no me ayudaron. Decidió que no merecía la pena seguir viviendo la vida de ésta manera y quiso ponerle fin: se alquiló una butaca de preferencia en las piscinas Picornell y hoy es un aficionado más a la natación sincronizada: promete menos pero da muchas más satisfacciones que un sofá vip de salón frente a un televisor que nos muestra las desventuras de un grande venido a menos: y es que eso de “nunca caminarás solo” está bien para un ratito y dar tanto para recibir tampoco acaba cansando.
La pertinaz crisis me dejó sin amigos: sobrevivo como soldado de fortuna: si usted es ojeador del Liverpool y necesita un medio centro elegante o un delantero pichichi de los de rompe y rasga no soy su hombre pero, visto lo visto, quizá pueda contratarme.