Juan Antonio Parejo

El regreso del general

El líder William Wallace para unos, el malvado Liberty Valance para otros. El personaje de José Mourinho, complejo y poliédrico, crea filias y fobias por doquier y a nadie deja indiferente. Intentamos acercarnos al personaje desde un prisma diferente.

 
William Wallace para unos. El hombre que mató a Liberty Valance para otros. Lo cierto es que el verbo se hizo carne y como todos esperábamos, José Mourinho regresa a su verdadero hogar. La algarabía de los parroquianos de Stamford Bridge es comprensible, aunque por algún extraño azar, en el fútbol se juzga más por el pasado que por lo que se puede ofrecer en el futuro. En tal caso, como ha escrito recientemente nuestro compañero Ilie Oleart, la labor que le espera en el Chelsea es bastante más dura que en su primera etapa, con una competencia redoblada por los colosos de Manchester. Por no hablar de la continental, donde el invencible Bayern encabeza una casi inalcanzable cohorte de gigantes como Dortmund, Barcelona o su último club, el Real Madrid.
 
Hablar de cómo jugará su Chelsea sería aún hacer un ejercicio de mera suposición. Sabemos que sus equipos son intensos, agresivos y directos, cultivando el gusto por el robo y la salida rápida a la contra. Pero lo que de verdad nos interesa aquí es el personaje, complejo y poliédrico como pocos, que crea filias y fobias por doquier y ante quien es imposible permanecer indiferente. Aunque de antemano hay que señalar que trazar una semblanza de Mourinho intentando escapar de maniqueísmos y tópicos es tarea difícil.
 

William Wallace para unos, Liberty Valance para otros, Mou no deja indiferente

Incluso en la derrota, sus soldados le siguen, como sucedió con Napoleón

Acumular adeptos tras la victoria es fácil, de modo que analizar su experiencia en Madrid nos sirve para poder comprender mejor el fenómeno. Y cuando nos acercamos lo primero con lo que nos topamos es que alrededor suyo se teje una especie de mesianismo, de admiración desaforada y una fe en su obra que a veces desafía lo racional. Incluso en la derrota, es capaz de hacerse creer por sus legionarios hasta el final, como ocurrió en el famoso lance entre Napoleón con los soldados de Luis XVIII a su regreso a Francia. Es ese mecanismo de identificación entre general y soldado lo que nos llama tan poderosamente la atención. Ese acto, quizá impostado, de que se tienen las mismas miras y objetivos, esa promesa de que jamás abandonará a sus soldados. Una promesa que exige fe absoluta en el general. Y una fe que requiere al mismo tiempo una total obediencia, tangente a veces con la sumisión. En cualquier caso, unas dotes que a The Special One le permiten convertir a un puñado de legionarios en un ejército casi imbatible, como en su primer Chelsea o en el Inter de Milán. Un carácter en ocasiones brutal y que a menudo se convierte en prisionero de su propio personaje, llevándole a algunos desmanes de tintes despóticos (como enviar a Pepe al limbo pese a que lo necesitaba para la final contra el Atlético de Madrid) y que le hace coleccionista de enemigos allá por donde va: prensa, directiva, jugadores propios o rivales, árbitros o entrenadores contrarios. Y es que de sus dardos no escapó ni la Unicef.
 
Cuando Napoleón regresó en 1815, toda Europa sin excepción se levantó en su contra hasta derrotarle en Waterloo. Curiosamente, exista o no algún tipo de paralelismo entre ambos, el mensaje de Mourinho suele hacer énfasis en aquello de que él y sus soldados están solos ante sus enemigos y que solo él, con la confianza ciega de sus hombres, podrá hacerlos vencer. No hay lugar para las medias tintas y la simple duda o el cuestionamiento de algún axioma del portugués equivale a la deserción, como hemos visto en Madrid con Íker Casillas, más allá de las circunstancias deportivas. Una fe ciega cimentada en un carácter fuera de lo común, que le hace enfrentarse contra enemigos que en ocasiones que le triplican en altura, sean gigantes como el Barça de Guardiola o simples molinos de viento, como sus fútiles y habituales diatribas contra la prensa.
Eso sí, su mensaje es poderoso, como vimos en la Premier, donde un equipo sin demasiadas estrellas arrasó en Inglaterra y si no se alzó con la gloria europea fue por milímetros, cayendo ante el Barça y Benítez, enemigos declarados. De nuevo en un equipo sin las luces de otros como el Inter de Milán su discurso caló hasta tal punto que pudimos ver llorar a Materazzi o a Eto´o jugar casi de lateral derecho. Con los neroazzurri alcanzó la cima de la entidad italiana con su famoso triplete, contestando así al de Guardiola, conseguido justo un año antes. Ni que decir tiene que hoy el Inter de Milán está igual de lejos de repetir aquello que Balotelli de presionar la salida de balón de los centrales contrarios.
 
El nombre de José Mourinho es sinónimo de titulares y polémicas así como de triunfos, allá donde esté. De otra manera no se podría explicar el éxito de su personaje, desencadenador de tormentas y huracanes allá por donde va. Sin embargo, el reto que tiene ante sí en su nueva etapa en el Chelsea es posiblemente el más duro de su carrera. Cuando llegó a Londres por primera vez, solo un Arsenal al inicio de su declive y un Liverpool que apenas dio la talla en la Premier (muy al contrario en Champions) se interpusieron en su camino hasta la eclosión en 2007 de Ronaldo en el United. Lo que se encontró en Italia fue un páramo inhóspito tras el “Moggigate” y el envejecimiento del Milán, aunque en Europa volvió a tocar el cielo. En España tuvo que enfrentarse al Barça, pese a que para ello contó con un plantel de primer nivel. La labor que le espera en este nuevo ciclo es titánica. Aún no sabemos si Mourinho reencontrará el éxito, pero lo que es seguro que en las redacciones de The Sun o Daily Mirror ya se está frotando las manos. Nos vamos a divertir.
 

Sobre el autor

Juan Antonio Parejo