Cualquier acontecimiento es positivo o negativo en función de las expectativas puestas en él. Por ejemplo, desatinadamente, puse muchas esperanzas en el largometraje «Súper 8», dirigido por J.J. Adams y producido por Steven Spielberg, director de obras tan fantásticas como «El color púrpura», las tres primeras de la saga «Indiana Jones» o «Atrápame si puedes». Sin embargo, no fui consciente de que cuanto más esperas de algo, más difícil es que tus expectativas se vean cumplidas.
Mi cabreo fue tal al finalizar la película que estuve a punto de pedir que me devolvieran el dinero, que yo ya había visto «Encuentros en la tercera fase» y «E.T»; y que «Súper 8» era una vulgar copia del s.XXI de las mencionadas anteriores obras de Spielberg, por lo que no aporta nada nuevo, más allá de la cantidad de efectos especiales impresionantes a la vez que ruidosos y molestos.
Lógicamente, no me fueron devueltos los euros que pagué por asistir a dicha película, pero recuperé mi inversión, aunque en especie. Y es que el pasado domingo se jugaba el Norwich-WBA, uno de los encuentros que menos expectativas podía suscitar, más si cabe teniendo en cuenta que entre ambos equipos habían sumado dos puntos en las tres primeras jornadas.
Quizá fuera el karma, o quizá simplemente casualidad, pero disfruté de un auténtico partidazo. Tan solo hubo un gol, pero disfruté de 90 minutos de fútbol en estado puro. Tal y como expuse en una anterior entrada de blog, tuvo los dos elementos principales para que fuera un partido de fútbol sea entretenido: buen juego y emoción. Pero la cosa no acabó ahí, pues tuvo muchas más cosas.
Es importante saber perder, pero también lo es saber ganar.
Nunca más volveré a pagar por ver una película de Spielberg.
El partido ya pintaba bien antes de comenzar, ya que el estadio, Carrow Road, estaba completamente abarrotado, algo comprensible teniendo en cuenta que el partido se disputó a las 13:30 hora local, a diferencia de las intempestivas horas en que se juegan los partidos de la Liga BBVA. Además, el estadio no solo estuvo lleno, sino que los aficionados cantaban y gritaban animando a sus respectivos equipos con una pasión difícil de ver en cualquier otro lugar, aunque no fue eso lo más asombroso. Lo verdaderamente sensacional del encuentro fue la actitud de ambos equipos.
El Norwich (los locales) fue perdiendo desde el segundo minuto, pero nunca desistió de buscar el empate, jugando con desparpajo y al ataque en todo momento. Tuvieron en el árbitro a un personaje desconcertante, pues tras «olvidarse» de pitar unas 345 faltas, señaló un penalti riguroso en su contra, que fue detenido por su portero, un joven prometedor portero de 20 años llamado Declan Ruud. Por si eso fuera poco, en el último minuto, su delantero, James Vaughan, recibió un codazo en la boca (involuntario, pero codazo) por parte de un rival dentro del área que no fue castigado con penalti. El pobre muchacho perdió unos tres litros de sangre por la boca, por lo que, lógicamente, pidió penalti (además de que lo era), pero las reclamaciones nunca pasaron de lo permitido. Tampoco hubo patadas fuera de lugar y a destiempo motivadas por la impotencia, todas las entradas duras, que las hubo, fueron con balón de por medio y sin mala intención. Asimismo, el WBA (el equipo visitante) también tuvo una actitud loable, ya que pese a ir ganando desde el segundo minuto, nunca trató de perder tiempo mediante tanganas, fingidas lesiones o resguardando el balón en el córner, acciones más que comunes en España o Italia. Quisieron ganar con el balón en juego y todas las de la ley, y lo consiguieron.
Por último, una vez finalizó el partido, como no podía ser de otra manera, los jugadores de uno y otro equipo se felicitaron y se saludaron con sus respectivos rivales, conscientes del espectáculo que habían dado. Unos ganaron y otros perdieron, pero ambos debían estar orgullosos por el juego y la pasión mostrada en el terreno de juego, así como los espectadores, ya fueran seguidores de unos u otros y a diferencia de mí mismo tras asistir a «Super 8», no pudieron arrepentirse de haber pagado la entrada.
Todo este relato me lleva a unas conclusiones un tanto obvias, pero necesarias:
1. ¡Qué peligroso es crearse expectativas!
2. Siendo consciente de mi obsesión por ganar, he aprendido mucho de la actitud del Norwich. No solo porque nunca se rindió, sino porque tampoco les pudo la impotencia y siempre jugaron con nobleza.
3. Es importante saber perder, pero también lo es saber ganar. El West Bromvich merece ser felicitado por ello.
4. Nunca más volveré a pagar por ver una película de Steven Spielberg.
5. ¿Dónde juega el Norwich la próxima semana? Da igual, ya sea en Pekín, la Antártida o en la luna, no me lo pierdo.