El reloj tan solo descontaba un minuto en el Holanda – Costa Rica de cuartos de final del pasado mundial, decantado a decidirse en la suerte de los once metros. ¿Suerte? Tal vez si hablásemos de prestidigitadores de la improvisación, no así Van Gaal, para quien el azar no existe y el detalle se estudia a milímetro. No solo tenía analizados perfectamente a los lanzadores centroamericanos, sino que una maniobra en principio desconcertante pero valiente aunque tal vez desmerecedora para Jasper Cillesen, introdujo a Tim Krul para los penaltis. El portero del Newcastle no es un especialista consumado en detener penas máximas, pero el técnico tulipán, de acuerdo con el consejo de Frans Hoek, llegó a la conclusión de que la mayor envergadura de Krul y el pertinente informe sobre los pateadores costarricenses llevaría a los suyos al puerto de las semifinales. Dicho y hecho.
Juan Román Riquelme tardó dos días en conocer a Van Gaal
Más allá de controversias, logró dos ligas y un juego aceptable
En la idiosincrasia de Van Gaal hay lugar para el talento individual, sí, pero siempre obedeciendo a unos axiomas tácticos muy definidos y a una disciplina muy fuerte. Así es como fue capaz de desarrollar el fabuloso Ajax de mitad de los 90. Joyas como Litmanen, Finidi, Blind, Rijkaard, Seedorf o un novel Kluivert engarzadas en unos esquemas geométricos que conectaban a todos y cada uno de los elementos dispuestos sobre el césped. Equipo mayúsculo y cimentado sobre su cantera, entroncado directamente con el de Rinus Michels, finalmente doctorado sobre la hierba del Prater de Viena en 1995 frente a otro de los alumnos aventajados de ese fútbol total como el Milán. Un triunfo mayestático del que avispados y sesudos estudiantes tomaron apuntes, caso de Marcelo Bielsa o Pep Guardiola.
El Barça, en su búsqueda de reeditar la gloria que trajo el Pope Cruyff, atisbó en Van Gaal al elegido. No logró alcanzar el laurel europeo, pese a dejar en su hoja de servicios dos ligas y una copa, un juego más que aceptable y un ramillete de canteranos instalados en la primera plantilla, caso de Xavi o Puyol. No, para «los amigos de la prensa» (Louis dixit) siempre quedó aquel famoso episodio de las interpretaciones negativas, nunca positivas. Árboles que no dejaban ver el bosque y que mostraban a un hombre inflexible, a veces hiriente en sus formas e impaciente. El reverso de una manera de ser exageradamente sincera, sin dobleces. Juan Román Riquelme no tardó ni dos días en conocerlo: tras el primer entrenamiento del entonces jugador culé, Van Gaal le llamó a su despacho para hacerle saber que él no lo había fichado.
Su voluntad además, siempre fue inasequible a la rendición, como demostró en su segunda etapa en un Barcelona descuajeringado, donde fue despedido aunque de paso, volvió a dar la alternativa a otro puñado de promesas aparentemente válidas como Andrés Iniesta o Víctor Valdés. Con este último mantuvo otra de sus más famosas polémicas, al mandarle de vuelta al filial. La negativa del arquero le conllevó quedarse apartado del Barça. A día de hoy, el guardameta catalán interpreta como formativo el haberse dado de bruces con la férrea disciplina de Van Gaal.
Su segunda parte en Barcelona, que desde luego no fue buena, llegó precedida de la mayor frustración de su vida deportiva, al no conseguir clasificar a una gran Holanda para el Mundial de 2002. Tras flirtear con los despachos, decidió regresar a sus orígenes para relanzar su carrera ya que en el fútbol, dos fracasos sirven para manchar un currículo casi inmaculado. Aterrizó de vuelta en Alkmaar y en tres años consiguió romper el trinomio reinante de casi tres decenios en el fútbol neerlandés de Ajax, PSV y Feyenoord.
Su segunda etapa en Barcelona fue otra historia y casi le cuesta la carrera
El Bayern le permitió relanzar su carrera y olvidar su primer fracaso con Holanda
Humillado por el Wolfsburgo en Bundesliga y por el Barça en Champions, el Bayern se fijó en él para reedificar su imperio. Después de un comienzo dubitativo, con la guillotina silbando sobre su cuello, una espléndida segunda parte en Turín le lanzó hasta rozar el triplete en el Santiago Bernabéu en 2010. Por medio, instauró una cultura de fútbol ofensivo en Múnich, redefiniendo a Bastian Schweinsteiger y, (¿se acuerdan?), confiando ciegamente en canteranos como un tal Thomas Müller. Un proyecto valiente que se topó con la propia intransigencia inherente del propio Van Gaal, con Rummenigge y con una extraña eliminación ante el Inter de Milán, más fruto de lo temerario y lo casual que de lo consecuente.
Tan mala despedida no hizo mella en el tenaz ánimo del técnico de Ámsterdam, que de nuevo hubo de remangarse y reconstruir una selección holandesa hecha cenizas. Tras dos años podando la planta y renovando la práctica totalidad del equipo salvo la vanguardia, se presentó en Brasil con un equipo repleto de caras nuevas y sí, también jóvenes: Cillesen, Blind o Depay. Sobre la reciente trayectoria holandesa en la última Copa del Mundo no hace falta desparramar una parrafada, baste tan solo resaltar el 1-5 a España, el 0-3 a Brasil y una final que escapó por un oportunísimo tacle de Javier Mascherano y las manos del Gato Romero, firmando una brillante tercera plaza sin perder ni un partido.
Así, a grandes rasgos y con mucha brocha gorda este es el retrato de un hombre único. A Manchester llega pues un entrenador infatigable, trabajador, minucioso, brutalmente frontal y honesto, en ocasiones duro pero que nunca engaña a nadie. Auténtico como pocos, como atestiguó cuando del staff de Robson en el Barça solo salvó a Mourinho, el único con coraje para decirle la verdad, aunque supusiera llevarle la contraria.
Para Van Gaal no hay medias tintas: o saldrá por la puerta grande de Old Trafford o por la enfermería. Sin embargo, experto en rehacer equipos desde las ruinas y a dejar frutos allá por donde pasa, no puede existir un perfil más adecuado para los Red Devils. Bajo el ladrillo también puede haber arena de playa.