Este verano, el Chelsea ha cedido a 26 jugadores que se encuentran dispersos por el mundo tratando de ganarse el derecho de regresar un día a Stamford Bridge. Un modelo que ha probado su viabilidad financiera con la venta de Romelu Lukaku pero que está por demostrar su valía deportiva para los jóvenes.
En un equipo con una amplia plantilla son necesarias, casi obligadas, las cesiones. Especialmente las que incluyen jugadores que saben seguro que no van a gozar de muchos minutos. Cesiones obligadas, huyendo del debate de si son necesarias o no, son las que tiene el Chelsea. Estamos hablando de jugadores a préstamo en equipos de numerosas ligas del planeta que constituyen un imperio mundial de jóvenes talentos que esperan maravillar a José Mourinho para algún día poder debutar en Stamford Bridge.
Quizá una de las cesiones blues más sonadas ha sido la de Fernando Torres al A.C. Milan, por la trayectoria y el nombre del equipo al que se incorpora. La temporada pasada había otros grandes nombres que destacaron lejos del Bridge, pero siempre como propiedad del Chelsea. La etiqueta de propiedad del equipo blue acompañó a jugadores como Thibaut Courtois o Romelu Lukaku. Aunque estos dos casos particulares hayan vuelto –y Lukaku haya sido vendido al Everton por 30 millones de libras cuando costó 10–, Mourinho cuenta con 26 jóvenes talentos dispersados en forma de cesiones entre las que podemos destacar Christian Atsu (Everton), Ryan Bertrand (Southampton) o Victor Moses (Stoke City).
Gráfico: The Guardian
Pero, ¿con qué finalidad se realiza esta política de cesión de jugadores? Mourinho habló en agosto sobre este proyecto a largo plazo para rejuvenecer la plantilla que inició la entidad blue antes del regreso del técnico portugués. A Mou no le interesa tener jugadores de 20 y 21 años en el equipo sub-21 o en el banquillo del primer equipo, de aquí las cesiones. Los jugadores más jóvenes de esa edad, como Lewis Baker (1995), Isaiah Brown (1997) o Dominic Solanke (1997), siempre según el técnico blue, tienen que entrenarse con el primer equipo para aprender de ellos y jugar con los sub-21 porque no están preparados para una cesión. Con este sistema, habiendo aprendido junto a los mayores, habiendo sido cedidos después, los jugadores –siempre que no hayan sido vendidos durante su periodo de cesión– volverían al Chelsea entre la edad de 21 y 23 años, para poder incorporarse ya al primer equipo y tratar de ganarse un lugar.
¿Beneficia esto al jugador o al club? Está claro que el club y su técnico tienen un amplio abanico de jóvenes promesas para escoger e incorporar al primer equipo. El jugador, claro está, saldrá beneficiado dependiendo de las circunstancias de su cesión: su adaptación al nuevo equipo y a la liga, su convivencia con el resto de jugadores, etc. Lo que está claro, en definitiva, es que, en su regreso a Stamford Bridge, José Mourinho está limpiando la mala fama del Chelsea como ‘cementerio’ del talento joven.
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Martí Roma
@Martí Roma
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